DOMINGO 9 DE ABRIL DE 2000
Ť Con propuestas artísticas, la adaptación contradice los estereotipos españoles
El público avaló la Carmen de Távora
Renato Ravelo, Santafé de Bogotá, 8 de abril Ť Una ovación cuando concluyó la versión de Carmen, de la compañía La Cuadra de Sevilla, avaló la complicidad entre faltarle el respeto a Bizet y celebrar la no violencia. Eso selló el entusiasmo con el que los colombianos recibieron la séptima versión del Festival Iberoamericano de Teatro.
Espectáculo-apuesta que de alguna manera contradice los estereotipos españoles que de la ópera de Bizet, una de las más frecuentadas en los escenarios mundiales, se han hecho circular impunemente. Y lo hace desde el derecho que da la sangre andaluza y su expresión artística, y pone puentes entre el cante jondo y algunas de las más conocidas arias.
La historia de Carmen, con el corazón lo suficientemente grande para amar dos veces, y sufrir como gitana, como obrera, como pobre y como mujer, queda entonces colgada de dos expresiones: de una luminosa festiva superficial y de una profunda y dolorosa sensualidad.
El director belga Jan Fabre, quien en la noche inaugural estrenó a su vez un espectáculo en otra sala bogotana, saludó a los artífices de este encuentro teatral, Ramiro Osorio y Fanny Mickey, como ''guerreros de las artes'', porque el espíritu finalmente requiere de una voluntad positiva, creadora, en medio de la violencia, recordaron a su vez los promotores de este festival bianual.
Quizás por eso la expectativa del público por ver cómo Salvador Távora se metía en lo que llamó "ópera andaluza de cornetas y tambores". Sin temor a comparar dos expresiones de distinta sanción social, Távora lleva como una festiva cruz esta propuesta por el mundo. De Asia a México... y ahora en Colombia.
La Carmen rescatada por el soldado vasco José Lizarrabengoa, que pasó a la leyenda popular del siglo XVIII como la gitana arribista, es en esta adaptación la que lía el tabaco entre las piernas, que son también su principal expresión, porque el baile pasa a ser la columna vertebral en la propuesta de Távora.
Y el público lo entiende y perdona los saltos que en términos, ya no de reivindicación histórica, sino de propuesta artística, significan la inserción de fragmentos de la ópera, mediante una orquesta que aparece sólo por las bocinas.
Lo que sí está presente es un continuo de banda, seguido de guitarras y baile, mucho y buen baile, que no deja descanso a la pupila ni al oído. Si en su ópera Bizet acaricia con floridas propuestas sonoras, Távora martillea con artesanal paciencia.
Carmen, para más provocación, lo baila Lalo Tejada. Para su director eso permite contar de otra manera "una historia de dignidades y libertades con danza, rabia, sangre, dolores y belleza que hemos heredado y no tenemos que aprender".
En ese embrujo, el director se da todas las licencias y el público se las recibe con agrado. De repente apareció un caballo (en esta ocasión un pura sangre blanco que prestó Jorge Sáenz), que hizo suertes de todo tipo y bailó con Carmen.
Quizás esta fue la más atrevida de las propuestas de Távora, sin que fuera la más lograda, pero ya para entonces el teatro como género había cumplido con servir como un medio para llegar al entusiasmo: el público despidió cariñoso al bello ejemplar equino, sin cuestionar demasiado el logro estético de medio contar la relación entre Carmen y Lucas, su último amante, picador él.
Escénicamente, o mejor dicho, emocionalmente, para entonces los cantos de Ana Peña, Nuria del Rocío y Manuel Vera, junto con la "banda de cornetas y tambores Santísimo Cristo de las Tres Caídas", ya se confunden con los pasos de Marco Vargas, Carmen Vega, Antonio Delgado, Amador Rojas y José Galán.
Y es menester decir los nombres, sólo por salvar algunas individualidades de lo que, al término de la función, por alrededor de cinco minutos, fue una sola sensación humana, hermanada en un legítimo entusiasmo: el festival daba inicio y Bizet había sido desmentido.