SABADO 25 DE MARZO DE 2000
Ť Ballet Independiente llevó su arte al Cevarepsi, en Xochimilco
Hombres de ''mente enferma'', víctimas del tiempo y el olvido
Ť De 154 reclusos sólo la mitad, ''con patología pacífica'', disfrutó ''la hora de la danza''
Ť La mayoría de los internos perdió el afecto de familiares y amigos, además de ''la razón''
Mónica Mateos Ť Que nadie escape. Una espiral de alambre de púas recorre las paredes altas y grises de la cárcel. Tal envoltura violenta supone una necesidad del mundo exterior para protegerse de 154 hombres que afuera son considerados locos y, además, delincuentes.
Es el Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial (Cevarepsi), ubicado en la Delegación Xochimilco.
Los jueves es día de visita, pero son escasas las personas que llegan en busca de algún huésped de ese centro. La mayoría de los reclusos, además de ''la razón", perdieron el afecto de sus familiares y amigos. Quizá por eso, poco a poco, se han mimetizado. Puede que hayan ingresado con la furia o el miedo a flor de piel, con apariencia y vestimenta de ''cuerdos", con ganas de ''ser normales".
Pero se los ha tragado el tiempo. Tras los muros infranqueables para ellos, sus cuerpos tienen señales de olvido, además de las que advierten que su mente no es igual a la de quienes se nombran normales.
Los han rapado y en algunos se observan surcos de cicatrices, bastante hondas; su piel es oscura, como si pasaran muchas horas bajo el sol; los músculos de sus rostros se han endurecido o deformado, de tanto querer reír y no saber para qué.
Son hombres deshilachados: jóvenes y viejos, inocentes y culpables, frágiles y ásperos, buenos y malos, todo a un tiempo. En el espacio que habitan se vale eso y cualquier extremo. Tienen instalado en un huequito oscuro, bajo las escaleras del edificio principal, un altar a la Virgen de Guadalupe, al que se accede como si se bajara al infierno y que, sin embargo, siempre está lleno de claveles rojos y de fe.
Ojos que conocen paraísos y pesadillas
Estos hombres ''de mente enferma" se parecen entre ellos y se juntan en un rincón para cuchichear acerca de los que vienen del mundo exterior a ''entretenerlos", a ''darles terapia" u observarlos con curiosidad y temor. Por estar ''deschavetados", a los 154 reclusos del Cevarepsi se les atiende ''mejor que en cualquier otra cárcel u hospital siquiátrico", dicen las autoridades del establecimiento, ''porque se les trata de curar", porque sólo ellos conocen los paraísos o pesadillas que miran sus ojos.
Tienen que obedecer cada vez que los custodios les indican: ''Es hora de comer", ''es hora de salir al patio", ''es hora de la consulta", ''es hora de dormir", ''es hora de portarse bien". No les sirve de mucho poseer un nombre propio, todos son llamados ''internos inimputables", término que, según definición legal, se aplica a ''aquellos que padecen un trastorno síquico previo a la comisión de un delito". Pero también llegan a ese reclusorio los que han enloquecido por estar encerrados en los penales ''comunes".
El jueves pasado, la mitad de la población de este centro de reclusión acudió a ''la hora de la danza". Fue un privilegio que sólo pudieron disfrutar los que presentan una ''patología pacífica", pues a la otra mitad, los realmente peligrosos, pocas veces se les ve en los patios.
A mediodía, en grupos pequeños, los hicieron desfilar hasta el auditorio al aire libre donde presenciaron el espectáculo de la compañía Ballet Independiente. Algunos saben que con ello cumplen el requisito ''f" de su ''tratamiento preliberacional", el cual determina en ese sexto apartado que obtendrá su libertad ''quien demuestre participación constante en actividades culturales y deportivas".
Espera en silencio
Explicar en qué consiste cumplir los puntos anteriores, ''a", ''b", ''c", ''d" y ''e", sería como tratar de describir los trastornos sicológicos que padece alguien que confiesa esto: ''Maté a mi padre porque era más importante que yo, y yo quiero ser el más importante".
Hace calor, pero varios internos llegan con gorros de estambre o paliacates, del reglamentario color azul marino, como sus uniformes. ''Hace calor", vuelven a pensar ''los de afuera", es decir, las visitas (reporteros, fotógrafos, bailarines), pero al mirar a un recluso envuelto en su enorme cobija de franela y a otro con una toalla en el cuello a manera de bufanda, se sabe que ahí dentro el clima, como tantas otras ideas, es algo indefinible.
Uno de los que esperan en silencio y sentado muy derechito a que comience la función, es el más feliz de todos, pues aprieta fuerte, fuerte, contra su pecho a su hijo de dos años que llegó de visita; a su lado está su esposa, una jovencita morena, de largas trenzas negras, quien intercambia tímidas sonrisas con todo aquel que se cruza en su mirada.
Ť Algunos internos se dejaron vencer por Eros ante los muslos de las bailarinas
Cualquier rostro pétreo pudo transformarse en alegre máscara, merced a las coreografías
Ť Entre el público había seres capaces de abandonarse a la belleza del canto de un ave o... de matar
Mónica Mateos Ť Una señora de edad, una abuelita, se encuentra también entre el público -que presencia la danza de Ballet Independiente-, con la vista, fatigada y triste, fija en el escenario. Es su mejor pretexto para no tener que mirar a los ''locos" (la sola palabra la hace temblar), que se rolan el único par de cigarros de la tarde o que ahuyentan la sed con buches de refresco o que, aparentando tranquilidad, no dejan de mover con nerviosismo la pierna.
La mujer hace ''como que está sola", ''como que no conoce a nadie", hasta que un muchacho se le acerca, balbuceando, y ella lo llama: ''Siéntate acá, junto a mí, hijito". Y ya no le importa que del otro lado un interno se desabroche la camisa para rascarse su gran panza, ni que los de atrás se empiecen a masturbar cuando las chicas del Ballet Independiente enseñan muslo.
De la hostilidad a la mirada dulce
Los reclusos ''bien portados y acomedidos" ayudan a traer más sillas, porque además de las visitas, salen de sus refugios-oficinas las secretarias, empleados y médicos que trabajan en el Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial.
Todos quieren ver la danza del grupo dirigido por la coreógrafa Magnolia Flores. En la primera fila se sientan ''los que viven afuera" de ese lugar que durante una hora, dada la convivencia de bailarines, periodistas, celadores, empleados administrativos y ''desequilibrados mentales", se convirtió en espejo poliédrico, pues merced a las coreografías cualquier rostro pétreo pudo transformarse en alegre máscara de abuelo chimuelo, y viceversa.
La esbelta bailarina que interpretó un fragmento de la pieza Tema y evasiones (de Raúl Flores Canelo) fue un hada que, con el conjuro de sus giros envueltos en blancos tules, hizo tornar los hostiles ojos verdes de un fornido hombre -un reflejo irónico del ''guapo Ben", por su ruda complexión-, en una dulcísima mirada a punto del llanto.
Asimismo un anciano aprovechó para echarse una pestañita, mientras su compañero, más joven, lo observaba con fervorosa atención, ignorando la escena de la coreografía Aquí, allá y acullá.
Un interno que llegó tarde, muy educado, saludó de mano a todo aquel que encontró camino al muro donde se recargó para asolearse, escuchar la música de sus walkman, aplaudir al Ballet cuando ejecutó pasos de polca, vals, tango y rock and roll, y cotorrearse a los custodios que meneaban los hombros al ritmo del espectáculo.
Al final dejó todo -hasta se desenchufó los audífonos- para contemplar, durante un tiempo que no somos capaces de calcular, un pajarito café que se posó en lo más alto de la barda, justo donde se crispa más metálica y rigurosa la espiral de alambre de púas que resguarda a los de afuera de las potencias insondables de estos hombres deshilachados, capaces de matar y de abandonarse a la belleza del canto de un ave.