La Jornada domingo 19 de marzo de 2000

Guillermo Almeyra
Réquiem para un enterrador andaluz

Felipe González pasará a la historia como el hombre que destrozó la izquierda española y que le quitó a su propio partido (el PSOE-Partido Socialista Obrero Español) la P, la S, la O y la E, además de la dignidad y la vergüenza. A pesar de eso, vale la pena hablar de este señorito andaluz, porque las experiencias de la llamada Tercera Vía en España y en Italia son la demostración más lamentable del fracaso de ese "capitalismo liberal con rostro humano" del cual González es un bien pagado agente viajero en América Latina.

Como es sabido, el PSOE, en la España campesina y pobre anterior a la Guerra Civil, era un partido discutible pero serio, con dirigentes de derecha o de izquierda (Prieto, Besteiro, Largo Caballero) que no podían ser ignorados ni subestimados y con una ferviente discusión interna de ideas. El franquismo, los asesinatos, los exilios, primero y Felipe González, después, con la ayuda de la socialdemocracia alemana (del Helmut Schmidt que, con el programa de Bad Godesberg, cortó todo lazo con la idea de socialismo y de lucha de clases, y con la tradición marxiana nada menos que en el partido de Marx y de Engels), cambiaron genéticamente al PSOE. Este dejó así de ser socialista, pero sin llegar a ser ni siquiera socialdemócrata; dejó de ser obrero para reclutar funcionarios y perder sus lazos estrechos con la Unión General de Trabajadores, que no pudo apoyar su política promotora de la desocupación y favorable a las empresas; dejó de ser partido al convertirse literalmente en una alianza de grupos de burócratas (funcionarios del Estado o de empresas paraestatales) unidos sólo por la disputa de migajas de poder, y ahora acaba de dejar de ser incluso español, al quedar arrinconado en la Andalucía natal del picapleitos.

González, con su adláter (entonces "comunista") Santiago Carrillo, encaminaron hacia la negociación un proceso de movilizaciones que llevaba a la ruptura con el franquismo y, mediante el Pacto de la Moncloa, salvaron la monarquía, impidieron la República, preservaron los restos del fascismo que hoy salen a flote. El "pasotismo" resultante se debió a esa gente sin principios pero con membrete "socialista" que aullaba contra la OTAN pero después, gobernando, le cedían las bases en España para la atroz Guerra del Golfo y hasta llegaban, como el brazo derecho de González, Solanas, a presidirla durante la igualmente criminal guerra contra Yugoslavia.

La terrible corrupción del Estado y del PSOE, bajo la dirección de González, empujó a la izquierda hacia la desmoralización y la abstención, y dio nuevo aliento a la derecha. Y la organización de bandas de asesinos de Estado, como el GAL, no sólo fomentó el terrorismo suicida y salvaje de ETA, sino que también impidió cerrar la herida de la cuestión vasca por la vía de las negociaciones, que el señorito andaluz saboteó cada vez que pudo. La política de sumisión a los intereses del gran capital, particularmente alemán, provocó por último una desocupación sin igual en escala europea, debilitando física y políticamente las bases sociales de la izquierda y al movimiento obrero español. Esta política, claramente de derecha, con la misma ideología de los conservadores liberales, pero llevada a cabo por quienes decían ser la izquierda y apoyada por quienes en Izquierda Unida se decían alternativos, empujó a una parte del "pueblo de izquierda" a la abstención por asco, por desmoralización, por confusión. Para colmo, una vez echado del gobierno, pero todavía con casi la mitad de los votos de los españoles, Felipe González hizo todo lo posible por conservar el poder en el aparato del partido lanzando a primer plano a sus más grises seguidores, como Almunia, cuando la base socialista buscaba una renovación política y moral y una posición algo más izquierdista al elegir a Josep Borrell. El resultado está a la vista: Aznar arrasa en toda España, menos el País Vasco, Cataluña y Andalucía, y resurge el más rancio conservadorismo, el antiautonomismo y el racismo ("Pujal enano habla castellano" le gritaban al líder conservador catalán; en El Ejido ganan sin problemas los que perseguían a los marroquíes y la Iglesia sale a orar públicamente por el ex fascista Aznar). Sobre la izquierda volveremos en otro artículo. Por ahora sólo podemos esperar que en IU alguien comprenda que hay sumas que son restas y en el PSOE que la plaga del felipismo no la curarán los felipistas.

galmeyra@ jornada.com.mx