La Jornada domingo 9 de abril de 2000

Rolando Cordera Campos
La transición rechazada

La visión sobre México se divide, pero no puede evitar desembocar en el tema central del año: la sucesión presidencial y la posibilidad de que México aproveche este acontecimiento político siempre crucial para dar un paso más y forme un nuevo gobierno, es decir, dé paso a nuevas formas de gobernar y gobernarnos.

La sucesión sigue cargada de incertidumbres que van más allá de las que el librito de texto señala como propias de todo régimen democrático. Las autoridades pueden quedarse sin voz al proclamar por todos lados el fin de la transición y el inicio de una nueva y mejor época para la política mexicana, pero en la medida en que los principales actores de este drama se nieguen a hacerlo y a demostrar con hechos que están en lo dicho, la transición seguirá trunca, así venga Felipe González a darnos lecciones sobre los criterios que todos usan para calificar a los sistemas políticos.

Es en este contexto de renuencia utilitaria o contumaz, según sea el caso o el personaje, que debe aquilatarse el comportamiento de otros protagonistas, los que no por protagónicos son o pueden ser los estelares, por lo menos no hasta que el destino nos alcance y entremos en aguas profundas y agitadas. Tal es el caso de los consejeros electorales y sus ansias de ser, cualquiera que sea el coso, primeras espadas.

El desenlace de la queja del PRI contra Vicente Fox, quien acusó a los priístas de narcotraficantes, o de darles cobijo a éstos, es ilustrativo no sólo de aquella conducta sino de la debilidad política que acusa el acusador, que sin mayor trámite se dio por enterado de la decisión en contrario de la mayoría de los doctores de la ley, soportó casi sin chistar la retahíla de acusaciones suplementarias y temerarias que lanzó sobre ellos el representante del PAN ante el Consejo General e hizo pudibundo mutis de la arena jurisdiccional y litigiosa, donde deben ventilarse situaciones como la referida, por lo menos cuando en efecto se vive ya en plenitud democrática.

El haber recurrido a la libertad de expresión para desestimar la acusación priísta contra el PAN no hace más que coronar un cuadro lamentable de excesos, pero sobre todo de suspensiones ominosas. El PRI parece haber optado por "nos vemos a la salida", que nos ofrece situaciones futuras peligrosas y panoramas para lo que falta de la campaña que serán cada día más nocivos para la imagen del proceso en su conjunto.

Fox, por su parte, al "felicitar" al IFE y reiterar su desconfianza en el Presidente de la República, su hasta hoy principal contendiente y su partido, no hace sino reiterar la grave estrategia poselectoral que anunció hace unas semanas, cuando le puso cuotas a su credibilidad electoral (10 puntos de ventaja en caso de su derrota, 5 puntos para que su victoria sea creíble). Desconfianza en unos, apapacho burlesco a otros: un divide y vencerás majadero, del cual sólo se pueden felicitar los irresponsables.

El IFE y los partidos, incluido el PAN, perdieron la semana pasada una oportunidad valiosa para darle al proceso electoral un nuevo rumbo, hacia la civilidad en el lenguaje y, de ser posible, hacia un intercambio productivo entre los candidatos y sus partidos. Eso es lo que uno esperaría de aquella institución y de los partidos que la crearon, por encima de pobres razonamientos basados en débiles interpretaciones de sus asesores jurídicos.

Todo desemboca hoy en un rechazo plural de las instituciones básicas del pluralismo. El escándalo que da coro a todo esto no hace sino vulnerar la mínima confianza lograda por las reformas y sus resultados iniciales de 1997, pero no lleva a la sociedad a pensar en o reclamar justicia legal y procesos jurídicos solventes. Se usan los casos judiciales para montar horcas y paredones que ya son algo más que virtuales, y lo que se estimula es el rencor y el clamor de revancha. Una revolución instantánea que nos cure a todos de todo y que además nos dé bienestar y seguridad. El mejor de los mundos premodernos.

Todos sabíamos que muchos buscarían bloquear o desviar la transición en sus momentos finales y concluyentes, entre otras cosas porque todos o casi todos los intereses y las figuras del antiguo régimen siguen entre nosotros, vivos y coleando (y no es metáfora). Pero de eso se trataba precisamente la transición: no de evitar repetir los traumas finisexenales, sino de superar civilizadamente el represivo y autoritario pasado todavía cercado.

La ironía cruel de esta historia es que no son los guardianes del viejo orden los que más agitan las aguas del cambio, sino que son los nuevos y privilegiados actores del futuro democrático los que juegan vencidas para ver quién rechaza más el tránsito buscado.

ƑCosas de la competencia? Quizás habría más bien que pensar en una incompetencia perfecta, propia de los aprendices de brujo que quieren ver mercado en todas partes.