VIERNES 24 DE MARZO DE 2000

 


* Leonardo García Tsao *

El florecimiento de un cineasta

La actual cartelera capitalina refleja qué tanto el año pasado fue particularmente afortunado para el cine hollywoodense. Belleza americana, El impostor, El informante, La leyenda del jinete sin cabeza, El lunático, Magnolia, Tres reyes y ƑQuieres ser John Malkovich? son ejemplos de una renovada vitalidad que renuncia al rumiar sistemático de la fórmula probada, en favor de visiones más originales ųy hasta críticasų de su realidad. De esos títulos, quizá Magnolia, tercer largometraje de Paul Thomas Anderson, sea la más ambiciosa. El joven cineasta peca de pretensioso y en varias ocasiones la película amenaza con desmoronarse, pero sus logros son innegables.

Ya en su realización anterior, Juegos de placer (Boogie Nights, 1997), Anderson había dado cuenta de su interés por los relatos de una épica intimista, valga la contradicción, al narrar el auge y caída de una "familia" de pornógrafos californianos en la transición entre los setenta y los ochenta. Magnolia nuevamente se sitúa en San Fernando Valley y, aunque la acción transcurre en sólo 24 horas, desarrolla una narrativa bastante más compleja que relaciona a una docena de personajes emparentados por su soledad y desesperanza, entre otras instancias.

La cinta inicia con la ilustración de tres casos en que el azar ha provocado desenlaces de una cruel ironía. La coincidencia también interviene para entrecruzar estas historias: un anciano moribundo (Jason Robards) es cuidado por su joven esposa (Julianne Moore) y un sensible enfermero (Philip Seymour Hoffman), que intenta localizar al hijo distanciado de aquél para una final reconciliación. El hijo resulta ser una especie de gurú del ligue (Tom Cruise), que enseña la estrategia misógina de "seducir y destruir". Al mismo tiempo, otro viejo desahuciado (Philip Baker Hall) es el conductor de un exitoso programa de concursos; él también ha intentado acercarse en vano a su hija drogadicta (Melora Walters), quien encuentra compasión en un policía (John C. Reilly). En dicho programa, uno de los concursantes infantiles (Jeremy Blackman) se rebela a la presión ejercida por su padre (Michael Bowen). Lo que podría ser la versión adulta de ese niño (William H. Macy) vive de sus glorias pasadas e intenta algo desesperado para lograr atraer a un joven cantinero.

El modelo inmediato es, claro, Vidas cruzadas (1993). Altman es una influencia evidente en la obra de Anderson, con una diferencia: el cinismo y misantropía del veterano director es sustituida por el genuino afecto que Anderson profesa hasta para sus personajes más viles. Ese afecto lo lleva a dedicarle tanto tiempo a su caracterización, que la película parece estancarse en su primer acto, un efecto exasperante que se subraya con el empleo de una música machacona.

Según se revela, esa es la forma provocadora en que Anderson nos involucra en ese mosaico simétrico de relaciones conflictivas, signadas por la culpa, el abandono, el dolor, el engaño y, finalmente, la redención. Si bien el realizador se pasa de solemne y grandilocuente, debemos reconocerle su voluntad de riesgo. Magnolia se atreve a buscar una intensidad emocional que el gran porcentaje de cine hollywoodense ųincluso el de algunos autores prestigiadosų no llega siquiera a sugerir.

Respaldado por un reparto igualmente temerario, en el cual hasta Tom Cruise convence como un grosero promotor de la falocracia, Anderson transita por la tenue línea que separa lo sublime de lo ridículo. Dos secuencias ilustran lo exitoso de su propuesta. En un momento de tensión dramática, cada uno de los personajes rompe el tono naturalista para cantar por turnos Wise Up, una emotiva composición de Aimee Mann (desde Boogie Nights se apreciaba el oído privilegiado del cineasta para integrar la música pop a la textura, ritmo e intención de sus imágenes).

El otro ocurre cerca del final. Para no arruinar su efecto sorpresivo, sólo apuntaré que, aunque exagerado, aporta a la historia una dimensión bíblica, una sensación de fin del mundo, totalmente apropiado a lo que Anderson ha construido a lo largo de tres horas.

El acto de equilibrismo de P.T. Anderson se tambalea en los últimos momentos con convencionalismos hollywoodenses de reconciliación. No seamos demasiado severos. Magnolia, recordemos, es apenas su tercer largometraje.

 

Magnolia. D y G: Paul Thomas Anderson/ F. en C: Robert Elswit/ M: Jon Brion; canciones varias/ Ed: Dylan Tichenor/ I: Tom Cruise, Philip Baker Hall, Philip Seymour Hoffman, Julianne Moore, John C. Reilly, Jason Robards/ P: Ghoulardi Film Company para New Line Cinema. EU, 1999.

 

[email protected]