SABADO 8 DE ABRIL DE 2000
Ť El intérprete presentó su disco 57, Lobo herido
No por nada Chente es un ídolo
Juan José Olivares Ť ''Mientras el público no deje de aplaudir, yo no dejo de cantar'', suele decir uno de los más importantes cantantes mexicanos de música vernácula, Vicente Fernández, el gran Chente, quien el jueves por la noche fue estallido sonoro que hizo gritar a la multitud que se reunió en la Hacienda de los Morales, para la presentación de su reciente disco, el número 57, Lobo herido.
No fue para menos: Vicente reivindicó, una vez más, su condición de ídolo popular. Fue toda una experiencia escucharlo en vivo. Llegó cubierto de humildad -a diferencia de su traje negro, con botonadura bañada en oro y un pistolón con cacha del mismo metal precioso-, agradeciendo a la gente, a su casa disquera -''con la que terminaré mi contrato cuando deje de existir"- y a los medios informativos, "que han escrito y dicho cosas buenas de mí", aunque quién sabe después de esta presentación, que la verdad careció de buena organización, pues se efectuó en una salón tan estrecho, que casi se respiraba el aliento de los miles de invitados, por lo que no estuvo a la altura del cantante.
Aparecieron el mariachi Chapala de León, Guanajuato, el requinto de Enrique Cortés y los teclados de Carlos Cabral. Chente comenzó a aullar con la rola que da nombre al álbum, Lobo herido, y cada que podía daba gracias, con el ángel que le sobra al oriundo de Huantitán. Siguieron Poquita fe y Vendrán palomas negras, que devinieron clamor, cariño y admiración de su gente en fulgurante emoción generalizada.
Continuó con la mención a sus compositores y más canciones. Me va a hacer falta vida (que cantó con la esposa del productor del disco, Pedro Ramírez), y sí que le va a hacer falta para retribuir la entrega de generaciones y generaciones de enamoradas y borrachotes que han degustado sus interpretaciones.
Vicente tragó las sonrisas del público... y un poquito de coñac, pa' que amaine la garganta (šy qué garganta!). Vino Aunque pasen los años, gritando a todo pulmón con el micro alejado medio metro de su boca, casi a capella. Pidió aplausos para todos lo mariachis del mundo y se reventó El jazmín y la rosa y No vale la pena, para despedirse fugazmente: "Les dije que ya había terminado, pero con las canciones del disco nuevo, ahora vienen las meras buenas".
Entonces entonó Qué de raro tiene y La mentira, otra rolita de su cuate Martín Urieta, y otro adiós: ''Ya les dije: mientras no dejen de aplaudir, no dejo de cantar". "Y, Ƒdónde están mis nueras?", que le sobran.
Regresó con Bohemio de afición, Lástima que seas ajena (pero antes platica su experiencia, cuando le echa el ojo a alguna reinita que va acompañada), y la que no puede faltar en ninguna cantina: De qué manera te olvido, himno nacional de los heridos. Pero "este amor apasionado, anda todo alborotado... y volver, volver, volver", se la echó, pero ya no volvió, dejando ese sabor a tequila que todavía cala en la médula.