EL TONTO DEL PUEBLO Ť Jaime Avilés
UANL: un hospital asesino
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Para reír y llorar. Cuando a Oscar Bulnes le dijeron que unas "revoltosas" habían instalado un campamento de protesta en la Macroplaza de Monterrey, su primera e instintiva reacción fue buscar una forma suave e ingeniosa para desalojarlas. Debe ser aclarado que el señor Bulnes trabaja como secretario de Desarrollo y Obras Públicas del gobierno panista de Nuevo León, lo cual tal vez ayudará a explicar lo que sigue. Que no es poca cosa por cierto.
Bulnes, cabe suponerlo, se exprimió el seso ideando la fórmula correcta y pronto envió un inspector hasta el lugar de los hechos con instrucciones más que puntuales. Este buen hombre, cuyo gracia la historia no recuerda, se encontró con una casita de plástico sostenida por un endeble armazón tubular. Y sin mayor empacho preguntó a las mujeres si por ventura contaban con "la adecuada licencia de uso de suelo para realizar sus actividades" (y que luego no salga nadie con que no hay "normalidad democrática" en el país).
Las mujeres no sólo respondieron que no, por supuesto que no, sino que llamaron a la prensa y dieron la noticia a los cuatro vientos. Los periódicos de la primera ciudad texana de México ridiculizaron a Oscar Bulnes por su infortunada ocurrencia y éste, con instinto de conservación, hizo nuevas declaraciones para sacarse la espina. "Fue un malentendido", aseguró. "Lo que hicimos fue verificar que la construcción no representa un peligro para ellas."
Como tales palabras no atenuaron la impresión de que Oscar Bulnes habla y actúa como un tarado, el secretario general de Gobierno acudió en su auxilio y dijo a los periodistas: "Las enfermeras del Hospital Universitario que efectúan un plantón en la Macroplaza tienen todo el derecho de protestar, pero no se pueden quedar ahí toda la vida".
Si los generosos lectores han acabado ya de reírse de tales sandeces, lo que sigue los incitará a pensar que Oscar Bulnes y José Luis Coindreau bromean a costa del dolor de los pobres y se comportan, en realidad, como auténticos criminales.
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ƑQué hay tras el humor de Oscar Bulnes? Todo comenzó muchos años atrás en el hospital de la Universidad Autónoma de Nuevo León, un "centro de salud" con 700 camas frecuentado por seres humanos de escasos recursos (sí, hombres, mujeres, niños y ancianos, cosa que nunca tomaron en cuenta las administraciones priístas y panistas de la entidad que lo han degradado), en donde el neoliberalismo produjo con tesón un auténtico batidillo de horrores con el obvio afán de privatizar el nosocomio.
Hoy por hoy, debido a la austeridad reinante y a la condición inhumana de quienes la practican, en el hospital universitario de Monterrey conviven, por ejemplo, tendidos en camas contiguas, un paciente de quimioterapia (bajo en defensas) con un enfermo de neumonía (altamente contagioso), mientras en el suelo (sí, leyó usted bien) aguarda una víctima de apendicitis que espera turno para ingresar en el quirófano.
Durante las guardias nocturnas, en la sala de terapia intensiva, las enfermeras disponen, cada una, de ocho jeringas, para cuidar, también cada una, a tres pacientes. Estos se hallan conectados a toda clase de mangueras y aparatos sin los cuales morirían, y por lo general requieren hasta de 20 inyecciones cada dos horas para recibir el complejo coctel de medicamentos que los mantiene con vida. ƑCómo le hacen sus ángeles de la guardia para atenderlos? Siga usted leyendo y lo sabrá.
En el departamento de intendencia, encargado de la supuesta limpieza "absoluta" del hospital, los trabajadores batallan hace una década exigiendo que los residuos quirúrgicos -;la "basura" de la mesa de operaciones, para decirlo rápido, sangre, fragmentos de vísceras y otros despojos del cuerpo humano, pero también agujas, ampolletas inyectables o cuchillas de bisturí-- sean empacados en contenedores adecuados para impedir que quienes los manipulan se infecten y contraigan enfermedades incurables.
Hagamos, entonces, un alto en el camino para resumir: cuando Oscar Bulnes afirma que le preocupa la eventualidad de que una casucha de plástico se derrumbe sobre las personas que la habitan, su gracioso chascarrillo encubre una verdad trágica. El funcionario pretende olvidar que esas mismas personas se juegan la vida y la salud propia, y de los suyos a diario, manejando desechos que pueden matarlos. Pero el gobierno de Nuevo León prefiere ser chistosillo y benévolo. Está bien, pues, que protesten, pero no afeen la Macroplaza para siempre, como les dijo don José Luis Coindreau, hoy por hoy, regio ilustre (mañana, ya veremos...).
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Las macabras respuestas del doctor Ancer. Si usted dirige un hospital y no mueve un dedo para impedir que un enfermo sin defensas y un enfermo contagioso compartan la misma habitación, mientras un tercero desfallece en el suelo, cualquiera supondrá que es usted o bien un irresponsable o bien un inepto. El doctor Jesús Ancer atraviesa por tal disyuntiva y como Johnny Walker, sigue tan campante. Algún día el gobierno panista de Nuevo León sabrá premiarlo.
En 1998, el doctor Jesús Zacarías regenteaba el Hospital Universitario en las mismas condiciones que han sido aquí descritas. En 1999 renunció a su cargo... y fue ascendido a secretario de Salud en el gabinete de Fernando Canales Clariond, el hombre de las macrocejas. Entonces lo sucedió el doctor Jesús Ancer, quien era su segundo de a bordo.
Bajo la administración de este sujeto -;el sonido de cuyo apellido significa "respuesta" en inglés-;, se desató una represión feroz contra los activistas de los trabajadores. El 21 de diciembre de 1999, un total de 22 enfermeras (el sector más activo de esta lucha) fueron despedidas sin causa justa ni aviso previo. Una de ellas recuerda: "Llegué a las siete de la mañana, chequé tarjeta y me fui a trabajar. Cumplí mi turno y cuando me acerqué al reloj checador vi que ya no estaba mi tarjeta. Fui a preguntar por qué y me dijeron estás despedida, repórtate al jurídico".
Las 22 mujeres protestaron por la arbitrariedad y el doctor Ancer les dio una respuesta: si aceptaban la medida recibirían un aumento de 30 por ciento sobre su liquidación. Como rechazaron la oferta, entablaron una demanda legal y exigieron que las reinstalen de inmediato. Ante el silencio de Ancer, decidieron salir a la calle e instalaron su campamento frente al palacio municipal de Monterrey donde, solas de toda solemnidad aparente, se pudren bajo el sol y tiritan de rabia hace ya 64 días y 64 noches.
Ellas son la punta del iceberg, pues encabezan a todo un movimiento sobre cuyos activistas pesan las peores amenazas. Hasta la fecha, dicen, "hay 169 compañeras a las que pueden despedir igual que a nosotras en cualquier momento". Todas pertenecen a la sección uno del Sindicato de Trabajadores de la Universidad Autónoma de Nuevo León (STUANL), cuyo "líder", Mario Burgoa González, posee "tres mansiones y un rancho", dirige pandillas de golpeadores y se encarga de intimidar a los disidentes.
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Basura tóxica, el gran negocio. A finales de los años setenta, época de emergencia contestataria en Monterrey, el STUANL era encabezado por Cástulo Hernández Gálvez, un hombre honesto que militaba en el Partido Comunista Mexicano y luchaba por la democratización de la universidad. Era de la clase de personas que francamente aborrecía el gobernador Alfonso Martínez Domínguez, y con el tiempo y a la usanza de su conocido oficio político, logró destituir a Cástulo.
Desde ese momento, el sindicato se charrificó. Por sus estructuras han desfilado personajes tan siniestros como el Mario Burgoa que en este caso nos ocupa. En combinación con el doctor Ancer ha logrado reunir una importante fortuna sacándole provecho, precisamente, a la basura del hospital.
Hablan las enfermeras: "todo el vidrio que sale se recolecta en botes comunes y corrientes. Botellas de suero, cristales de laboratorio, etc. Todo lo que sea de vidrio va a dar a los botes, todo junto, el vidrio común, digamos, y el que trae virus y residuos infecciosos. Bueno, todo eso lo mandan a moler y lo venden, haciendo un buen negocio, pero poniendo en riesgo la salud de la población. Nosotras lo hemos denunciado hasta cansarnos. Por eso también nos corrieron".
Mientras Burgoa disfruta de sus residencias, las enfermeras en lucha sacan cuentas de lo que han obtenido a lo largo de su heroica vida laboral. María Eulalia Reyna Martínez, con 28 años de actividad, tenía un sueldo de 3 mil 600 pesos mensuales, pese a que se graduó en la universidad al cabo de cuatro años de estudios. En 1998 sufrió un accidente y se dislocó dos vértebras, causándose una lesión que hoy le impide caminar sin dificultad. Cuando su estado físico empeoró, el doctor Ancer ordenó que dejaran de darle "incapacidades". Y cuando ella elevó su protesta, se incorporó, sin saberlo, a la lista de las despedidas del 21 de diciembre.
Una enfermera general, con 16 años de antigüedad, gana 3 mil pesos mensuales. Y un empleado de limpieza, con 23 años de servicio, cobra 2 mil 200. ƑCuánto pagan de cuota sindical? Un porcentaje mínimo, desde luego. ƑDe dónde ha sacado Burgoa el dinero para adquirir sus residencias?
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El caso de María Estrada. Apenas el 5 de febrero pasado, María de la Luz Estrada, enfermera general, murió de tuberculosis después de haberse infectado trabajando en el hospital. Ella no supo que estaba gravemente enferma sino cuando un médico se lo informó, antes de comunicarle que había contagiado igualmente a su esposo y a sus tres hijos. Furiosa por la contrariedad, solicitó que se le pagara la póliza de riesgo, esto es, un sobresueldo de 30 por ciento. La empresa no sólo le dijo que no sino que la obligó a desistirse con un argumento simple: "Si no te retractas, entonces a ver dónde van a curar a tus familiares...".
Indignada e indefensa, murió a los 31 años. Tenía la suerte de contar con una plaza fija, dentro de una "institución de salud" donde muchos empleados están como al principio de su carrera, firmando contratos "temporales", de 28 días, desde hace 14 o 15 años.
Las enfermeras despedidas trabajan, casi todas, en la sección de Infectología y no son las primeras en demandar la póliza de riesgo. En otras áreas como Oncología (enfermos de cáncer), Medicina Nuclear (radiaciones de cobalto), Radiología (rayos X) y Laboratorios (por los que desfilan todos los virus del planeta), los trabajadores han obtenido ya esa discutible prestación, en un hospital que escandalizaría al propio Semmelweiz, el padre de la higiene quirúrgica.
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ƑA dónde van los donativos? El Hospital Universitario de Monterrey es subsidiado por el gobierno estatal así como por instituciones privadas de caridad pública e incluso la Secretaría de Salud del "gobierno" de Zedillo. A pesar de tan diversas fuentes de captación de dinero, día tras día y noche tras noches, médicos, anestesistas y auxiliares realizan complicadas maniobras antes de meterse al quirófano.
"Como nunca hay suficientes cubrebocas o botas de papel, los doctores se las arreglan para confeccionarse lo que necesitan usando los gorros. Se ponen un gorro en la cabeza, otro en la boca y otros en los pies. Así operan, exponiéndose a que les falle el invento y se les caiga un pelo dentro de la herida que están atendiendo", dicen las que protestan.
En la sala de partos no hay almohadillas de Kelly (que se colocan bajo los riñones de las señoras que están dando a luz). Las enfermeras utilizan envases de cartón para hacerles menos incómodo el trance. Y cuando les dan 8 jeringas para mantener vivos 12 horas a pacientes que en el mismo lapso requieren 80 o 100 inyecciones, las "revoltosas" pasan la noche limpiando los odiosos adminículos o pidiéndolos en otras áreas a fin de cumplir con su deber.
La pequeña casa de campaña que sigue en pie frente al palacio municipal de Monterrey sugiere algunas preguntas. ƑNo sería urgente la intervención de las máximas autoridades sanitarias? ƑNo sería deseable la inmediata reinstalación de las enfermeras despedidas? ƑNo sería óptimo que le practicaran una auditoría al doctor Ancer? ƑNo cabría pedir la renuncia de Oscar Bulnes y José Luis Coindreau? ƑNo sería delicioso que el mundo fuera sólo un poquito mejor?