MAR DE HISTORIAS

"Las conspiradoras"

* Cristina Pacheco *

 

Ariel siguió contemplando la fotografía. Al fin cedió al impulso de recorrerla con el índice. Lo hizo con suavidad, como si temiera interrumpir la charla, plasmada para siempre en la foto, de Leonor con una mujer de la que sólo era posible mirar el perfil y parte de la espalda. La inclinación de su hombro izquierdo reflejaba la intimidad de una confidencia. "Algo terriblemente gracioso y perverso", pensó Ariel cuando observó de nuevo los ojos brillantes y la sonrisa de Leonor.

Eran las nueve de la noche. Apenas una hora antes Ariel había entrado en su departamento. El silencio y la quietud le recordaron la conversación telefónica sostenida esa tarde con Olga: "Mi amor: voy a ir con July a ver El lago de los cisnes. Termina a las diez. Estaremos de regreso antes de las once. ƑTe dejo la cena o nos esperas?" A dos pasos de Ariel estaba Jaina, su compañera de oficina, y él decidió responder: "Espero. ƑNovedades?" Olga le contó una serie de incidentes domésticos y al final le dijo: "Nos mandaron una revista de fotografía. Ya la vi. Está bonita. Como sé que estas cosas te interesan te la dejo en la mesa del comedor". El le dio las gracias y en seguida Olga le murmuró: "Promete que me extrañarás". Era el tipo de frases que su mujer le decía con frecuencia, sin imaginarse hasta qué punto le agradaban a Ariel: lo hacían sentirse menos esposo, menos casado.

Ariel encendió la luz. Junto al clóset de la entrada vio la mochila de July. "Mañana va a estar en chino levantarla para que vaya a la escuela", murmuró, y siguió de largo hacia la recámara. Sintió un cosquilleo en el estómago al ver sobre la cama la ropa que Olga se había quitado a toda prisa para salir volando a la función de ballet. Se alegró de que Olga no lo hubiera invitado. Arrojó el saco sobre la cama y fue a la cocina, dispuesto a tomar una cerveza. Sería divertido beberla mientras ojeaba la revista.

Click. "!Qué originales!", dijo irónico cuando tomó la publicación y leyó el título. Comenzó a mirarla sin fijarse dónde pisaba. Lo atrajo la foto de dos niños que enarbolan varas como si fuesen espadas. "Gladiadores" (1989), Primer Lugar.

Más interesado, Ariel pensó que quizá pudiera enviar al próximo concurso la serie de fotos que le había tomado a July en Cantona. Imaginó una serie de títulos alusivos al contraste de las piedras milenarias y los siete años de su única hija. "Siete años", repitió, como si nunca antes se hubiera dado cuenta del tiempo transcurrido. Volvió a la sala. En el momento de encender la lámpara la revista se le escapó de las manos y cayó al suelo. Entonces descubrió la fotografía de Leonor.

Absorto en las facciones que en secreto había anhelado mirar durante años, Ariel no reparó en el título de la fotografía: "Las conspiradoras" (1990). Lo descubrió cuando acabó de mirarla bajo todas las luces de la casa. Así, poco a poco, fue reconstituyéndose en su memoria el rostro que, pese a todos sus esfuerzos, había protegido a medias contra el paso del tiempo. Recordarlo, borroso y mutilado, con la única compensación posible frente a la pérdida de aquella mujer que, sin proponérselo él, aún habitaba sus sueños.

De pronto Ariel percibió algo que aumentó su inquietud: en la foto Leonor aparecía con el vestido estampado que llevaba la tarde en que la vio por última vez. La coincidencia le sugirió un pensamiento obscuro y vago. De prisa fue a colocarse bajo el candil de la sala, decidido a escudriñar todos los detalles de la imagen.

Primero observó a la acompañante de Leonor. Consideró premeditado y malévolo que la mujer no se hubiera vuelto ni un centímetro hacia la cámara. Se acercó la revista a los ojos, analizó la silueta pero no logró asociarla con ninguna amiga de Leonor.

Sin darse cuenta Ariel sintió celos de aquella mujer que había convivido, quién sabe por cuánto tiempo, una tarde con Leonor mientras él estaba... "ƑDónde y haciendo qué cosa?" No logró precisarlo, pero dio por seguro que habría estado, como siempre, esperando ansioso la hora de encontrarse a solas con su amante.

Ariel sintió curiosidad por adivinar dónde se habrían reunido Leonor y la mujer de negro. Miró la foto con celo de miniaturista. Las mesas puestas en hilera contra la pared lo hicieron comprender que se trataba de una cafetería muy distinta a la que él y Leonor frecuentaban. Inhóspita y estrecha, le recordó las que hay en estaciones y terminales. Un sabor amargo le llenó la boca. Tomó el vaso y bebió de golpe los restos de cerveza.

Cerró los ojos, pero la imagen siguió fija en su memoria. Volvió a mirar, esta vez decidido a concentrarse en la mesa que compartían Leonor y la otra. Cuando Ariel se dio cuenta de los términos con que acababa de referirse a la mujer lo asaltó un pensamiento morboso y lo rechazó. Para desterrarlo definitivamente se concentró en las manos de Leonor: la izquierda empuñada, la derecha, abierta, casi tocaba el brazo de su acompañante.

Ese detalle de la fotografía lo remitió al disimulo con que él o Leonor deslizaban sus manos sobre el escritorio de la oficina para tocarse, sin ser descubiertos por sus compañeros de trabajo, mientras llegaba el momento de un encuentro más íntimo e intenso. La asociación le pareció repugnante y arrojó la revista al suelo.

Cayó cerrada junto a la pata del sillón. Ariel tuvo miedo de tomarla otra vez y de verse inevitablemente atrapado en el misterio de aquella imagen. Su inquietud aumentó cuando imaginó a Leonor y a la otra, envueltas en la misma luz y compartiendo el mismo secreto. Necesitaba descubrirlo. La urgencia le dio valor para acercarse y levantar la revista. Volvió a leer el título: Click. ƑLeonor y su misteriosa acompañante habrían oído el clik de la cámara al ser accionada o estaban tan absortas en su conversación que ni siquiera advirtieron la presencia del fotógrafo? Quizá hubieran posado.

Ariel desechó esta última posibilidad. La foto tenía la fresca indiscreción de una instantánea al grado de que, cuando volvió a abrir la revista, imaginó que miraba la escena a través de una cerradura. Sintió ardor en los ojos, los cerró y escurrieron las lágrimas. No había vuelto a llorar desde la noche en que, diez años atrás, Leonor lo dejó esperando.

De golpe Ariel recuperó el recuerdo de aquel día. Era lunes. Como siempre, a partir de las seis de la tarde, los jefes de sección se reunieron con el gerente general para hacer ajustes y cambios en la estrategia de ventas. Antes de entrar en la sala de juntas, él se había detenido en la oficina de Leonor. Le pareció más linda que nunca con aquel vestido estampado. "Te queda maravillosamente. No te lo conocía, Ƒes nuevo?" Ella soltó una carcajada y se dejó admirar. "ƑVas a permitirme que te lo quite?", le había preguntado, esforzándose por respetar la distancia que el escritorio marcaba entre sus cuerpos.

Ariel se detuvo en ese punto del recuerdo y luego retrocedió a la escena anterior, como si se tratara de una cinta grabada. "ƑVas a permitirme que te lo quite?" No encontró respuesta y se dio cuenta de que Leonor no le había dado ninguna, pero en aquel momento interpretó el silencio de su amante como una promesa. Salió de la oficina embriagado con la perspectiva del encuentro. Jamás ocurrió. Leonor no llegó a la cita, en su teléfono nadie contestó y tampoco reapareció en la oficina. Ariel la había buscado por todas partes durante mucho tiempo. Dejó de hacerlo antes de perderse él mismo.

Fue en ese momento cuando Ariel reparó en el título de la foto premiada con mención honorífica: "Las conspiradoras" (1989). Cerró la revista, decidido a guardarla en algún sitio donde sólo él pudiera mirarla. ƑPara qué? Para intentar, quién sabe por cuántos años, descubrir el misterio de la foto. Se sintió incapaz de semejante tortura y rompió la revista. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho quiso dar marcha atrás, pero era demasiado tarde. A sus pies estaban dispersos los trozos de papel. En uno alcanzó a ver, por última vez, los labios entreabiertos de Leonor.