DOMINGO 12 DE MARZO DE 2000

MAR DE HISTORIAS

Especie en extinción

Ť Cristina Pacheco Ť

Herlinda sabía que, sobre todo Adela y Efrén, sus anfitriones, esperaban oírla otra vez. Se puso de pie, caminó hasta el centro del salón y concluyó su relato:

Cuando Tomás arrancó me volví a mirar los cuerpos. Iluminados por dos fogatas pendían de un bastidor. Era algo increíble, una pesadilla. Herlinda se cubrió los ojos con las manos.

Rosa, la empleada doméstica que desde la puerta lo había oído todo, preguntó:

-Bueno, Ƒy los niños?

Rebeca, la compañera de viaje de Herlinda y Tomás, respondió:

-ƑNo escuchó a Herlinda? Lo dijo: ellos estaban allí, mirando todo ese horror con absoluta naturalidad-. No pudo continuar. La escena que había mirado horas antes se le enroscó en la garganta y asfixió su voz.

Aurora, que se encontraba junto a ella, le murmuró al oído:

-Tú también debes calmarte, ya no pienses.

Sentado en el sillón próximo a la ventana, Tomás sentenció:

-Hay cosas que no pueden olvidarse. Nos marcan, nos obligan a tomar una actitud, a menos que aceptemos ser cómplices.

Nadie dijo nada. Rosa desapareció y a los pocos minutos regresó con un vaso de agua para Herlinda. Lo aceptó, se lo llevó a los labios pero no pudo beber. El esfuerzo por frenar el llanto asordinó su tono de voz:

-Seres maravillosos, vivos, aniquilados mucho antes de culminar su ciclo. Ƒse dan cuenta del grado de indiferencia y de barbarie a que hemos llegado?- El llanto la sacudió. Tomás abandonó su sitio y corrió en auxilio de su mujer:

-Herlinda, mi amor, no te pongas así.

-ƑCómo puedes decirme eso? ƑQue ya no te acuerdas de lo que vimos los tres? -estalló Herlinda impaciente.

Rosa se volvió a Rebeca y le preguntó de nuevo: -ƑHabía muchos niños?

-No los vi muy bien, estaba tan impresionada... Pero estoy segura de que el mayor no tenía más de siete años.

Tomás murmuró algo incomprensible. Aurora le hizo un guiño y él se apartó para dejarle el sitio libre junto a Herlinda:

-No te desquites con tu marido. Sólo quiere tranquilizarte.

-No debe ser tan fácil. Si yo, sólo de oír lo que nos contaron, estoy impresionado, ya me imagino cómo estará Herlinda después de haber visto eso -comentó Efrén, marido de Irma, con gesto de agobio.

Tomás se quitó los lentes y se frotó los ojos enrojecidos por el cansancio y el desvelo:

-Parece que estoy viendo los cuerpos. Pendían de un travesaño, como si fueran ropas puestas en un tentedero.

-Tomás, por favor... -suplicó Aurora- ƑNo sería bueno hablar de otra cosa? Ya después, cuando hayan descansado...

Herlinda se levantó, corrió hasta el sitio donde se encontraba Tomás y se aferró a sus hombros:

-Dime que haremos algo por esas criaturas, šprométemelo!

Tomás la tomó de la barbilla y la obligó a mirarlo:

-Claro que sí. El lunes iré a la asociación. Propondré una serie de mesas redondas.

-Es buena idea, pero tomará tiempo. Piensen que cada hora, quizá cada minuto, allá se extermina una vida sin que nadie lo sepa ni pueda impedirlo. ƑQué tal si antes ponemos un desplegado en el periódico?- La propuesta de Rebeca inspiró a Herlinda:

-Pero con tus fotos...

-Estarían fuera de lugar. Después quizá logre publicarlas en alguna parte.

Con el pretexto de tomar el vaso que Herlinda había dejado sobre la mesa, Rosa se aproximó a Rebeca:

-ƑY allí se ven los niños?

-También los tomé a ellos.

-Era algo increíble... -Herlinda se acomodó en el suelo y apoyó la cabeza en el asiento del sillón mientras Tomás le acariciaba la cabeza- Atardecía. La inmensidad de polvo era de fuego. Los hombres y las mujeres conversaban junto a los cuerpos sacrificados mientras los niños seguían jugando como si aquello fuera lo más natural.

-Para esa gente eso es lo más natural -afirmó Tomás.

-A mí los niños me dan mucha lástima porque siempre son los paganos de todo.

El golpe del vaso contra la charola le puso punto final a la frase de Rosa. Su patrona se volvió a mirarla:

-Deje eso para después. Luego lo arregla. Si le interesa la conversación, mejor siéntase.

La empleada obedeció y dijo:

-Es que, la verdá, me preocupan mucho los niños, y más cuando están como dice la señora Herlinda, tan abandonados. No conozco a esos chamacos, pero me duelen.

-A mí también, muchísimo. ƑQué respeto van a sentir por la vida después de haber visto esas cosas?

-Por Dios, mi amor, Ƒcrees que piensan en eso? Claro que no.

-Tomás tiene razón -intervino Efrén-. A lo mejor ellos son los cazadores.

-Imposible -gritó Aurora.

-Sí son. Nos lo dijo la madre de uno de esos niños: "Desde chiquitos los enseñamos a cazar la víbora"-. Tomás rehuyó la mirada de Aurora: -Suena horrible, pero es verdad.

-ƑDesde cuándo estarán haciendo eso? -reflexionó Aurora.

-Quién sabe -La voz de Tomás se escuchó hueca.

-Alguien tendrá que ir a concientizar a esa gente y decirle que están dañando el planeta.

-Efrén, por favor, Ƒno oíste lo que te contamos? Aquello es el desierto. No hay nada. Nosotros nos detuvimos porque a Raquel le llamaron la atención las fogatas; si no, hubiéramos pasado de largo.

-Gracias a Dios que las viste, Raquel -murmuró Herlinda volviéndose hacia su amiga-. Ahora ya sabemos lo que sucede allí y debemos decírselo a todo el mundo para que se haga algo.

-Tenemos que apoyarnos en las fotos. ƑQuién podrá permanecer indiferente cuando mire los cuerpos retorcidos de esos maravillosos animales sacrificados, en peligro de extinción a causa de la barbarie humana? -Herlinda agitó los puños en el aire: -ƑQuién detendrá ese horror?

-Nosotros lo haremos: šte lo juro! -afirmó Tomás.

Rosa se levantó y caminó de puntitas hasta la puerta. Se detuvo cuando oyó el grito de Herlinda:

-ƑPor qué lo hacen? ƑPor qué esa gente mata a los animales y los vende? Ni siquiera les importa cuánto se les dé. Aceptan lo que sea.

-ƑEs cierto? -preguntó Efrén volviéndose a Tomás.

-Sí. Cuando vieron que nos deteníamos nos pidieron 10 dólares por una serpiente...

-Era una belleza -murmuró Raquel, nostálgica-, pero cuando se dieron cuenta de que éramos mexicanos cambiaron a peso, bajaron el precio y acabaron diciéndonos que les diéramos 50 pesos y las botellas de agua que traíamos en el coche.

-ƑPor qué lo hacen? -repitió Herlinda, desconsolada. -ƑPor qué dañar a esas criaturas inocentes?

Rosa no pudo reprimir sus palabras:

-Ay señora, Ƒdeveras no lo sabe? Pos porque tienen hambre. Es el desierto, no pueden sembrar pero de alguna parte tienen que conseguir el dinero para comprarse su comida. Rosa advirtió el gesto extrañado de Herlinda, pero aún así, continuó-: Y ahí, cuando hablen de que es necesario proteger a las culebras, ojalá que de pasadita digan algo de esos niños que se están muriendo de hambre. Se me figura que también ellos están en peligro de extinción.