Juan Arturo Brennan
Sueño guajiro, realidad
Soñamos que éramos jóvenes compositores menores de 30 años, y que un importante festival cultural nos encargaba sendas obras para gran orquesta sinfónica. Soñamos que nos pagaban decentemente por las partituras, y que para interpretarlas convocaban a la mejor orquesta de México. Soñamos que el director era el mejor de su generación (que es la nuestra) y que la ejecución de nuestras obras ocurría en la más importante sala de conciertos del país. Por si fuera poco, nos asignaban solistas de primera. ƑSueño guajiro? Sí, sueño guajiro que el fin de semana pasado se convirtió en realidad con el estreno absoluto de cinco partituras orquestales de otros tantos jóvenes compositores mexicanos. Encargadas por el Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México y ejecutadas en el Teatro de Bellas Artes por la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México bajo la batuta de Carlos Miguel Prieto, estas cinco obras conformaron un programa musical sin duda satisfactorio y, sobre todo, sorprendentemente homogéneo en la calidad del trabajo, más allá de las naturales divergencias estilísticas y expresivas.
Segunda nocturnidad, de Leticia Cuen (1971), surge de la región más profunda de la orquesta (a ella vuelve más tarde) y se desarrolla con base en una orquestación cuidadosa y muy diferenciada. Hay aquí un interesante estudio de tensiones, algunas de ellas resueltas, otras suspendidas, trabajado en un ámbito expresivo y emotivo de introspección que ya se había hecho presente en otras partituras de Cuen, particularmente Los olvidos y Desencuentro. El Concierto para trombón, de Gabriel Pareyón (1974), es una obra anclada en principios formales tradicionales (estructura tripartita, desarrollo de ideas, contraste de elementos) y señalada por el buen uso de los ritmos cruzados y la síncopa. Partitura con algunos apuntes neoclásicos, ofrece una muy interesante sección lenta al final del primer movimiento, y una rica coloración en el segundo, producida por el empleo de la sordina Harmon en el trombón solista, que estuvo a cargo de Julio Briseño. Su movimiento final, que tiene algo del espíritu de una marcha, tiene una inesperada pero efectiva conclusión tonal-modal. Israel Sánchez (1971) presentó su obra Homenaje, dedicada explícitamente a Beny Moré y anclada con claridad en sucesivos centros tonales. Como es lógico, la obra tiene una importante participación de la percusión, incluyendo una bien urdida cadenza para cinco percusionistas. En esta pieza, Sánchez ha asumido claramente ciertos parámetros expresivos y sonoros que bien pudieran ser entendidos como aproximaciones a lo posmoderno.
De Marcelo Gaete se estrenó Lacandonia, concierto para djembé y orquesta, ejecutado con maestría por el percusionista Ricardo Gallardo. Una orquesta bien manejada (sin percusiones), un bien logrado balance entre solista y conjunto, una prolija diversificación en los modos de producción del djembé solista y, de manera importante, una admirable ausencia de indigenismos, caracterizan a esta obra de Gaete, que tiene además la virtud de un desarrollo lógico, directo y compacto. Alexis Aranda (1974) ofreció su partitura Tánatos, que resultó especialmente apreciada por el público. Se trata de una pieza robusta y enérgica, desarrollada por el compositor con seguridad y aplomo, y en la que surgen con frecuencia atractivas atmósferas tímbricas. Su contagioso impulso motor es fiel a sus células rítmicas básicas y en general se percibe una homogeneidad de texturas que es producto de una orquestación abordada con atención y cuidado.
Además de estos cinco estrenos absolutos, Carlos Miguel Prieto y la Filarmónica de la Ciudad ejecutaron Horizontes, de Horacio Uribe (1970), composición que ya había sido ejecutada anteriormente. Obra de tintes neoimpresionistas, sutil y refinada, muestra un oficio sólido y seguro, sazonado en cierta medida por las sonoridades de la escuela rusa de la que proviene el compositor. El manejo tímbrico y el balance de intensidades son especialmente afortunados en esta obra orquestal de Uribe.
En suma, el concierto resultó doblemente satisfactorio: por lo que significó como promoción y difusión de la música de estos seis jóvenes compositores (que estaban visible y justificadamente emocionados) y por los resultados estrictamente musicales. Es evidente que el trabajo fue abordado con seriedad y convicción por todos los involucrados (no hay que olvidar que orquesta y director dieron, ese mismo día, un complicado concierto Revueltas-Bartók-Prokofiev) y que la sesión no fue un mero compromiso. Lo único que hay que lamentar es que la asistencia del público fue miserable. Como siempre cuando de esta música se trata.