Vilma Fuentes
Toledo y las almohadas de Durero
Uno debería viajar con su propia almohada como con su cepillo de dientes. Higiene indispensable contra contagios y virus, sonambulismo e insomnios.
Francisco Toledo, en la entrevista que le hace Angélica Abelleyra como prefacio al catálogo de la obra gráfica expuesta en el Centro Cultural de México en París, habla de un proyecto sobre ''las almohadas de Durero'', serie de la cual ha creado ya seis piezas que esconden personajes, perfiles: ''Durero tuvo un sueño que dibujó: La idea es hacer un grabado de las almohadas que produjeron ese sueño. Y claro que esas almohadas están llenas de monstruos''.
Pero si las almohadas están pobladas por los personajes imaginarios nacidos en una arquitectura insensata para el hombre que se despierta bañado en sudor, todavía tembloroso, aún sin saber si podrá escapar a las tinieblas, mientras busca a tientas cómo encender una lámpara en la recámara inhóspita de un hotel, cabría preguntarse si las pesadillas no son sino los incomprensibles sueños abandonados en esa almohada por otros durmientes.
Sin embargo, Toledo nos tranquiliza cuando habla del poder curativo de la imagen, concepción heredada del mismo Durero para aliviar las enfermedades, y esto sin dar ''ninguna lectura sicoanalítica a mis retratos, remedio para recuperar algo perdido''.
Así inmunizada por las propias palabras del pintor contra los temibles virus de las almohadas y de los divanes de sicoanalistas, miro insectos, sapos, chapulines, puercos, murciélagos, iguanas, ranas, conejos, leones, garzas, calaveras y autorretratos de Francisco Toledo. En apariencia realistas y figurativos, los grabados corresponden a una mitología popular y ancestral que, gracias al ritmo del pincel, renace bajo formas que se desdoblan en figuras conocidas y arquetipos anteriores, en quimeras y animales domésticos. Acaso ese ''ritmo que adquiere el pincel'' pone a bailar ranas, calaveras y chapulines, antes de desnudarlos en un striptease diabólico. ƑQué aparece bajo el ropaje de la apariencia carnal? Una calavera con recuerdos. Como sueño después de pirar su Mujer con rana o su Sapo con víbora. Por fortuna, Belphé, el duende que hace estrellas pero se niega a seguir los estudios para obtener el grado de dios, surge de la almohada para aclararme que los recuerdos, el pasado y la misma eternidad no son sino bromas para reír de la seriedad de los filósofos y otros especímenes del mismo y solemne género.
Descubro entonces otras formas, no sé si secretas o simplemente disfrazadas, de una zoología donde la muerte, animal con testículos pero sin más augurios carnales que futuro, recibe un cañonazo que la envía a otro mundo. En el sueño, el tiempo se mece con un vaivén sin memoria ni esperanzas; en la pesadilla se vuelve suspenso y miedo. La almohada ha dado cuanto tenía.
Aprovecho, siempre en sueños, para preguntar a Belphé si la pintura de Francisco Toledo es metamorfosis del pintor en narrador o transmigración de naturaleza muerta en criatura viva.
Las carcajadas del duende me despiertan, pero oigo aún el eco de su voz diciéndome que ''la pintura de Toledo es el relato de un cuentista, un fabulador sin moralejas, que no ha hecho mi retrato''.
-ƑCómo quieres que lo haga si eres invisible?, -pregunto más dormida que despierta.
-ƑY cuándo -me dice con un enojo fingido-, cuándo diablos un pintor ha pintado otra cosa distinta a lo invisible?
(La autora de este artículo es periodista y escritora)