VIERNES 24 DE MARZO DE 2000
* Astillero *
* Julio Hernández López *
Sesenta y nueve días atrás (el 14 de enero, para ser exactos), Cuauhtémoc Herrera Suástegui era un importante personaje de la plantilla civil con la que el gobierno federal decía combatir a las mafias.
Ayer, sin embargo, ese hombre, que había sido coordinador técnico de la Unidad Especializada contra la Delincuencia Organizada de la PGR, fue herido gravemente de bala a la salida del Hotel Imperial de la ciudad de México, donde había comido con invitados especiales, entre ellos la abogada Raquenel Villanueva, conocida penalista regiomontana que ha llevado varios casos importantes de encarcelados a los que se relaciona con el narcotráfico.
(Durante largas horas, por cierto, la información disponible hizo a todos los medios de comunicación dar por muerto al citado Herrera Suástegui, hasta que, entrada la noche, se precisó que en realidad estaba internado en un hospital militar. Raras confusiones que en nada ayudan a disolver los grumos del atole oficial.)
Unos chismecillos de vecindad...
Esa misma acusación, la de estar al servicio de las bandas que comercian con las drogas, había sido hecha seis meses atrás contra el propio Herrera Suástegui por parte de funcionarios de la DEA, como el jefe de operaciones internacionales de esa oficina, William E. Ledwith. Se le endilgaba específicamente el ser colaborador del cártel de Juárez y de recibir órdenes obviamente de Amado Carrillo, el jefe de ese grupo, y luego del ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva.
Tan grave acusación no había, sin embargo, surtido efectos, pues las autoridades mexicanas, encabezadas por Mariano Herrán, estaban a la espera de que sus colegas estadunidenses les confirmaran o negaran la especie de que Herrera Suástegui era un narcotraficante infiltrado en el cuerpo de élite que supuestamente lucharía contra esas bandas y que, por ello, tendría privilegiada oportunidad de conocer movimientos, preparativos y operativos contra quienes en realidad serían sus jefes.
Lo malo de no suicidarse
Y, dado que el citado Cuauhtémoc no se había abatido por sus deslealtades institucionales, al grado de aplicarse a sí mismo la justicia, como en el caso del oficial mayor de la PGR, el presunto suicida Juan Manuel Izábal Villicaña, entonces las autoridades, enérgicas, decidieron actuar: primero, le retiraron el cargo; luego, le advirtieron que tendría que hacer, pronto, declaraciones oficiales sobre el punto ante agentes ministeriales.
Ayer, sin embargo, el lento caminar de la tortuga judicial mexicana fue súbitamente alterado, pues un comando de más de 10 personas le atacó, asesinando a su chofer Jorge Alberto Chávez, dejando herida a la abogada Villanueva (quien llevaba por lo regular asuntos jurídicos de otros cárteles, como el de Juan García Abrego) y a otra persona (por cierto, y no hay que perder de vista este punto: entre los testigos del incidente corrió la versión ayer de que un maletín negro fue motivo de especial disputa, no sólo entre los sicarios súbitamente aparecidos y los comensales que ya iban de salida, sino también entre agentes policiacos llegados al lugar).
Murillo, Colosio, Ruiz Massieu
Toda esta historia, que en estricto rigor no merecería sino unas líneas, que a su vez formarían parte de una de las páginas del gran libro negro del narcotráfico, ganó importancia anoche cuando menos por las siguientes razones: porque la agresión criminal se dio justamente cuando Herrera Suástegui salía de comer para asistir a una cita oficial en la que declararía respecto de las acusaciones hechas en su contra; porque en el mismo restaurante del Hotel Imperial había comido el subsecretario de Gobernación, Jesús Murillo Karam; y porque este nuevo golpe de audacia del narcopoder se dio en dos ámbitos inevitablemente politizados: uno, el temporal, pues ocurrió el mismo día que se cumplieron seis años de que el crimen de Luis Donaldo Colosio sigue sin castigo verdadero y otro, el ámbito espacial, porque el atentado de ayer se dio a unas decenas de metros del sitio donde dentro de 189 días se cumplirán también seis años de enredos e impunidad, por el caso del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, que sucedió el 28 de septiembre de 1994.
Ese nuevo destello de las bandas asesinas hizo recordar a todos que más allá de los homenajes, las ofrendas florales, los discursos (las tristes miradas condolidas de Labastida, las lágrimas de Silva Herzog) y las poses, el poder del narcotráfico sigue rigiendo la agenda nacional, y que los policías y los delincuentes, los buenos y los malos, danzan desde hace varios terribles años una música descompuesta, enrarecida, desquiciada, en la que ya nadie sabe quién es quién ni qué es qué, y que esa danza, y esa música, están siendo cotidianamente invocadas en los procesos electorales en curso.
Murillo Karam afirma, y parece ser creíble su versión, que él fue a comer al Hotel Imperial porque le queda muy cerca de su oficina de Gobernación, y porque en ese lugar sirven un bufet que permite comer con rapidez y volver al trabajo. Pero no deja de ser cuando menos irónico que una peligrosísima junta de trabajo entre personajes ligados al narco se hubiera dado a unos pasos de donde tranquilamente comía un hombre en cuyas manos han estado hilos tan delicados de la política nacional como han sido la seguridad pública, los reclusorios, la Policía Federal Preventiva y las aduanas (esta área por medio de miembros de su equipo hidalguense).
Pero, ciertamente, el nuevo estallido de violencia relacionada con el narcotráfico dejó de lado algunas de las lamentables actitudes y declaraciones asumidas por personajes públicos importantes en relación con los seis años del asesinato de Colosio.
ƑContra Camacho? ƑPero no
contra Salinas ni Zedillo?
Uno de los indirectos beneficiados de los estruendos del Hotel Imperial fue el candidato priísta, Francisco Labastida, quien lanzó una frase presuntamente enigmática con la que se pretende adjudicar, sin decir su nombre, dejándolo todo al aire, una responsabilidad central en el caso Colosio a Manuel Camacho Solís. El escándalo de anoche quita fuerza a la muy discutible postura de Labastida de pretender que, debido a las ambiciones y a las circunstancias existentes en 1994, se hubiese creado el ambiente propicio para el crimen del sonorense. Esa actitud es cómoda si se da sin llegar al fondo real del asunto, que es la responsabilidad cuando menos política del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, y el silencio y la desidia (cuando menos) del sucesor de Colosio en la candidatura, y de Salinas en la presidencia, que es Ernesto Zedillo. Las palabras de Labastida parecen pensadas más para desviar la atención de destinatarios mayores de las críticas públicas acumuladas en un sexenio. Camacho tiene muchas culpas y fue sin duda alguna un instrumento consciente de las perversas manipulaciones con las que Salinas de Gortari fue tejiendo el juego político que se rompió el 23 de marzo de 1994, pero también es injusto, exagerado y oportunista, pretender endilgarle culpas mayores de las que en realidad ha tenido.
Astillas: Cuauhtémoc Cárdenas aprovechó bien el nuevo oportunismo de Fox, quien se ha colgado ahora del colosismo para ganar votos. Dijo el michoacano que "en la Alianza por México no tenemos un doble discurso, no decimos una cosa y cambiamos por otra según el auditorio; no estamos procediendo con mentiras ni estamos buscando la descalificación personal de otros candidatos". Ha llegado la hora, aseguró Cárdenas, de "dejar muy en claro quiénes son los candidatos de la oposición leal, domesticada y dócil al gobierno, y dónde está la verdadera oposición"... Lo dicho: Jesús Silva Flores hizo los arreglos jurídicos adecuados para poder llamarse, ahora sí, Jesús Silva Herzog Flores. También se le puede decir Chucho, Chuy, Chuyín y, cuando estornude, šsalud!
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