VIERNES 31 DE MARZO DE 2000

Ť LA MUESTRA

La gran ilusión

Cuando Jean Renoir realizó La gran ilusión (1937), su propósito más evidente era advertir sobre los peligros de una nueva conflagración mundial. En la época en que los nazis preparan la anexión de Austria y la invasión de Checoslovaquia, Renoir, el cineasta francés y militante comunista (apenas un año antes había realizado La vida nos pertenece, cinta propagandística), ofrece esta película sobre la fraternidad y los conflictos de clase, un notable presentimiento de la guerra que estallaría dos años después. Alejado ya del discurso panfletario y de la retórica social del Frente Popular francés, el director de La regla del juego (1939) ofrece, con elegancia e ironía, el retrato de un grupo de oficiales franceses recluidos en un campo de prisioneros alemán durante la Primera Guerra Mundial.

Dos nociones de la fraternidad se entrecruzan y chocan en el microcosmos social del reclusorio: por un lado, el entendimiento de oficiales de extracción popular, el teniente Marechal (Jean Gabin) y el judío Rosenthal (Marcel Dalio); por el otro, la lealtad y respeto aristocráticos que siente el capitan Von Ruffenstein (Eric von Stroheim) por su prisionero noble, De Boeldieu (Pierre Fresnay) -dos seres ligados por una partícula antes del apellido, señal de abolengo, y por un sentido de la fatalidad, la de su propia clase aristocrática condenada por la guerra a la extinción o a una supervivencia azarosa.

La trama de una fuga del campo de prisioneros es apenas accesoria: una ilusión rápidamente frustrada. El acento heroico de la resistencia nacionalista de los oficiales tiene sólo un momento magistral, cuando al escuchar las noticias de una derrota entonan La Marsellesa (escena que retoma Michael Curtiz seis años después en Casablanca). El resto es escepticismo y desencanto -conciencia en unos de lo poco que cambiará la guerra su condición de proletarios; certidumbre en otros del triunfo inevitable del modernismo pequeñoburgués sobre las tradiciones de la vieja nobleza europea-. Una gran ilusión: la fe en la fraternidad entre las clases sociales; otra más, la confianza en la desaparición de las fronteras; una más, la de un nacionalismo conciliador capaz de abolir los conflictos sociales y corregir y engrandecer la naturaleza humana. En el encuentro pastoral entre Marechal (Gabin) y la viuda alemana Elsa (Dita Parlo), hay todavía otra gran ilusión: la de una plena realización amorosa. Uno a uno los personajes deben abandonar sus certidumbres y continuar el combate luego del paréntesis de la reclusión forzada, creyendo en la última ilusión, la más cruel de todas, la de una guerra que al terminar nunca más volverá a comenzar.

El ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, calificó esta película como un peligro de primer orden, una verdadera amenaza, y ordenó confiscar todas las copias. Durante la ocupación de París, tres años después, se cumplió cabalmente el propósito. Considerada justamente una de las obras maestras de Renoir, La gran ilusión se volvió a partir de los años cincuenta casi una cinta de culto en las salas de arte. Gabin, Fresnay, Dalio y Von Stroheim ofrecen no sólo actuaciones memorables, sino un tejido de relaciones sociales tan complejo y sutil como el de La regla del juego entre patrones y sirvientes. La copia que hoy se ofrece es óptima, como también lo es la oportunidad de descubrir esta cinta o volver a disfrutarla.

Ť Carlos Bonfil Ť