JUEVES 6 DE ABRIL DE 2000

 


* Olga Harmony *

Opiniones de un payaso

A pesar de que la narrativa del premio Nobel 1972 Heinrich Böll (1917-1985) ha sido traducida a nuestro idioma, es sin duda Opiniones de un payaso la novela a la que debe mayor fama entre nosotros. Como es sabido, el escritor nacido en Colonia se incorporó, como lo hicieron todos los jóvenes alemanes, a las juventudes nazis, sufrió la guerra y la detención por las fuerzas aliadas. De tan traumáticas experiencias surgió una de las más amargas obras de posguerra. Opiniones de un payaso no se salva de la cáustica exploración de la sociedad alemana durante el periodo de reconstrucción, el llamado ''milagro alemán", con su hipócrita ocultamiento de pasado nazi por parte de algunos de sus miembros y a los que aquí se añade una virulenta denuncia hacia la Iglesia católica por su actitud ante el nazismo.

Adaptar este texto y este clima a nuestro país y nuestra época resulta una muy difícil empresa que Luis Mario Moncada salva mediante el expediente de narrar la misma historia para decirnos otra cosa. Sin duda la vuelta de tuerca del dramaturgo (que también encarna como actor al protagonista de su texto) no llega a salvar ciertos pequeños rozones, ya que la traslación de un contexto a otro no puede ser mecánica. La crítica original al catolicismo en esta adaptación se convierte en una crítica desde la izquierda a cierta izquierda intransigente y fundamentalista que solemos ejemplificar con el estalinismo del antiguo PC y con ciertas posiciones ''ultra" que por desgracia se dan todavía. La traslación al PRD no es tan sencilla, a pesar de que Moncada ilustra con Leo, ya no clérigo converso, sino oportunista asesor de oposición, muchas de las debilidades de ese partido. Sin embargo, se debilita el personaje de María, que de su catolicismo en el original devino aquí comunista y finalmente perredista, con lo que su fanatismo no se justifica. Sobre todo, el sentimiento de culpa ųesa triste herencia judeocristianaų por vivir en concubinato deja su razón de ser.

Empero, tras la crítica social del alemán y el mexicano, necesarísima para contar la historia, se esconde la soledad del fracasado que no se asimila a ningún grupo, ni siquiera el familiar, o corriente ideológica, y el repudio egoísta de quienes lo rodean. Esto queda muy claro en la adaptación de Luis Mario. El Hans Quehans que nos presenta carece de los horrendos recuerdos del pensado por Böll, porque su historia es otra; incluso la culpabilidad de la madre en la muerte de la hermana no es una obsesión para este payaso que no es más que eso, casi una abstracción que sólo es redimida por su amor a María. El padre es ahora un corrupto funcionario gubernamental y, la madre, de ex fanática nazi se convierte en una socialité dada a las caridades. Hans, que otrora tuvo significativos triunfos profesionales tiene poco que ver con ellos, si acaso siente cierta proximidad con su hermano Leo, quien lo traiciona también. Así, al perder su única relación con el mundo, que es María, entra en un declive de alcohol y droga y a pesar de su juventud conoce la derrota.

El dramaturgo nos presenta a Hans en un teatro narrándonos su historia para llenar un vacío en la programación. Como en la novela, tiene una pierna gravemente lastimada, está vencido y pobre y busca ayuda por vía telefónica. Como en la novela, un suceso presente da pie para la ilustración de un recuerdo. Pero en la escenificación su punto de vista, el de un mero payaso, sufre un vuelco de perspectiva. Poco a poco se despoja de los modos y aditamentos de payaso con que inicia, para convertirse en un joven que actúa con naturalidad su parte de protagonista y narrador. Lo clownesco, tanto en atavíos, grotescas pelucas ųque ni de lejos intentan parecer realesų y modos actorales, paródicos en su gestualidad, queda reservado para los otros personajes, a excepción de María, tan natural como resulta ser Hans.

Martín Acosta dirige con el talento, pleno de sutilezas, que le conocemos y el entendimiento que se da con Moncada a través de Teatro de Arena. En sencilla escenografía de Philippe Amand, espacio casi vacío cercado por cortinas de cuentas (por el que entran y salen los personajes, excepto en el presente, en que lo hacen por puertas practicables) dirige a sus actores en múltiples personajes, cada uno con destacada individualidad, que a veces hacen juegos circenses, como el representante con el foco y la escalera. Muy convincente Luis Mario Moncada como el desasido payaso víctima de los intereses creados ųde política electoralų de quienes lo rodean. Excelentes Ari Brickman y Erika de la Llave en todos esos personajes, que si bien gesticulantes y paródicos a excepción de María, no por ello dejan de entrañar grandes dificultades en los cambiantes modos marcados.