SABADO 25 DE MARZO DE 2000
Ť La flauta mágica, ópera con la que Sergio Vela se afianza como director escénico
Con la sonrisa de Mozart, comenzó el Festival del Centro Histórico
Ť El público que asistió anteanoche al Palacio de Bellas Artes refrendó una leyenda negra
Ť La oferta cultural de la versión 16 del encuentro se caracteriza por su calidad
Pablo Espinosa Ť Florecen jacarandas. La lluvia morada de sus pétalos se extiende por las calles y se asoma a los palacios. Nacieron todas las flores. Las noches de estos días floridos tienen desde ahora motivos de brillo renovados, pues con la sonrisa de Mozart fue inaugurado el decimosexto Festival del Centro Histórico (FCH), un agasajo de las artes, un privilegio que se extiende en esta ocasión desde su sede tradicional, el Palacio de Bellas Artes, símbolo cultural del poder aristocrático, hacia el Zócalo del país, signo político de lo popular por antonomasia.
De Bellas Artes al Zócalo
La modalidad que se inauguró con esta versión del festival consolida una vertiente que ya era tradición en sus programaciones: las actividades callejeras, sin que los asistentes deban desembolsar las pequeñas fortunas que tradicionalmente pagan los asiduos en recintos cerrados de este festival añejo.
Lo novedoso consiste en que una mayor cantidad de actos que se presentan en Bellas Artes, también podrán disfrutarse en el Zócalo capitalino, con entrada libre en la plancha del ombligo de la ciudad.
Tal equilibrio patentiza otra novedad: hace relativamente corto tiempo que el PRD gobierna la urbe y ya es una costumbre sana la actividad cultural en el Zócalo. Una tradición a la que se suma el FCH.
Los contrastes son, por tanto, más notorios. La noche del jueves, en la mismísima sesión inaugural, el público asistente a Bellas Artes refrendó una leyenda negra ganada a pulso y que incomoda a muchos así sea siquiera mencionada: la evidencia de que el Festival del Centro Histórico es en porción considerable un encuentro de señoras ricas y adinerados villamelones, a quienes en las programaciones oficiales se les informa, de manera indispensable y como parte fundamental, de los cocteles, las cenas y los socialitos.
Que nieguen eso los teléfonos celulares que no dejaron de sonar durante las tres horas de representación de la ópera La flauta mágica, anteanoche en Bellas Artes. Que nieguen eso las incontinencias aplaudidoras de la villamelomanía elegante: cada pausa mínima, cada calderón que asemejase un tan-tan, era una andanada de aplausos con la urgencia de la cena, del coctel, pues la función de ópera parecía mero pretexto para la conversación, para amenizar el taco. Soy totalmente Palacio... de Bellas Artes, puede decir la seudoculta aristocracia. Soy totalmente Palacio... Nacional, puede decir la masa popular estas noches en el Zócalo.
Un prestigio ganado a pulso
En contraparte a este sambenito, el Festival del Centro Histórico llega a su versión 16 con un prestigio igualmente ganado a pulso. La programación habla por sí sola. Baste decir que en el área musical es tan sólida como la de los recientes festivales cervantinos. La calidad es el signo mayor de esta espléndida fiesta de cada primavera.
La función inaugural comprueba este altísimo nivel artístico de manera contundente. Con este nuevo montaje, Sergio Vela se consolida, a su vez, como el gran maestro de dirección de escena operística que ya había demostrado sus alcances con, por mencionar un solo ejemplo, una puesta en escena histórica de Tristán e Isolda, ópera de Richard Wagner.
La conjunción afortunada de sus diversos componentes, la hondura y desenfado simultáneos de su recio trazo escénico, una escenografía sintonizada casi a la perfección, al igual que los vestuarios, la batuta exacta de Marko Letonja, el rendimiento canoro del elenco, pero sobre todo una capacidad de riesgo monumental, de proposiciones lúdicas inmensas, hacen del montaje de La flauta mágica, con el que se inauguró el Festival del Centro Histórico, una impronta cultural avasallante.
Lourdes Ambriz, acariciar lo sublime
Como en toda propuesta que valga la pena, las posibilidades de polémica están presentes en este montaje que arriesga, y mucho, pero que no declina. Cierto: lagunas aún por llenar, problemas de continuidad, aproximaciones al precipicio en cuanto, por ejemplo, Papageno se excede en sus devaneos histriónicos y está a punto del capulinazo, pero nunca cae.
Frente a eso, precisamente la fascinación del riesgo, la aventura teatral, centrada en la presencia escénica de Sasha Sökol, cuya inclusión focaliza el gran acierto, pues por vez primera en México una ópera tiene una dosis tan inmensa de teatro, Ƒy qué carajos es la ópera sino teatro?
En la suma de aciertos debe destacarse la belleza de la línea de canto, la emisión de sonido portentosa del tenor Francisco Araiza, no obstante haber evidenciado dificultades (Ƒla altura, los microbios que andan sueltos?) en el primer acto, y ese momento de perfección mozartiana que protagonizó la soprano Lourdes Ambriz, una de las grandes, extraordinarias cantantes mexicanas, en su aria del desconsuelo del segundo acto, donde alcanzó, acarició y superó nada menos que lo sublime.
Son tantos los logros de esta puesta en escena que dirige Sergio Vela y tan corto el espacio que, como siempre, debe el lector hacer sus propios juicios, soberanos: este domingo 26, a partir de las 16:50 horas, Canal 22 de televisión transmitirá en vivo la segunda función de La flauta mágica, ópera de Wolfgang Arcangélicus Mozart, desde el Palacio de Bellas Artes. No se la pierda. Sea totalmente Palacio... de Bellas Artes.