SABADO 18 DE MARZO DE 2000
* La pésima acústica en el Pabellón Oeste impidió disfrutar de los Cadillacs
El público creyó escuchar un concierto
Jorge Caballero * El horripilante y culero sonido del Pabellón Oeste del Palacio de los Deportes impidió que la banda de ches, Los Fabulosos Cadillacs, tocara el turbio cielo chilango, con la complicidad de 12 mil rude kids, en el primero de los tres conciertos que ofreció la noche del jueves este grupo de música popular en la ciudad de México.
En este concierto sólo el complaciente público alcanzó alturas telúricas con el incansable slam dance y festejó hasta el menor movimiento de Vicentico, voz de Los Cadillacs, durante una hora 55 minutos.
Riesgo de contagio fue el grupo que abrió las hostilidades. Los deseosos skaseros, punkis, darkis y dos que tres neo hippies se portaron benévolos: no lo bajaron del escenario. El grupo mexicano cumplió: dejó calientito al público. Luego se corrió el rumor de que había otra banda abridora, Los de Abajo. Las reacciones ante esa información pirata fueron implacables: "si salen los bajamos", "no, no, no, que ya salgan Los Cadillacs, no queremos más chingaderas".
A las 21:30 horas, las luces blancas y moradas desnudaron a los ocho músicos argentinos, que comenzaron con la canción que sonaba como si fuera La vida, primer sencillo extraído de su magistral disco La marcha del golazo solitario. A lgunos chicos mostraban, con orgullo, las playeras de la selección de futbol de Argentina, con el emblemático número diez. Otros más se despojaban de sus camisas y collares para entrar al baile tribal, skanking lo llaman los viejos maestros del ska, y algunas chicas se montaron en los hombros de sus machos para ver mejor al grupo. Afuera se inició el intento de portazo, pero Los Lobos contuvieron a la turba.
Apenas era el comienzo del concierto y ya habían entrado al bodegón los paramédicos por dos chicas que se habían desmayado. Después siguió algo parecido a Gallo rojo. El radio del slam se extendió hasta donde se encuentra el último espectador. Flavio toca el bajo, pero se escucha sucio; Vicentico lanza patadas voladoras, que alcanzan unos 30 centímetros; Toto, Dany y Trombo, encargados de los metales, bailan coordinadamente una coreografía cutre.
Llegó el great hit Matador, canción de denuncia social que contagió a todo el público. La identificamos por el enorme coro que acompañó el estribillo. Ahora sí absolutamente todos bailan. Vicentico se desprende de su saco y muestra la exquisita redondez de su estómago. La cantidad de clavados en el slam dance es impresionante. Una bola de espejos, encima del escenario, tatúa las paredes del Pabellón Oeste.
Vicentico declama (eso pareció), se desprende de su playera y se desabotona la bermuda, enseña un poco de nalga y llega el rolón Desapariciones, canción original de Rubén Blades (eso creemos). Luego El Roble, posteriormente El satánico doctor Cadillac (a eso sonaba). El slam dance no puede estar mejor. Al diez para las diez se despidieron, pero la silbatina los hizo regresar y cantar otras tres rolas que no alcanzamos a identificar. A las once y cinco se repitió el encore: cantaron Vasos vacíos, en la que el coro fue generalizado. Por último entonan Mal bicho.
Al término de la presentación, algunos de los rude kids mostraban las huellas de la batalla: cabezas heridas, tobillos luxados, codos, labios, rodillas y pómulos ensangrentados. Lo único que sonó bien en el concierto fueron las palmas del público.