El lado oscuro de la transición

 

* Adolfo Sánchez Rebolledo *

Cualquiera que mire las campañas electorales desde fuera confirmará hasta qué punto se ha dado un salto cualitativo en esta materia. El país, otrora monocolor y autoritario, vive hoy una encarnizada lucha por el poder conforme a los cánones de la democracia: los partidos y candidatos compiten por el voto ciudadano, vigilados tan sólo por una autoridad justa e imparcial que elude entrometerse en la contienda; los medios, antes reacios a darle voz a las oposiciones, son la vía principal para que fluyan sin cortapisas los mensajes elaborados por expertos y publicistas. Más aún, los datos proporcionados por el Instituto Federal Electoral (IFE) confirman que en el último mes la oposición supera en apariciones mediáticas al oficialismo, lo cual constituye sin duda un hito histórico. En el horizonte se perfila con la fuerza de un plebiscito la posibilidad de la alternancia dentro de la ley, sin derrumbes ni revoluciones.

Esta imagen idílica de la transición en curso no es completamente irreal, pero a veces impide ver el lado oscuro de la situación, pues se toman por hechos consumados o irreversibles los que aún son proyectos o ideales, y ya se sabe que las ilusiones democráticas pueden resultar a la postre tan peligrosas como la negación conservadora de los avances de la sociedad.

Es verdad, por ejemplo, que los medios se han abierto a la competencia electoral, sin embargo no es menos cierto que dicha apertura sigue siendo inequitativa y desigual. De acuerdo con los datos del último monitoreo que encargó el IFE, el PRI obtuvo 31.74 por ciento del tiempo total en radio y televisión, mientras que la alianza que encabeza Fox subió hasta un increíble 30.76 por ciento, dejando en el tercer lugar a la Alianza por México con un notorio 26.14 por ciento de todo el tiempo en esos medios.

Hasta aquí todo está muy bien, pero es obvia la inequidad cuando se descubre que los demás partidos contendientes recibieron, entre los tres, apenas 10.37 por ciento del total, lo cual representa "un ligero decremento respecto a los resultados del primer monitoreo".

Lo que no aparece en el informe citado es que la aceptación del modelo puramente comercial en la difusión de las campañas establece una clara correlación entre el dinero y la aparición de los candidatos en radio y televisión. La publicación, que es absolutamente legal en este esquema, condiciona, sin embargo, la noticia, lo cual ya no es tan comprensible ni legítimo. Esta norteamericanización de las campañas destruye la fuente del pluralismo y refuerza las tendencias a polarizar el voto en función de los recursos puestos al servicio de "la imagen" más que de las plataformas, las propuestas o las ideas. En un país tan heterogéneo y desigual resulta incomprensible que la voluntad de los votantes se equipare a un mercado a merced de vendedores inescrupulosos que juegan sin reglas claras. La compra de votos no consiste únicamente en distribuir despensas o materiales de construcción, sino también en esta ofensiva publicitaria realizada sin el más mínimo decoro y al margen de los programas declarados por los partidos.

En esta campaña hemos visto florecer como nunca la libertad de expresión que la Constitución consagra y la sociedad defiende, mas también podemos comprobar cómo se pervierte dicha libertad para denigrar al adversario y enturbiar la convivencia democrática y civilizada. La supuesta imparcialidad de la autoridad en esta materia convierte a la neutralidad de la ley en una caricatura que puede burlarse a favor de la corriente dominante. Las injurias se toman como legítimos argumentos y las calumnias jamás son castigadas, con lo cual el clima tiende a hacerse irrespirable. Se supone que la democracia es un método para resolver civilizadamente la cuestión del poder, pero puede desnaturalizarse si contribuye a fracturar a la sociedad.

Aunque se reconoce en general que la democracia se sustenta en instituciones y no en ocurrencias, en la campaña estamos viendo cómo se despliega desafiante la judicialización de la política y la politización de la justicia. Todo se vale, al parecer, en esta disputa sin tregua, así se trate de que la credibilidad de las instituciones dependa del dicho de un delincuente.

En fin, bienvenida la competencia y la alternancia posible, pero no hay que engañarse: persisten inequidades, inercias autoritarias y ausencia de civilidad. ƑSería mucho pedir a los dueños del poder y el dinero que no se lleven entre las patas la transición democrática? Falta que los candidatos nos digan qué país quieren después del diluvio que viene. *