BALANCE INTERNACIONAL Ť Gerardo Fujii
Desigualdad en América Latina
No hay región en el mundo que tenga una distribución del ingreso tan desigual como la de América Latina. Aún más, a partir de mediados de la década de los ochenta, el reparto del ingreso se ha ido tornando aún más inequitativo.
En el continente, 5 por ciento más rico de la población recibe la cuarta parte del ingreso, mientras que en los países desarrollados esa proporción asciende a 13 por ciento y en Asia Sudoriental, a 16 por ciento. En el otro extremo, 30 por ciento de la población latinoamericana más pobre se apropia de 7.5 por ciento del ingreso, mientras que en cualquier otra zona del mundo esa proporción supera 10 por ciento.
Se podría afirmar que es no es lícito comparar la distribución del ingreso de América Latina con la de países desarrollados, dado que, normalmente, el desarrollo económico va acompañado de la tendencia hacia una mayor igualdad. Sin embargo, si se compara la distribución del ingreso de nuestros países con las de otros de Europa Oriental y Asia, que tienen ingresos por habitante similares a los de América Latina, se observa que siempre en nuestras naciones la desigualdad es notablemente más aguda.
La fase de elevado crecimiento que experimentó América Latina hasta comienzos de los ochenta fue acompañada de la distribución más equitativa del ingreso, pero sin borrar la característica de ser un continente con una polarización muy marcada entre ricos y pobres. En este periodo el ingreso de los sectores medios creció más aceleradamente que el de los pobres y ricos. A partir de la crisis de la deuda externa de 1982, la tendencia se revirtió. Mientras la participación en el ingreso de los sectores pobres ha ido cayendo y la de las clases medias se ha estancado, la parte correspondiente a los estratos ricos ha ido aumentando. Como resultado, en la actualidad la distribución del ingreso es la misma de comienzos de la década de los setenta.
Este cuadro de desigualdad extrema y en aumento se repite en todos los planos. En cada país coexisten regiones ricas con zonas pobres; en general, los ingresos urbanos son notablemente mayores a los rurales; hay empresarios y asalariados con ingresos muy elevados junto con masa de pequeños empresarios y de obreros y empleados con ingresos modestos.
La agudización de los desequilibrios que se ha venido dando a partir de los ochenta está conectada con las diferencias en la capacidad de enfrentar la apertura comercial y de incorporarse a las exportaciones. Dado que las empresas que han podido enfrentarse con algún éxito a estos retos se localizan en regiones determinadas, mientras que las que no pudieron hacerlo adecuadamente están en otras, está teniendo lugar una tendencia marcada hacia la acentuación de los desequilibrios regionales, sectoriales y por empresas. Esto es lo que le permitió a un político, en una declaración muy poco afortunada, dividir al país en regiones que trabajan, mientras que otras no lo hacen.
Una sociedad muy desigual es necesariamente tensa en términos sociales, lo que repercute en el plano político. A partir de los ochenta, mucho se ha destacado que los regímenes militares han desaparecido de la escena, habiendo sido sustituidos por gobiernos democráticos. Sin embargo, dado que uno de los fundamentos de la democracia firme es la ausencia de desigualdades extremas, la democracia latinoamericana es inevitablemente muy frágil. La denominada modernización de la economía que margina de sus beneficios a amplios sectores de la población es el caldo de cultivo para el nuevo caudillismo con inclinaciones autoritarias como el de Venezuela.