José Blanco
La reforma amenazante
La transformación de la UNAM implica la reforma de su concepto institucional y de las formas en las que ha sido plasmado: sus normas fundamentales jurídicas y académicas, los modos como hace academia, la manera como organiza sus relaciones internas y externas.
La Ley Orgánica, promulgada en el año 45 del siglo pasado, ha dado más de cuanto podía y, por tanto, debe ser reformada, situándola en el tiempo de hoy, de una universidad que no es más una comunidad de cultura -como la definió Caso en 1944- sino, por el contrario, una amplia y heterogénea diversidad, una vasta pluralidad cultural, ideológica e idiosincrásica. Diversidad de intereses y de propósitos.
Esta diversidad se hizo patente hacia mediados de los años setenta. Esos años fueron de crecimiento explosivo y diversificación. El aumento geométrico de la población escolar; el surgimiento de una gran cantidad de nuevas carreras y disciplinas; el intenso proceso de creación y ampliación institucional (el CCH con cinco planteles, las Escuelas Nacionales de Estudios Profesionales, entre muchos otras entidades académicas); la creación de más y más áreas, y objetos de investigación; la multiplicación de grupos profesionales organizados, de diversos modos articulados a la universidad; la aparición masiva del que hoy es el principal actor universitario: el académico de carrera (que antes de los años 70 fue mucho más la excepción que la regla); los procesos de sindicación tanto de académicos como de trabajadores administrativos. Todo ello constituye algunos de los principales factores de esa vasta diversificación.
A los actores vinculados a esos procesos se asocian nuevos y diversos intereses, nuevas y diversas formas de entender y practicar la academia, nuevas ideas, nuevos valores: una original pluralidad. Es la forma como la universidad reprodujo el abigarrado surgimiento de la pluralidad nacional de los años 70.
A tan vasta pluralidad le es consustancial el conflicto. El diálogo, empero, no puede resolver todos las diferencias, muchas de las cuales provienen del espacio social general, no de la vida interna de la institución. El conflicto, sin embargo, no debiera preocupar a nadie si se tienen los instrumentos y medios para procesarlo. Preocupémonos entonces, la universidad no los tiene. Debido a las limitaciones del concepto institucional de origen, de la definición de comunidad, y de la Ley Orgánica, hoy los diferendos pueden volverse desacuerdos sin salida, los que irrecusablemente, a la postre, terminan minando de fondo a la institución. Ahora nos consta, a un elevado precio.
La reforma, sin embargo, no puede ser una mera adecuación a las condiciones y actores de hoy. Es indispensable un cambio en los propios actores. Es necesaria, entre otras cosas, una nueva conciencia de la situación actual, y una aceptación cabal de la pluralidad; se precisa de un nuevo pacto que además de incluir las reglas para la regulación de la diversidad, acepte también los fundamentos ineludibles de una academia de alta calidad.
Sin embargo, no todos los actores están dispuestos a aceptar en los hechos un proyecto de reforma que conduzca a elevar la calidad: los motivos de la huelga constituyen una prueba fehaciente. En este caso el diálogo puede estar destinado al fracaso terminante.
Para los grupos que desde sus primeros pasos en el sistema educativo provienen de la exclusión social, cualquier proyecto de reforma universitaria que busque elevar la calidad, es una grave amenaza de ampliación de la exclusión. Así vieron las modestas reformas referidas al pase automático y a la permanencia indefinida. El CGH se equivocó rotundamente en su lectura de los efectos de esas reformas. Pero ello ya no importa. Importa lo que viene: una reforma profunda.
La resistencia conservadora de los excluidos a la reforma no tiene razón académica ninguna, pero una antigua razón social de fondo les asiste. Llegamos así a una encrucijada que la UNAM por sí sola no puede resolver y que puede resumirse así: los excluidos se sienten amenazados de una mayor exclusión ante una reforma ineludible de la universidad que implique mayor calidad y, por tanto, mayor exigencia. Esta encrucijada sólo tiene solución en el conjunto del sistema educativo.