LUNES 3 DE ABRIL DE 2000
Ť Desorden en el reconocimiento a la trayectoria de Roberto Gómez Bolaños
El homenaje a Chespirito pudo haber sido un chapulinicidio
Jaime Whaley Ť En medio de un desorden que por momentos rayó en el caos, Roberto Gómez Bolaños --también o quizá más conocido como Chespirito-- recibió apresuradamente unas charolas de reconocimiento futbolístico por parte de los equipos Necaxa y América, el sábado pasado en el Estadio Azteca, de cuyo techo pendían 18 globos con propaganda labastidista.
A punto estuvo de suscitarse un chapulinicidio cuando el homenajeado quedó enmedio de los reporteros gráficos, los de pluma y libreta, y los estorbosos auxiliares que la empresa Televisa dispuso en la cancha dizque para organizar el acto al que el público asistente, de no ser por las pantallas gigantes que están en la parte alta, no hubiese podido ver. Unos y otros se empujaban ante la acometida de los prepotentes lacayos de la televisora que no atinaban a poner un cerco en torno de su protegido, hecho que causó un visible enojo en Rosi Ocampo, la productora de la barra infantil de Televisa, quien se lamentaba de que uno de sus "muchachos", esto es, uno de los tantos que no sabían qué hacer, resultó herido. La lesión no fue de gravedad, pero el hecho dejó a un mártir.
Al medio tiempo del partido entre los equipos de la casa y que, de no haber sido por el deslucido símil de homenaje, contadísimos hubiesen sido los asistentes, se hizo el intento de festejo.
Al diminuto Chéspiro, ataviado con una camiseta de los Rayos y una cachucha del mismo equipo, primero, lo treparon en una carrito eléctrico de golf adornado con mazos de plástico, quizá un simbolismo de los golpes asestados a la mentes infantiles a lo largo de todos estos años. El ex tenista Vicente Zarazúa, funcionario de la empresa dueña del estadio, del balón, de los equipos y lamentablemente de las conciencias de gran cantidad de mexicanos, iba siempre a la diestra, a pie, de Gómez Bolaños, quien atendía, sin un mutis de emoción en el rostro, las peticiones de fotógrafos para la placa oportuna. Ya hacía su acostumbrado mover de dedos, ya agitaba mirando a nadie ambos brazos, que ya los extendía para que lo tocaran los pequeños en brazos de sus madres o padres que sabrá por qué artes se lograron colar a la cancha.
A gritos, uno de los auxiliares pedía a los infantes disfrazados de futbolistas que se alinearan así, de esta forma, y con su brazo derecho trazaba una diagonal a la recta que formaban los incautos niños. Christian, pequeña de siete años, cargaba la placa del Club Necaxa.
Luego, en el centro del campo, el coro infantil de Amigos por Siempre, rodeado siempre por todos los que no tenían nada que hacer ahí, se reventó el tema de la telenovela. Una niña, güerita de ojos claros, obedeció la consigna y se puso a llorar. La escena, bucólica en otras circunstancias, resultó patética ante la real preocupación del Chéspiro de no quedar en calidad de abono en el verde tapete de juego. En tanto, los alumnos del mítico Instituto Vidal, como Ana Karen Fernández, corrían con sus banderas, enfundados en sus sofocantes trajes del uniforme bajo un sol bravo, en verdad.
Tito Tepito, de lo único que queda de pueblo en el Atlante: su porra pedía a Mari Carmen, funcionaria del estadio, permiso para dedicarle una porra al Chéspiro "con todo el estadio", pero su petición fue denegada rotundamente. No obstante, no se contaba con la astucia de Tito, quien, parcialmente, se salió con la suya y si no hubo porra sí hubo vuelta olímpica para el ex Chavo del Ocho, quien a buena velocidad, en su carrito, circundó la cancha ante la impaciencia del árbitro al que los seguidores del Atlante recibieron antes del partido, como es costumbre con el nórdico grito de culeeeeeerooooo.