SABADO 25 DE MARZO DE 2000

Ť Algunos internos se dejaron vencer por Eros ante los muslos de las bailarinas


Cualquier rostro pétreo pudo transformarse en alegre máscara, merced a las coreografías

Ť Entre el público había seres capaces de abandonarse a la belleza del canto de un ave o... de matar

Mónica Mateos Ť Una señora de edad, una abuelita, se encuentra también entre el público -que presencia la danza de Ballet Independiente-, con la vista, fatigada y triste, fija en el escenario. Es su mejor pretexto para no tener que mirar a los ''locos" (la sola palabra la hace temblar), que se rolan el único par de cigarros de la tarde o que ahuyentan la sed con buches de refresco o que, aparentando tranquilidad, no dejan de mover con nerviosismo la pierna.

ballet-enfermos-mentales-10-jpg La mujer hace ''como que está sola", ''como que no conoce a nadie", hasta que un muchacho se le acerca, balbuceando, y ella lo llama: ''Siéntate acá, junto a mí, hijito". Y ya no le importa que del otro lado un interno se desabroche la camisa para rascarse su gran panza, ni que los de atrás se empiecen a masturbar cuando las chicas del Ballet Independiente enseñan muslo.

De la hostilidad a la mirada dulce

Los reclusos ''bien portados y acomedidos" ayudan a traer más sillas, porque además de las visitas, salen de sus refugios-oficinas las secretarias, empleados y médicos que trabajan en el Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial.

Todos quieren ver la danza del grupo dirigido por la coreógrafa Magnolia Flores. En la primera fila se sientan ''los que viven afuera" de ese lugar que durante una hora, dada la convivencia de bailarines, periodistas, celadores, empleados administrativos y ''desequilibrados mentales", se convirtió en espejo poliédrico, pues merced a las coreografías cualquier rostro pétreo pudo transformarse en alegre máscara de abuelo chimuelo, y viceversa.

La esbelta bailarina que interpretó un fragmento de la pieza Tema y evasiones (de Raúl Flores Canelo) fue un hada que, con el conjuro de sus giros envueltos en blancos tules, hizo tornar los hostiles ojos verdes de un fornido hombre -un reflejo irónico del ''guapo Ben", por su ruda complexión-, en una dulcísima mirada a punto del llanto.

Asimismo un anciano aprovechó para echarse una pestañita, mientras su compañero, más joven, lo observaba con fervorosa atención, ignorando la escena de la coreografía Aquí, allá y acullá.

Un interno que llegó tarde, muy educado, saludó de mano a todo aquel que encontró camino al muro donde se recargó para asolearse, escuchar la música de sus walkman, aplaudir al Ballet cuando ejecutó pasos de polca, vals, tango y rock and roll, y cotorrearse a los custodios que meneaban los hombros al ritmo del espectáculo.

Al final dejó todo -hasta se desenchufó los audífonos- para contemplar, durante un tiempo que no somos capaces de calcular, un pajarito café que se posó en lo más alto de la barda, justo donde se crispa más metálica y rigurosa la espiral de alambre de púas que resguarda a los de afuera de las potencias insondables de estos hombres deshilachados, capaces de matar y de abandonarse a la belleza del canto de un ave.