La Jornada domingo 12 de marzo de 2000

VENTANAS Ť Eduardo Galeano
Las garzas

Galeano -El lago Titicaca. ƑConoce usted?

-Conozco.

-Antes, el lago Titicaca estaba aquí.

-ƑDónde?

-Aquí, pues.

Y paseó el brazo por el inmenso secarral.

Estábamos en el desierto del Tamarugal, un paisaje de cascajos calcinados que se extendía de horizonte a horizonte, atravesado muy de vez en cuando por alguna lagartija; pero yo no era quién para contradecir a un lugareño.

Me picó la curiosidad científica. El hombre tuvo la amabilidad de explicarme cómo había sido que el lago se había mudado tan lejos:

-Cuándo fue, no sé, yo no era nacido. Se lo llevaron las garzas.

En un largo y crudo invierno, el lago se había congelado. Se había hecho hielo de pronto, sin aviso, y las garzas habían quedado atrapadas por las patas. Al cabo de muchos días y muchas noches de batir alas con todas sus fuerzas, las garzas prisioneras habían conseguido, por fin, alzar vuelo, pero con lago y todo. Se llevaron el lago helado y con él anduvieron por los cielos. Cuando el lago se derritió, cayó. Y quedó donde ahora está.

Yo miraba las nubes. Supongo que no tenía cara de convencido, porque el hombre preguntó, con cierto fastidio:

-Y si hay platos voladores, dígame usted, Ƒpor qué no iba a haber lagos voladores? ƑEh?

Me dio la espalda y se fue.