Néstor de Buen
España juega a la democracia
Tardó muchos años. Y muchos muertos, encarcelados y exiliados. Y, curiosamente, una muerte esperada, ocurrida precisamente el 20 de noviembre de 1975, abrió los espacios para esa democracia, en cuya construcción jugaron muchas cosas: la historia siniestra de la dictadura, el cansancio nacional frente a los signos y conductas que traía consigo; la sensibilidad inteligente de Juan Carlos de Borbón y la inteligencia política de Adolfo Suárez, que hizo posible el entendimiento entre todos los españoles, los que ganaron y los que perdieron.
Este domingo 12 de marzo, cuando ustedes lean estas líneas, en España y en todos los lugares en que haya españoles se habrá cumplido el rito de las elecciones. A nadie se le ocurre pensar que puedan producirse fraudes electorales. La lucha tiene otros perfiles y otros destinos.
La España que dejó Franco había iniciado el camino de un cierto desarrollo económico que la inteligencia de Manuel Fraga Iribarne, en sus tiempos de ministro de Información y Turismo, hizo posible al abrir la historia, la geografía, las costumbres y la vieja cultura españolas a una avalancha de turistas con divisas que encontró en España el país hermoso, barato y generoso que ansiaban.
Miles de españoles, en cambio, víctimas de un desempleo intolerable, habían iniciado el camino de Europa, esa que empezaba y terminaba en los Pirineos, según Alejandro Dumas, para lograr trabajo bien pagado a costa, como dijo algún escritor cuyo nombre no recuerdo, de perder el sol. La España del Mediterráneo, salvo los catalanes, dejó atrás clima, costumbres y lazos familiares, pero también las mordazas de la dictadura, y aprendió a ser libre.
El camino de la paz interna, del olvido evidente del drama nacional, no fue fácil. Hacer nuevo un país, no es sencillo. El régimen de las autonomías, concedido de manera preferente, pero no exclusiva, a catalanes, vascos y gallegos marcó el nuevo sentido de las cosas. Compartir el poder, guardando lo esencial para el Estado central, hizo el diseño de un nuevo modo de ser.
No fácil, por supuesto, a partir del separatismo vasco, dramático e intolerable por sus actos de violencia y de la inteligencia convenenciera de un Jordi Puyol, aprovechón insuperable de un puñado de votos que puede vender para integrar mayorías a cambio de beneficios mucho mayores que los que logra la violencia etarra. Pero España mantiene una unidad que ahora comparte con su pertenencia a la Unión Europea, a la que llegó por una iniciativa, que hay que reconocer, de Calvo Sotelo, presidente efímero del gobierno con el partido UCD, y por el trabajo intenso y extenso del PSOE, que como nadie antes integró a España en Europa.
La tarea insuperable de Felipe González la convirtió, hoy lo es mucho menos, en un país protagonista de la Unión.
El PSOE perdió el poder por muchas razones, y no puede olvidarse la corrupción de algunos y la ineficiencia de otros. Pero dejó a un país en el camino del pleno desarrollo económico. No fueron escasas las dificultades, ilógicas en cierto sentido, del PSOE con los sindicatos. Pero es que el socialismo español, como todos los de Europa, hoy se monta en un centrismo con tareas sociales, y los sindicatos no compartieron siempre ese modelo. Yo tampoco.
Los cuatro años del señor Aznar han consolidado, al parecer, la economía española. Sigue habiendo desempleo: me parece que es el más alto de Europa, pero, por otra parte, la importación de mano de obra parecería reflejar algo que a nosotros también nos pasa: los mexicanos hacen en Estados Unidos el trabajo incómodo que africanos y algunos iberoamericanos hacen en España. Hay mucho de mejoría económica, y la nueva clase media española ya no nace del esfuerzo de braceros que viajan al centro de Europa, ni de emigrantes a América.
España es, en términos generales, un país próspero. Y en la misma medida me parece que tiende a ser un poquitín conservador. Hoy las encuestas, si es que hay que hacerles caso, mostrarían que el PP de Aznar puede ganar las elecciones. Y es que algunas gentes votan izquierda cuando no tienen mucho qué perder. Forman ese grupo indeciso que define las mayorías.
Sin embargo, aún tienen la palabra dos personajes importantes. Del lado del PSOE, Joaquín Almunia, a quien la renuncia dolorosa de Borrell hizo revivir las esperanzas. Por Izquierda Unida, Francisco Frutos, quien ha sustituído a Julio Anguita, menos propicio a alianzas. Juntos, PSOE e IU pueden alcanzar resultados que superen a los del PP. Felipe González, de nuevo activo, también pesa.
Ojalá que gane la alianza de la izquierda. Pero me tranquiliza, sobre todo, que España vea a la democracia como su modo natural de ser.