La Jornada lunes 10 de abril de 2000

Hermann Bellinghausen
La torta de cada quien

Pues ten niño pa' tu torta. Agarra la plata antes de que me arrepienta y la vuelva a guardar. El manotazo de Don Míster fue de un rápido que ya quisieras ver, pero la broma de Gálvez iba en serio, se movió más rápido aún y le birló a Don Míster la lana quesque para la torta.

El cubano Zárate y Cañijo tiraban a las bolas con precisión simétrica y aire fanfarrón y dandy, sobre todo Zárate con su cadenota de oro, sus finos lentes de oro, su anillo de oro y su diente, también de. Traje gris el suyo, marfil el de Cañijo, los dos calzaban pingüinos de charol percutiendo un tap en cámara lenta sobre la loza del piso reluciente, trapeado a cada rato por Remigio, el señor que administra el lugar y tiene, como buen cantinero, obsesión por la espejeante limpieza de las superficies lisas. Renta las bolas, hace tortas y vende cerveza. Su licencia no permite más, pero ya se sabe que cuando están los "clientes de confianza", puede ofrecerles trago fuerte y les permite apostar (cosa que tampoco permite su licencia comercial).

Don Míster dejó la mano extendida, hizo una bomba con el chicle, que rápido creció hasta cubrirle la nariz y rápido engulló, ladeando la cabeza sin quitar los ojos de Gálvez. Movió los dedos como rascarle la panza a un perro y dijo:

-Ya, cáite, no tengo tu tiempo.

La elegancia de Don Míster, más casual, pretendía representar otro tipo de guapo. El pantalón de seda charoleaba de negro, la camisa de seda a flores era esa noche lo más llamativo del local, que por todo adorno tiene un calendario del anillo pasado. Desde un robusto cuatralbo, una sonriente chinaca mira al pintor costumbrista y agita un pañuelo. El gazné de Don Míster era blanco, y un fistol de granate brillaba como gota de sangre en el vértice de la camisa. Gálvez, sentado a la mesa, una botella de ron, tres cocas, hielera y su puro de siempre, apretaba en su puño los billetes sin ningún cuidado por ellos. Hay gente que dobla y extiende los billetes con religiosidad. Gálvez, cosa rara en un hombre de dinero, trata los billetes sin ningún respeto. Los arruga como si los odiara. Le encantaría ver perder a Don Míster. Lo aprecia, pero su jactancia lo cansa, y sus despilfarros no le parecen.

Por fin, Gálvez abre la mano y deja rodar los billetes apretados hacia Don Míster, de pie enfrente, que esta vez no se apresura en cogerlos, pero lo hace y en lo que los aliña y aplana con las yemas, Gálvez mantiene abierta, apoyada la palma sobre la mesa su manaza morena, en la que brilla el anillo de rubí con el que Remigio lo ha visto romperle la cara a más de uno.

Don Míster viró sobre el eje de sus tacones, sonriente, y se dirigió al terreno de la franela. Zárate recogió las bolas rojas y las puso en su sitio, apoyó como bastón o lanza su taco, esperando. Cañijo se hizo a un lado.

-Una torta, Remigio, y un ron como el del gordo -pidió Cañijo señalando a Gálvez con desprecio fingido.

Don Míster empuñó su taco y preparó el primer tiro, el de ver quién abre.

-Ojalá pierdas -dijo Gálvez alzando su vaso de oscuro añejo.

-Sabes que no -dijo Don Míster, y tiró con pulso de hierro. La bola blanca fue una flecha perfecta esa noche. El cubano, recién llegado a la ciudad, disfrutó descubriendo que Don Míster era lo que le habían platicado, y pagó de buena gana, pese al gesto agrio, toda la plata que esa noche le bajó el artista. Habrán jugado qué, cinco horas. Al cabo, sin señas de haber sudado, y mucho más sobrio que Gálvez, Don Míster extendió los billetes planitos sobre la mesa, guardándose el fajo de ganancia en la bolsa trasera izquierda en lo que toma decir:

-Ten pa' tu torta abuelito.

Como si hubiera estado así todo el tiempo, la mano de Gálvez abierta sobre la mesa avanzó a los billetes devueltos, se hizo pulpo en ellos y los apeñuscó. Zárate golpeó en el hombro a Don Míster:

-Primera y última vez que juego con usted, compañero. Felicidades.

Remigio pasaba la jerga sobre las mesas de alrededor, ya con ganas de que se fueran, barrer las colillas y cerrar. Su mujer le reclamaría llegar de mañana, sobre todo por el pendiente. ƑPues dónde andabas?, y él, con ganas de descansar: Pues en la chamba, mujer, dónde más.