Carlos Montemayor
Petróleo y servidumbre
El beneplácito que manifestó el presidente Bill Clinton por el aumento de la producción petrolera es un buen ejemplo de lo que significa que el libre juego de las fuerzas del mercado establezca el precio de un producto. Es también una muy buena explicación de lo que para él y los estadunidenses implica el libre comercio en el mundo. Se trata de una estupenda oportunidad, además, para ilustrar que la economía, pura y sola, brilla por la antorcha de la libertad de esa nación: a partir del poder de ser libre que posee Estados Unidos, impone esa libertad de comercio en el resto de los países. Y muchos gobiernos del Norte y del Sur, como el nuestro, se someten dócilmente a esta forma estadunidense de entender la economía de mercado.
La gira de trabajo emprendida en varias regiones del mundo por el señor Bill Richardson, secretario de Energía de Estados Unidos, para convencer a sus homólogos de los países petroleros a aumentar la producción de crudo, constituye también un buen ejemplo del proceso de mundialización o globalización actual. Primero, porque la gira del señor Richardson fue mundial y sus efectos concretísimos fueron igualmente mundiales. Segundo, porque fue una forma muy clara de mostrar que la globalización es algo más que globalización pura: es un proceso de mundialización de las normas estadunidenses en la vida económica de los otros países. O sea, que se deben respetar las fuerzas del mercado que ellos encarnan y se tienen que controlar aquellas que no aprenden a estar sólo a su servicio. El periplo del secretario Richardson ilustra por ello por qué en la sesión que la Organización Mundial de Comercio celebró en Seattle en diciembre del año pasado, las "verdaderas" fuerzas del libre mercado cupieron cómodamente, solas y tranquilas, en el Salón Verde de su confortable hotel.
El dócil sometimiento del gobierno de México al libre mercado de Bill Clinton y a la globalización del señor Richardson es un buen ejemplo, por último, de cómo entienden el presidente Ernesto Zedillo y su secretario de Energía la lucha frontal contra los globalofílicos: admitiendo que las reglas de comercio no la dictan ya los Estados soberanos; reconociendo que un país no puede ser dueño de sus propios recursos naturales; aceptando que a la permanente abdicación de la soberanía en política económica se le debe llamar modernización. Lastimosa lucha.
El mercado no es algo abstracto. Sus dueños imponen las reglas, se benefician de ellas, las cambian y las controlan. Legislaciones, gobiernos, pueblos enteros, son accidentes, escenarios de su fuerza. Es grave que la Secretaría de Energía quiera presentar este sometimiento como ejemplo de la soberanía de México. No, no es así. Ayudar a Bill Clinton y al señor Richardson a bajar el precio de nuestro propio petróleo no es una decisión soberana de México: se trata sólo de la decisión de un grupo de políticos y burócratas que hoy detentan el poder.