Jorge Alberto Manrique
Las Pecas
Rememorando un poco, recién llegado de Jalapa y Europa, entré en contacto con la Zona Rosa, sus galerías y sus cafés. Un lugar importante tiene para mí la Galería Pecanins de la calle Hamburgo donde, en medio de charlas amenas entre amigos, halló un espacio un grupo de artistas que después se llamó la generación de la Ruptura: Cuevas, Felguérez, Kazuya Sakai, Raúl Herrera y Coen, Vicente Rojo, Nissen, Corzas y Lionel Góngora, entre otros. Luego se acercaron también otros pintores más jóvenes, asiduos a la Galería Juan Martín.
Aquel espacio, que en sus inicios fue una galería, lo mismo de cuadros que de antigüedades, lámparas y algunos muebles, permitió que se formara un discurso creativo, lo cual marcó a la galería a partir de entonces con una gran vitalidad. La conjunción de tantos objetos disímbolos obedecía a la necesidad de sustentar los gastos corrientes del sitio que apoyaba, por otro lado, a los artistas que ahí se daban a conocer. Sobra decir que todo esto se hacía con gusto y creatividad, lo que atraía la atención sobre lo ahí expuesto.
La tradición de la familia Pecanins partió de los padres -la madre es la pintora Aleix-, quienes inculcaron en sus hijas el gusto por el arte, que desembocaría en la creación de la Galería Pecanins, a cargo de Montserrat y sus hermanas gemelas Teresa y Ana María. No puedo olvidar de las gemelas la confusión que su idéntica vestimenta provocaba en quienes, aun tratándolas continuamente, creíamos ver a la misma cuando las encontrábamos por separado.
La colonia Juárez albergaba la Galería de Arte Mexicano en Milán 18. Pero en los años sesenta, la Zona Rosa se convirtió en la concentración más importante de la vida cultural y artística. Había muchas galerías de arte, como la Misrachi, en la calle de Génova; la Juan Martín, en Amberes, y la de Souza muy cerca; ahí llegó también la Galería Pecanins a la calle de Hamburgo. Todo este conjunto propiciaba un intercambio que, en su diversidad, nutría la vida social y creadora del medio del arte. Todos los amigos íbamos de uno a otro sitio y compartíamos puntos de vista, ideas y tantas otras experiencias que marcaron a la generación que ahora ha consolidado su quehacer en el arte.
En la Zona Rosa había música, cafés como el Tirol y poco después El perro andaluz, el café y galería de Jacobo Glantz, para comentar teatro, poesía en voz alta, Jodorowsky y su teatro pánico e Ionesco, cine, sobre todo la reseña en el cine Roble, y todo a precios accesibles. A las Pecas entonces se les ocurrió poner un café a la vuelta de su galería, en un segundo piso, llamado La Tecla, con las paredes forradas de cuadros, mesitas hechas de armazones de fierro de viejas máquinas de coser con cubierta de mármol, donde se podía comer pan con queso y jamón, alguna butifarra catalana y tortilla de papas.
Las Pecanins vivían y siguen viviendo en departamentos de los edificios Condesa, también llamados Peyton Place... Esas casas eran el sitio de reunión en el que concluíamos las inauguraciones un círculo muy cercano de amigos que comíamos, bebíamos y bailábamos. Allí estaban Jorge Ibargüengoitia y Joy Laville, Raúl Herrera, Rocha, Nieto, Gurrola, Cazals y toda la banda de pintores; a veces llegaban también Tamayo y Fernando Gamboa. En medio de cuadros que cambiaban constantemente, se fue desarrollando entre Brian Nissen y Montse una fructífera relación amorosa.
El Salón Independiente (SI) en 1968 tenía como sede para sus reuniones a la Galería Pecanins. Las Pecas participaron en la realización del primer Salón Independiente, en el Centro Isidro Fabela, la Casa del Risco. El segundo y el tercero se hicieron en el Museo Universitario de Ciencias y Artes. Helen Escobedo era miembro del salón y, a la vez, directora del museo. Dado que no había dinero suficiente en la Universidad, la museografía y las invitaciones, así como unas instalaciones, se hicieron con papel periódico. También se hizo un periódico particular en broma acerca del salón.
En 1973 las Pecas decidieron hacer una sucursal de su galería en el barrio gótico de Barcelona, que se inauguró con una exposición de Tamayo; pero ese proyecto terminó en 1978 por las crisis, ya habituales en México y en España. Sin embargo, los pintores catalanes y los mexicanos iniciaron a través de las Pecas un intercambio que ha durado hasta ahora. Vinieron artistas jóvenes como Argimon, Guinnever, Hernández Pijoan y, en México, se conoció más la obra de Tápies e incluso Miró; a Barcelona fueron, por ejemplo, Friedeberg, López Loza, Nieto, Laville, Cuevas, Von Gunten y muchos otros.
En 1984, la galería La Tecla se mudó cerca de la glorieta de las Cibeles en la calle de Durango. Para celebrar los 30 años de la galería recuerdo que, en el Museo Tamayo, se organizó un espectáculo y performance, con la participación de las Pecas, Jesusa, Felguérez y Ehrenberg, Emerich y yo, todos actuando y divirtiéndonos en honor y a costa de las Pecas.
La idea de hacer la galería surgió debido al amor por el arte y a un gran esfuerzo que, bien canalizado, dio albergue a la obra de artistas. Estos pintores, en su trayectoria, contaron con el apoyo invaluable de la casa que, con su cobijo, ha sido la matriz en la cual se han gestado algunas de las obras importantes del arte actual en México.
Estos son algunos de los muchos recuerdos que, como amigo de ellas, y de todos los que hemos compartido la galería, tengo para compartir. Y ahora recibo con mucho gusto un álbum de memorias en la forma de un bello libro, Galería Pecanins, la siempre vivaz, con el texto de Luis Carlos Emerich y muchas fotografías de los que ya no están y los que seguimos aquí.