LUNES 20 DE MARZO DE 2000
Ť LA MUESTRA
Cuando las nubes mueven las estrellas
Historia de un duelo familiar: la muerte del niño Knirps (Pee-Wee), víctima de cáncer, y su impacto sobre los padres y en particular sobre la hermana mayor, María (Thea Sofie Rusten). Cuando las nubes mueven las estrellas es el primer largometraje de la noruega Torun Lian, narradora de cuentos infantiles, uno de los cuales, Frida, con el corazón en la mano, fue llevado a la pantalla en 1991 por Berit Nesheim. Es un relato sobre la infancia y la muerte, una asociación inquietante que el cine nórdico ha abordado en cintas como Fanny y Alexandre (Bergman, 1983), o Mi vida de perro (Lasse Hallstrom, 1985), no como tema central, pero sí como un extraordinario conflicto dramático.
El estupor infantil ante la degradación del cuerpo; ante la enfermedad terminal, misterio insondable; y finalmente, el golpe de la desaparición física del ser amado, vivida como afrenta e injusticia inexplicable. En la cinta de Torun Lian, esta experiencia la vive María, la niña de diez años, a través del rechazo de la realidad, mediante el autoengaño y la fabulación, refugiándose todo el tiempo en la fantasía. En sus padres, el impacto es más severo, al punto que la madre queda confinada en el mutismo.
Con todo lo interesante que puede parecer la historia, y a pesar de la notable caracterización de Sofie Rusten en el papel protagónico, la cinta no consigue sacar el mejor partido de sus posibilidades dramáticas. El interés central no es la relación de la niña con sus padres (el hogar se ha vuelto un espacio fúnebre), sino su encuentro providencial con el niño Jacob (Jan Tore Kristoffersen), quien intentará reanimarla y reintegrarla a la vida activa y a los juegos, ayudándola a superar la experiencia del duelo. Y en este proceso transcurre la mayor parte de la cinta, con las inevitables caídas del relato, un ritmo lento, y un repertorio de ocurrencias infantiles que probablemente cautivarán a un público muy interesado en el género infantil, pero que dejarán indiferentes (o hartos) al resto de los espectadores.
El cine antes mencionado, el de Bergman o Hallstrom, incluso el de Rob Reiner en Apóyate en mí (Stand by me, 1986), consiguen trascender la materia anecdótica, y profundizar en los temas (soledad, incomunicación, violación de la inocencia), delineando paralelamente un fresco social. Esto no sucede en Cuando las nubes mueven las estrellas, donde la apuesta narrativa, con sus evidentes pretensiones poéticas, recurre a la fábula y al escapismo lúdico como formas idóneas de exorcizar las desgracias. En este mundo de fantasías juveniles, la directora hace énfasis en la interpretación de los personajes púberes, en la mirada fascinada con que descubren el mundo, sus propios cuerpos y sus emociones.
Queda así la simpatía desbordante del niño Jacob, la maniática propensión de María a mentir e inventar continuamente nuevas facetas del hermano desaparecido. Los personajes adultos aparecen, en contraste, desdibujados; como meras representaciones del dolor extremo o la indiferencia, sin mayor sustancia dramática. Hay por supuesto la notable excepción de la madre casi autista, pero su drama se trivializa en un desenlace poco convincente. Un relato prometedor, con apuntes muy interesantes, se vuelve paulatinamente una fábula de superación personal plagada de convencionalismos.