José Cueli
ƑLa ganadera a hombros?
Los toreros repetían aquellos endemoniados derechazos sin fin que no dominaban a los espléndidos toritos de Tequisquiapan -salvo el quinto- que oponían inauditas dificultades a las muñecas de los toreros Héctor de Ganada, El Gallo y Mauricio Flores que confirmaba la alternativa, envarados, rígidos, duros como trozos de hierro, consecuencia de casi nunca torear.
En la calma de la Plaza México, vacía, su sonámbulo torear, parecía añadir más reposo al tranquilo ambiente de la llegada de la calurosa primavera y su temporada de toros, no turbado por rumor alguno fuera del herradero producido por un tumbo en el primer toro, los gritos etílicos de siempre, que nos regresaban a ese absurdo "derechazeo".
El alegre sol caliente caía como plomo sobre el espeso ruedo, manchado con la sangre de los caramelitos de Tequisquiapan, masacrados por esa peonería, llamada "los hombres del castoreño". Los matadores, salvo detalles de De Granada, toreaban de contra con un aire de profundo aburrimiento, sin ganas, transmitiendo a los "habituales de la familia taurina", la atroz sensación de sopor melancólico por su falta de ganas de ser, de fe en su quehacer, independientemente de sus limitaciones.
A todo esto los toros de Tequisquiapan, gordos y comoditos, eran ideales para torear. De tan nobles y suaves aún olían a campo bravo, limpio, al que el cochinero de la ciudad no le ha llegado. Los toreros, con la cara larga y blanca cáscara de huevo, eran la misma imagen de la desesperación. Adiós a las fantasías despertadas por su inclusión en la corrida inaugural. Los toribios de una u otra manera, los colocaron en su situación precisa, en la que estaban.
Hay, seguro, en la fila de matadores de toros mexicanos rezagados, los que podrán decorar los ruedos del mundo con originalidad, despertando las imágenes que cobran vida en el capoteo, con sabrosa amalgama de novedades y clacisismo. ƑDonde estarán?