Elba Esther Gordillo
Mañana Chile será otro
Cuando recibí la invitación del presidente electo de Chile, Ricardo Lagos, para asistir a su toma de posesión, estrujantes recuerdos se abrieron paso. Siguen vivos el sentimiento de orgullo de aquel año 70 cuando triunfó Salvador Allende, y la frustración que tres años después nos conmovió cuando Pinochet demostró que no aceptaba concesiones.
La Unidad Popular de Allende representaba lo que se denominó segunda transición, que fue antecedida por la del gobierno demócrata cristiano de Frei Montalva, en el 64, el cual buscó a través de una moderada política de reforma agraria impedir que el ejemplo cubano cundiera.
La dictadura militar se estableció bajo dos premisas: la implantación de un modelo de capitalismo salvaje y la dominación política de las fuerzas armadas, reflejadas ambas en la reforma constitucional de 1980 que Pinochet llamó: "Tratado de Paz para Chile".
Como condición para la promulgación de esta nueva Constitución, se estableció que a ocho años se realizaría un referéndum que decidiera la continuación o el cambio de modelo, y que fue acordada por la dictadura, segura entonces de que su pleno dominio haría inviable el referéndum o un resultado contrario al deseado.
Paradójicamente, fue la propia Democracia Cristiana la que indujo la integración de un bloque de fuerzas opositoras, de la que surgió la Concertación de Partidos, que sumaría a 17 de ellos, desde el PS de Almeyda hasta sectores de la llamada "derecha republicana", consciente de que el primer paso para desarmar el poderoso aparato militar era, justamente, vencer en el referéndum de octubre de 1988, y en el cual el actual presidente Lagos jugó un destacado papel al encarar al mismo Pinochet y convocar a los chilenos a vencer a la dictadura votando No.
Pinochet acepta entonces que la democracia retorne a Chile y permite el juego de partidos. Vence Patricio Aylwin, quien nombra a Lagos ministro de Educación, desde donde despliega su misión de educador y demócrata.
Años más tarde compite por la nominación de la concertación y es derrotado por Frei (hijo de Frei Montalva), quien lo invita a formar parte de su gobierno como ministro de Obras Públicas.
Quizá por la combinación de percepciones en su formación profesional y su desempeño político es que la oferta de Lagos resultó siempre integral y perfectamente asociada a la realidad: la necesidad de completar la transición a la democracia, el restañar las heridas del pasado y privilegiar la salvaguarda de los derechos humanos, el reconocimiento de que si bien Chile pudo duplicar en la década del noventa al 2000 su ingreso per cápita, aún tiene un patrón de distribución del ingreso "torcido".
Con respecto a la negra sombra de Pinochet, Lagos expresa: "quien sea que cometa un crimen debe ser juzgado", tarea que sin duda será la más complicada no sólo por la importancia que el senador vitalicio todavía tiene en diversos sectores de la sociedad, sino porque el vergonzoso epílogo del proceso judicial en Londres ha sido aprovechado por las fuerzas armadas para amenazar nuevamenhte a la democracia y obligar a que el nuevo gobierno acepte su protagonismo. Ya tuvo Lagos el primer enfrentamiento con el ejército, al que advirtió: "Chile demostrará al mundo que es un país democrático, donde las fuerzas armadas son disciplinadas, obedientes y no deliberantes".
Por el camino de las urnas, la izquierda ha vuelto a La Moneda para recuperar el lugar que le pertenece desde hace más de 25 años, tiempo en el que Chile, si bien ha cambiado, sigue enfrentando el problema de una sociedad dividida por las competidas elecciones y lo que representa Pinochet.
Sólo proponiendo un pacto social que impida que la polarización se redite, aprendiendo de la historia, que tanto les ha cobrado, aprovechando las ventajas que el sacrificio económico les aporta y, principalmente, defendiendo la democracia que llevó a la Presidencia a Ricardo Lagos, sólo entonces podrá hacerse realidad la imaginativa oferta que lo llevó al poder y, efectivamente, mañana Chile será otro.