Enrique Calderón A.
El enojo de Cárdenas
Aunque a los mexicanos les resulte desconocido y quizás increíble, los bancos no sólo son útiles a la sociedad, sino que constituyen uno de los pilares fundamentales del desarrollo de las naciones modernas.
Históricamente, los bancos y las instituciones financieras han tenido la misión de captar los excedentes de la producción generada por los trabajadores, para administrarlos y canalizarlos a proyectos que, además de ser rentables, contribuyan al progreso y el bienestar de la sociedad, que ha puesto esos ahorros en sus manos.
Los recursos que los bancos manejan no son pequeños; una población de un millón de trabajadores, cada uno de los cuales produzca excedentes de $100 a la semana, genera un ahorro de 5 mil 200 millones de pesos por año, y de 150 mil millones durante su vida productiva; tales recursos, utilizados con pulcritud, transparencia y sabiduría, pueden ser empleados para crear nuevos empleos, incrementar la productividad y con ello la riqueza, crear empresas de servicios y en general mejorar la calidad de vida de la población.
El desarrollo de la marina mercante inglesa durante el siglo XIX, y de las industrias de alta tecnología en Estados Unidos y Japón, en la segunda mitad del siglo XX, son claros efectos del fenómeno.
Al aportar los recursos crediticios que las industrias requieren para su funcionamiento, los bancos contribuyen en forma activa y directa en el desarrollo de las naciones. En México, las cosas no han funcionado así; a lo largo del siglo XX el ahorro de los mexicanos, captado por la banca, no fue canalizado para dar créditos a las empresas de manera libre, transparente y equitativa, sino que fueron utilizados para crear y fortalecer sus propias empresas en forma inequitativa, financiando proyectos de escasos beneficios para la sociedad, e incluso de baja rentabilidad para los ahorradores, frenando con ello el desarrollo económico nacional. Las empresas mexicanas operaron permanentemente en desventaja ante la falta de créditos y las altas tasas de interés que debían pagar cuando, finalmente, un crédito les era concedido.
La gravedad del problema tuvo que ser reconocida por el gobierno que, lejos de poner las cosas en orden, optó por crear una ''banca de desarrollo'', como si no fuera esa la función y razón de ser de los bancos. ƑAcaso existe una banca de desarrollo en Estados Unidos, en Canadá o en Japón? Si las intenciones fueron buenas, los resultados no: más temprano que tarde, la banca de desarrollo replicó los mismos vicios, en forma aún más perversa, porque sus recursos fueron utilizados para otorgar créditos a los altos funcionarios públicos, a sus familiares y a sus amigos, al mismo tiempo que los dificultaban a las empresas que los necesitaban para su funcionamiento. Los créditos otorgados a la familia de Salinas fueron motivo de escándalo; pero sólo uno de tantos ejemplos de este abuso cometido en agravio al país; menos conocida, pero igualmente grave, fue la participación del hoy gobernador del Banco de México en el quebranto y la desaparición del Banco de Comercio Interior.
La estatización de la banca, decretada por López Portillo en 1982, constituyó una oportunidad excelente para sanear las prácticas mafiosas y generar una nueva ''cultura financiera'' antes de regresar los bancos a la iniciativa privada. Lejos de ello, la nueva banca, que surgió una década después bajo los auspicios de Salinas, apareció con nuevos vicios de origen y una voracidad aún mayor; casos se dieron en que los nuevos banqueros pagaron la compra de los bancos autoprestándose de los propios recursos con que esas instituciones contaban. El Fobaproa terminó siendo la consecuencia directa del desbarajuste y la falta de probidad del nuevo sistema bancario, que quedó rebasado ante la crisis económica que enfrentó el país a partir de los llamados errores de diciembre.
Con todo esto la banca mexicana, lejos de asumir su papel histórico proporcionando los recursos para el progreso nacional, se ha convertido en una pesada carga que dificultará el desarrollo del país por mucho tiempo. El enojo de Cárdenas es, por ello, el enojo mismo de todos los mexicanos; hay razones sobradas para ello.