José Cueli
El precongreso en la UNAM
El tiempo parece detenerse. Recuerdo mis reflexiones en torno del CEU y pareciera que lejos de avanzar hubiésemos transitado por espirales del tiempo y quedar atrapados en el mismo punto, congelados en el tiempo.
El proceso de cambio en la UNAM está con seguridad compuesto de varias fases, pero la motivación que lo produjo debiera localizarse en un momento preciso y entender un poco más sus orígenes. Esta parece surgir de un choque entre culturas, simbologías, necesidades y, por ende, formas de creatividad y expresión diferentes. Sin advertirlo el tiempo fue desajustándolo todo, removiéndolo, en incesante deterioro, transformándolo; de tal modo que nos engañó tanto como nos sorprendió. De pronto nos encontramos ante el rostro de un desconocido para el cual nosotros, a su vez, resultábamos extraños. El otro aún no tenía palabra, pero sí crecía en número, no tenía historia ni proyecto reflexivo pero sí vocación y vida.
El reto para la UNAM era, desde hace tiempo, la medida y sustancia de la palabra, su habilidad e inteligencia para integrar a esta nueva generación con actitudes, tiempos, espacios e idiosincrasia diferentes. Con el paso del tiempo lo que nos reveló de manera brutal fue lo fácil que resulta perder el convencimiento de lo estable para ceder a la pasión obcecada.
Las circunstancias en la UNAM cambiaron con brusquedad, tambaleándose sobre su fundamento, cuando un grupo quiere modificar su ley, una forma de existencia que nos daba la sensación de permanencia inmutable y que nos brindaba una gran seguridad, sin captar que por debajo de la rutina diaria, una nueva generación luchaba por una nueva concepción de universidad; la integradora de alumnos, con otra visión de país y de mundo, que arrasó con las fantasías de lo que la UNAM era o creía ser, siendo sustituida por otra fantasía de nuevo academicismo milagroso al margen de las élites académicas. Una fantasía que, de la noche a la mañana, convirtió a algunos alumnos radicales en nuestros enemigos, en escépticos vengativos.
Hacíamos como que hacíamos sin hacer y la UNAM les sonó a falsa hasta tener severos resquebrajamientos. Apareció un curriculum manifiesto que estaba en lo latente, presente en la República, con sus desigualdades; de repente se concentró en la ciudad, en la UNAM, y nos mostró su condición inconsciente de eventos desarticulados, no en su contenido sino en su consistencia, expresada en esta nueva generación (a la que veíamos sin ver, sin sentir, cumpliendo su papel viviendo su vida, mostrándonos las costumbres que representaba del mosaico del país), con sus distintas significaciones de carácter social, sus maneras, sus dichos, sus vestimentas, su moral, sus hábitos y, por tanto, sin constituir una materia coherente y organizada.
Así el mundo universitario no era como algunos sentíamos, de existencia cabal e inmutable. Lentamente, hiciéramos como hiciéramos se nos fue desvaneciendo tal y como la concebíamos, para convertirse estruendosamente en otra cosa, en otro mundo, que ya no es aquel en que se refleja la importancia de la palabra.
Este desajuste, esta disipación de las cosas, de las normas mínimas de la academia tradicional se difuminaron al compás de una extraña y ruidosa melodía, para habiendo sido, progresivamente dejar ser, en medio de un barullo amenazador y enemigo de la palabra y la escucha para verse arrastrado por un ''algo" nuevo, sin saberse con claridad para qué se quiere estar, pues la universidad era algo más, mucho más, que estar adentro de la universidad.