Hundidos en la pobreza, miles de mexicanos emigran al norte
Por las rutas de pollos y polleros
Juan Manuel Venegas, enviado, Paso del Norte * La fila para abordar el autobús en la central de Tijuana es reveladora. Los pasajeros que se alistan a iniciar un trayecto de 22 horas hasta Ciudad Juárez, Chihuahua, son representativos de un fenómeno que envuelve cada día con más fuerza a los millones de mexicanos hundidos en la pobreza y en la marginación extrema: la migración.
Ahí están. Son las 12 horas del sábado 4 de marzo. Vienen de Zacatecas, San Luis Potosí, Guanajuato... Hay de Querétaro y Michoacán y un grupo de seis dice venir del estado de México. Todos en esta frontera con un solo objetivo: cruzar a Estados Unidos o de perdida, si la suerte no les favorece, quedarse a trabajar en la maquila bajaliforniana o chihuahuense.
Es la búsqueda de la esperanza. La que perdieron, unos en los campos mexicanos devastados por la sequía, otros en el desempleo que campea en la ciudades del centro y sur del país. Cada semana, se calcula, llegan a Tijuana entre 2 mil y 3 mil connacionales de toda la República. De éstos, según el Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN), logran cruzar la frontera con California alrededor de mil. El resto se queda deambulando por las calles tijuanenses y en espera de una nueva oportunidad para burlar a la patrulla fronteriza se emplean en lo que sea.
Todos ellos tienen dos caminos a elegir en su aventura por llegar a Estados Unidos: o se avientan solos, con los riesgos que esto implica, o esperan a reunir los mil o mil 200 dólares que en promedio cobran los polleros por un cruce individual.
Y ahí están en la fila, con sus coloridos morrales al hombro, con sus viejas maletas colocadas para que los petaqueros de transportes chihuahuenses las avienten en el compartimento del autobús, cuyo pasaje se vende a precio de primera clase pero que en realidad, por su deterioro físico, no alcanza a ser más que un guajolotero, en este caso, pollero, porque hoy todos los que estamos en esta fila no somos más que eso: pollos en espera de un enganchador, con la mira puesta en algún punto de la frontera que per- mita acceder a territorio estadunidense.
Neófito uno, pregunta: Ƒy para qué carajos se avientan otro viaje si ya están en Tijuana? ƑPor qué pagan 300, 400 o 750 pesos de camión si ya están en la frontera? Las respuestas son variadas. Unos dicen que la ruta para entrar a Estados Unidos se fijó por algún otro punto fronterizo y desde sus lugares de origen no había corridas directas; otros explican que por Tijuana no han podido pasar o los abandonó el pollero, y algunos más, de plano, ya van acompañados por los enganchadores que los recogen en esta central.
Ya a bordo da la impresión de que todos son uno solo. Los mismos problemas, las mismas necesidades, los mismos gustos, el compañerismo permea, la solidaridad se hace patente y el más jodido siempre encontrará el respaldo del camarada. "Véngase para acá, con nosotros, acá vamos a llegar a una casita de huéspedes que nos cobra 100 pesos nada más, šqué va usted a pagar 300!", convence un michoacano a un zacatecano minutos antes de llegar al primer punto de la escala: Mexicali. Y el zacatecano, Antonio de Jesús, acepta. Cambiará su ruta y seguirá con los de Michoacán hasta Caborca.
El operador, gruñón en todo el trayecto con el paisanaje, grita: štienen media hora! En Mexicali bajan unas dos terceras partes de los abordantes en Tijuana, y cuando uno piensa que el camino seguirá con unos cuantos, de pronto empiezan a aparecer otros nuevos pasajeros. Pero las imágenes no cambiarán; los que suben traen a cuestas las mismas historias.
El autobús avanza y deja atrás Baja California. La carretera que parte el desierto de Altar, ya por territorio sonorense, da pie al relato de dramáticas historias de aquellos migrantes que han perdido la vida en su intento por cruzarlo. "Chavalos locos", se dice, son los que se atreven a intentarlo, como chavalos locos son los que se quedaron en San Luis Río Colorado, el peligrosísimo punto fronterizo del que se rumora ha quedado "en manos de los narcotraficantes", que reconvierten ųvil acto de transformismoų al pollo en burro. Lastimosa comparación, pero así se habla aquí de los humanos que son utilizados para transportar drogas.
En medio del desierto, una nueva escala en el paradero de La Joya y ahí uno ve a esos chavalos locos que quien sabe qué diablos buscan en estas terregosas y empedradas calles. La recomendación surge entre el pasaje: mucho cuidado aquí, hay mucho canijo. Si acaso alguno se atreverá a bajar a comprar un vaso con agua para nescafé.
Poco después hay que someterse a la revisión aduanal de Sonoyta. "Aquí cada uno es responsable de su maleta", grita el operador a los pasajeros que somnolientos (ya entró la madrugada) se apresuran a bajar sus morrales y sus viejas maletas que serán revisadas por agentes aduanales malencarados que, percatándose de que poco hay que inspeccionar entre este grupo del autobús 646 de Transportes Chihuahuenses, acortan el trámite: "apúrense, šórale que se nos hace tarde!".
Rumbo a Caborca, las voces se convierten en ronquidos, arrullados por la canción del casete que escucha el operador (trigueñita hermosa, cuando tomo vino, tengo tantas ganas de contigo platicar...).
Cruzar Santa Ana y Magdalena (todavía Sonora) obliga a todos a acurrucarse. Empieza a clarear y el frío cala más (al día siguiente en algunos tramos de esta carretera nevó), pero con todo, varios empiezan a despejarse, pues su destino es Naco, ya no tan distante.
Baja uno por café en la rústica central y de inmediato se percata de que todo el que aquí hace escala ya tiene guía que lo espera. "ƑAlmorzamos aquí o prefiere ir a darse un baño?". "šVámonos! Todavía no terminamos", dicen los que reciben a los viajeros.
Se acerca el punto final de esta corrida. Juárez, la ciudad chihuahuense que desde que fue invadida por la industria maquiladora, sus gobernantes presumen la baja tasa de desempleo de apenas 0.19 por ciento de la población. Llegamos el domingo 5 al mediodía. Fueron poco más de 22 horas de viaje. Los migrantes ya están en Ciudad Juárez. Doña Lupe viene con su esposo, y con los ojos bien abiertos pregunta: "ƑY para dónde jalamos ahora, tú?".