JUEVES 6 DE ABRIL DE 2000

 


* Margo Glantz *

Los paraísos artificiales

No tengo remedio, no aprendo, aquí ando de nuevo por los aires: tomo un avión para Chicago, rumbo a Iowa, of all places, lugar de vacas, praderas, escritores y sinfonías. Me explico, lo de las vacas es obvio, hay millas y millas de campos donde pastan, las hay de muchos colores, o por lo menos de los colores que en general tienen las vacas, pero en verdad aquí son más bien oscuras y yo, no sé por qué, pienso que las de color blanco con manchas negras son las más apropiadas.

Las praderas sirvieron de inspiración a Dvorak quien aquí compuso su Sinfonía del Nuevo Mundo, como bien me recuerda Tito Monterroso. Espero no acabar odiando esa sinfonía como acabé odiando una obra de Vivaldi, que había que oír para poder bajar de peso. Yo bajé trece y me veía francamente mal, prefiero parecer vaca, como las que pastan en las praderas de Iowa o como las mujeres que veo en el aeropuerto O'Hare de Chicago mientras espero tres horas y media mi conexión con un avioncito pequeño que me asusta, Eagle American, y me coloco cerca de los puestos de comida, viendo como ellas ųtambién ellos y creo que yoų devoran sus sándwiches, sus barras de chocolate, sus pizzas, sus hamburguesas y beben Coca Cola light, como si se encontrara uno frente a un abrevadero. Debo advertir que soy feminista, aunque mis observaciones parezcan contradecirlo.

En la espera hojeo unas revistas, Vogue, con sus modelos anoréxicas y cara de drogadas. Luego, Elle, en la portada aparece Salma Hayek, la modelo que ha destruido todos los estereotipos que en Estados Unidos hay contra las actrices de origen latino; aparece con un vestido que deja ver sus delgadas pero siempre generosas formas, aunque aquí usar la palabra generoso en relación con las señoras hace referencia, en lenguaje políticamente correcto, a la talla 48. Sí, Salma Hayek me protege en territorio estadunidense, es la suma de varias representaciones nacionales, la resurrección del glamour de Dolores del Río y la posible popularidad de Frida Kahlo, sin su dramatismo, afortunadamente: ''No parece verosímil, dice la revista, que Salma Hayek, chaparrita llena de curvas como una carretera de montaña ųƑchaparrita cuerpo de uva?ų use el mismo vestido que la delgada como un junco y altísima modelo rusa Natalia. El sentido común dice que esto no puede ser, pero el vestido de Christian Dior que llevaba en el desfile Natalia le queda a Salma maravillosamente bien, desafiando cualquier lógica". Aplaudo patrióticamente y sigo comiendo mi pizza que está cruda y fue preparada por cocineras latinas.

Al llegar a Chicago me esperaba una silla de ruedas: tengo un brazo roto, mejor dicho en rehabilitación y no puedo cargar maletas.

Mientras me arrastra una joven búlgara que llegó hace ocho meses a este país, recuerdo que hace muchos años, casi 20, acompañé a mis padres a la Clínica Mayo en Rochester, Nueva York, a la que sólo se podía llegar transbordando en Chicago, y mis padres, ya ancianos e incapaces de trasladarse por los larguísimos y laberínticos pasillos del aeropuerto O'Hare, eran empujados a toda velocidad por dos negros gigantescos, palabra, la primera, que no puede ahora pronunciarse por eso de la corrección política, y ellos, los negros, han sido sustituidos por muchachas búlgaras y polacas recién empujadas hacia Norteamérica por la caída del socialismo.

Estados Unidos es como lo pintan en American Beauty o Belleza americana. Iowa city parece una ciudad ideal pero quizá es aburrida: las calles son muy limpias, las casas muy antiguas, me alojo en una casa restaurada, de 1859, con muebles estadunidenses ųearly americanų; cerca, una farmacia como la de las películas de los años cincuenta, con su barra y sus asientos circulares rotatorios, la gente saluda con mucha cortesía y con un tono dulce y sonriente, como en la época en la que estuvo aquí Jorge Ibargüengoitia, en los años setenta. Hay una extraordinaria librería llamada ''Prairie Lights" y algunas librerías de viejo que aún no visito, tengo algunos amigos, sobre todo, Dan Balderston, especialista en Borges y jefe del departamento de español y portugués en esta universidad donde hay más de 350 alumnos que estudian español. En Chicago hay más de un millón de mexicanos, aquí también hay, trabajaban en el campo, pero ahora laboran en los frigoríficos.

Nadie ha nacido en Iowa, los que aquí viven han sido traídos por el azar del trabajo y aunque algunos granjeros iowenses aparecen de repente en el aeropuerto procedentes de Noruega, China o Alaska, la población es flotante. Trabajo tanto, como casi es imposible hacerlo en México. Me siento feliz, veo un futuro de trabajo y aire transparente, y tengo además una esperanza: la de una felicidad que no sea eterna.