Juan Arturo Brennan
La fantasía del año 2000
Solicito la paciencia del lector para hacer una breve digresión turístico-fílmica antes de entrar en materia musical. En la ciudad de Las Vegas, esa especie de Disneylandia plástica y artificiosa para adultos, está el hotel Luxor, concebido y realizado como escenografía de cine en el mejor estilo egipcio-hollywoodense.
En el interior del Luxor, entre numerosos otros espacios dedicados al entretenimiento diverso, está una sala de cine con una megapantalla Imax. Al asistir recientemente a una proyección en esa sala descubrí, de manera ciertamente tardía, que en contra de lo que yo pensaba hasta hace poco, sí existen las pantallas Imax en teatros de diseño convencional. Es decir, no todas las pantallas Imax están enclaustradas en domos hemisféricos como el del Museo del Papalote o el CECUT de Tijuana. Maravilloso descubrimiento, porque quienes proyectan películas en formato Imax en teatros hemisféricos, aún no se dan cuenta de que los humanoides comunes y corrientes no tenemos ojos en los parietales ni en el occipucio.
Así, ver una proyección Imax en una pantalla plana (es decir, con la concavidad mínima requerida por las leyes de la óptica) y sin tener que recurrir a contorsiones corporales que fomenten la tortícolis, es una experiencia audiovisual ciertamente atractiva. Fue precisamente en la pantalla Imax del inverosímil hotel Luxor que tuve la oportunidad de ver, semiclandestino y agazapado entre numerosos niños, la película Fantasía 2000.
Concebida como una secuela de la Fantasía original, realizada en 1940, la nueva cinta de los estudios Disney maneja los mismos parámetros y mecanismos que su antecesora, filtrados por 60 años de avance en las técnicas de animación. Como nostálgico homenaje al fragmento más recordado de la Fantasía de hace seis décadas, la nueva cinta incluye el segmento en el que Mickey Mouse enloquece al compás del Aprendiz de brujo, de Paul Dukas.
El resto del material es nuevo y es predeciblemente irregular en sus resultados, tanto musicales como estrictamente cinematográficos.
La Quinta sinfonía de Beethoven acompaña imágenes geométricas semi-abstractas que con el paso del tiempo se convierten en mariposas. Un fragmento de El carnaval de los animales, de Saint-Saens, acompaña a una parvada de flamencos que ocupan su tiempo y su talento en jugar al yoyo. A los poderosos acordes de Los pinos de Roma, de Respighi, un grupo de ballenas realiza un fantástico trayecto. Para dar al Pato Donald un papel protagónico a su altura, se ha realizado un absurdo montaje de las marchas Pompa y circunstancia de Elgar para contar una nueva (?) versión de la leyenda del diluvio universal y el arca de Noé. De entre estos segmentos, el de las ballenas resulta más o menos atractivo por la calidad de las imágenes, pero no hay una buena interfase entre ellas y la música elegida.
Los demás son perfectamente prescindibles, porque lo mejor de Fantasía 2000 está en las otras viñetas. La música de Shostakovich se transforma en un buen acompañamiento para la historia (siniestra y angustiosa por momentos) del heroico soldadito de plomo que corrige entuertos en el mundo de los juguetes. La suite del ballet El pájaro de fuego, de Stravinski, complementa una buena visualización de una historia fantástica que conlleva un buen alegato en pro de la naturaleza.
Y lo mejor de la película: el trozo en que, con la Rapsodia en azul, de Gershwin, se narran de forma paralela las agridulces historias de varios personajes neoyorquinos, con un atractivo diseño visual basado en los geniales dibujos de Al Hirschfeld.
Tal y como pudiera sugerirlo esta breve descripción del contenido de Fantasía 2000, una visión de la película misma permite descubrir un proyecto interesante, atractivo en lo general, pero con notables desequilibrios en lo que se refiere a la concepción y a la realización de sus diversos segmentos.
El sonido de la Sinfónica de Chicago, dirigida por James Levine, es tan excelente como siempre y está procesado tecnológicamente con un buen sentido del poder, el balance y la acústica. Lo que resulta verdaderamente desconcertante para el melómano conocedor es el hecho de que, como en la añeja cinta de 1940, las piezas musicales utilizadas en Fantasía 2000 se presentan cortadas, sintetizadas y alteradas para cumplir con las necesidades de la imagen.
Cuando se hace esto con obras tan conocidas y memorizadas, la impresión auditiva produce ineludiblemente un distanciamiento entre el filme y el espectador.
Con todo, Fantasía 2000 puede resultar una experiencia musical y cinematográfica interesante, sobre todo para quienes tienen fresco aún el recuerdo del proyecto original.