Bárbara Jacobs
Tareas diarias
Por más que lo pienso, no he logrado averiguar por qué nunca he caído en una depresión profunda. La verdad es que me parece que dicha depresión está rodeada por una atmósfera de tal prestigio que, al tiempo que la protege celosamente, a mí me rechaza.
No he pasado de ser una desesperada. Todo me desespera; pero de manera especial el paso de las horas. Si no fuera porque estoy acostumbrada a cortarme las uñas, me las comería constantemente.
El hecho es que me obligo a buscar maneras de no desesperarme. Admiro a la gente que se hace de una rutina para no desesperarse: bueno, ignoro por qué determinada gente se hace de una rutina; pero he advertido que mientras la siguen no se desesperan. Mas yo no logro hacerme de ninguna. Me desesperan las rutinas, y aunque de igual modo me desespera romperlas, las rompo cada vez que tengo la oportunidad. O, por una razón o por otra, se me rompen y, desesperada, me quedo sin ellas, hasta nuevo aviso.
A la fecha, no me he atrevido a afirmar contundentemente que la vida es desesperante. Y no lo he hecho porque, para ser sincera, nunca me he atrevido a afirmar nada contundentemente. Me da por la duda. Me desespera el aplomo y la prosopopeya. Prefiero parecer (Ƒser?) boba y hasta tartamuda. Es más, en ocasiones la desesperación me hace tartamudear contra mi voluntad. Y sudar inoportunamente. Y retorcerme las manos. Es la desesperación a sus anchas en mis actitudes y a pesar de mí misma. ƑQué puedo hacer para combatir esa cosa tan desesperante llamada desesperación?
A veces creo que lo mejor es lanzarme a algo sin pensar nada, es decir, como quien se arroja al mar desde el borde de un puente o la punta de una roca, aun cuando no sepa nadar o porque no sabe nadar. ƑHabría una razón para no hacerlo? Me detiene pensar que tengo mucho que hacer y que me desesperaría más no hacerlo que hacerlo. Pero esta es sólo una forma de ver las cosas, y a un desesperado se le dan muchas formas de ver las cosas, lo que viene a ser, como comprenderán, más desesperante aún.
En esas estaba el otro día cuando vi que un nuevo mes iba a comenzar. šUn nuevo mes! Y me dije, sin darle más vueltas al asunto, šadelante! Tengo treintaiún días para encontrar la almohada ideal, ordenar en álbumes dos vidas, y dos vidas en una, en fotografías, clasificar y sacudir tres mil volúmenes (sin contar otros tantos guardados en cajas en una bodega visitada por ratas y por la humedad), mandar hacer cortinas, deshacerme de zapatos y modos viejos, cambiar vidrios rotos, contestar un año de correspondencia desatendida, escribir un libro sobre la mediocridad, pensar en mi pasado, dar con galletas nutritivas que de verdad no engorden, corresponder a una docena de invitaciones (para limitarme sólo a las impostergables más tiempo todavía), volver a París a buscar algo que nunca he encontrado ahí, hacer la cronología de una vida, buscar en la hemeroteca el recorte de prensa en que se registra que Fulano me plagió un título, cortarme el pelo, reír, aprender a cocinar, instalar una pequeña reja desplazada, leer otra vez completo En busca del tiempo perdido, hacer algo para saldar deudas pendientes, agrandar mis anillos, aprender a planchar de una vez por todas camisas de hombre, dejar de soñar, contraatacar con sabiduría, ir al oculista, armar el libro comprometido antes de que venza el plazo, enmarcar media docena de dibujos y colgarlos, retapizar un sillón con manchas de vino, perdonar a un enemigo y, por último, echarme a llorar, porque a partir del primero del mes entrante y hasta el día último deberé concentrarme en leer la autobiografía de Rousseau, la de Santa Teresa, la de San Agustín, la de Cellini, la de Isadora Duncan, la de Thomas de Quincey, la de George Sand, la de Gide, la de Renan, la de Goethe, la de Alice B. Toklas, la de Benjamín Franklin, la de John Adams, la de Malraux, la de Neruda, la de Vasconcelos, la de H. G. Wells, la de Darío ųes decir, Rubén, Rubén Darioų, la de Thomas Mann, la de Chaplin, la de Mark van Doren, la de Evtuchenko, la de Jack London, la de Alma Mahler-Werfel, la de Moreno Villa, la de Updike, la de Sherwood Anderson, la de Carlyle, la de Hans Christian Andersen, la de Gómez de la Serna, la de Charles Lamb (si todas fueran como la Charles Lamb), la de George Steiner y la de Dylan Thomas, pues, concluido este mes, no bien irrumpa el siguiente, he de estar preparada para emprender algo más, lo que sea, con tal de no desesperarme. El tiempo libre es desesperante, el tiempo ocupado es desesperante, mirar por la ventana, vivir.