LUNES 20 DE MARZO DE 2000

Ť La santidad tiene imán, dice Arturo Lona respecto al arzobispo salvadoreño


Romero, patrono consentido en Tehuantepec

Blanche Petrich, enviada, Tehuantepec, Oax., 19 de marzo Ť Año con año, bajo el sol istmeño, oaxaqueños de varias comunidades recuerdan el asesinato del arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero. Y marchan en procesión serpenteando por calles y casas de tejas ensalzando la memoria de "San Romero de América".

El prelado salvadoreño, asesinado el 24 de marzo de 1980 en el momento de la eucaristía por un gatillero de la organización paramilitar ARENA, es uno de los "patronos consentidos" de la diócesis que encabeza Arturo Lona Reyes. Nunca ha faltado a la procesión, desde el primer año de su homicidio. El obispo no está dispuesto al olvido: "Así pasa con los mártires. A veces su memoria se va apagando. Pero en hombres de la categoría y magnitud de monseñor Romero, eso no se vale."

No es que fueran grandes amigos, ni siquiera conocidos de mucho tiempo. En la misa, Lona relata su breve encuentro con el arzobispo de San Salvador: "Poco antes de la asamblea de la Celam de 1979, en Puebla, lo conocí durante una misa en la Basílica. Crucé breves palabras con él, špero cómo me marcaron!"

Muchos años después visitó su tumba, erigida en una ala de la catedral salvadoreña. Allí lo lloró y se admiró de la cantidad de flores que los fieles le llevan diariamente. "La santidad tiene imán".

Por eso, para los tehuanos, juchitecos o salinacrucenses Oscar Arnulfo Romero es un personaje conocido aunque poco o nada sepan de El Salvador o de la guerra que desgarró a ese país en los años 80.

Procesiones como esta son el mero mole del obispo Lona. Con sombrero de palma y altavoz en mano organiza a los asistentes. La primera parte de la celebración se realiza en el patio de una escuela católica, donde la diócesis cuenta con instalaciones para sus proyectos.

Allí son convocados a representar a los excluidos de sus derechos. Primero los niños, luego los ancianos ųLona se apunta, junto con dos abuelitasų, los obreros, los indígenas. Menciona con tristeza que los homosexuales no llegaron.

Y arranca la caravana con una manta que reza: "El grito de los excluidos". Lona encuentra lugar entre niños de la casa hogar Pimpollos. Juntos van gritando su consigna particular: "šChicharrón con pelos! šUuuh! šAaah! šRomero!"

Así, hasta llegar al fresco de la nave de la catedral, construida por los dominicos en el siglo 17. Es la primera misa en la que la feligresía rinde homenaje ųno despedida, insistenų al obispo que encabezará la diócesis durante siete meses más.

Lona encuentra trabajosamente su lugar en un pequeño asiento frente al altar, porque las escalinatas y el altar se desparraman de niños. Unos se recargan en el prelado, le dicen secretos al oído, el le jala las trenzas a una niña, otro juega con el ruedo de su sotana. A la hora de la homilía, las narices infantiles siguen a pocos centímetros la operación del ritual.

Con tono de plática íntima más que de sermón, Lona advierte que el pesimismo "es la peor amenaza que tiene la Iglesia". Denuncia: "Las componendas con el sistema, los compadrazgos con el neoliberalismo, son los que detienen la marcha de la Iglesia". Y anuncia: "En esta diócesis, el megaproyecto de Dios se ha echado a andar desde el pobre y con el pobre". Aun cuando él no esté al frente. "Que me perdonen mis hermanos obispos, pero aquí son los laicos los que llevan la batuta. No soy arriero, soy pastor".