VIERNES 10 DE MARZO DE 2000


* Immanuel Wallerstein *

Siglo pasado, milenio pasado

Al tiempo que celebramos el milenio, los medios están llenos de reflexiones sobre el pasado, que de hecho son afirmaciones sobre lo que se espera para el futuro. Mucho de esto no es sólo palabrería. La revista Time decidió que el hombre del siglo es Albert Einstein, con lo que celebró el progreso del conocimiento científico durante este siglo. Es una opción cómoda, pues así Time se ahorró una delicada decisión entre varias figuras políticas entre las que figuraban, como candidatos de la revista, Franklin Roosevelt, Winston Churchill y Mahatma Gandhi. La elección también es un homenaje a la magia de la ciencia: el Dios, si acaso lo hubo, del siglo XX.

La verdadera pregunta no es en torno a cuáles serían los acontecimientos esenciales del siglo XX, o del milenio pasado. La pregunta real es lo que se pensará en el 2100 sobre estos periodos. Apostaría que la respuesta sería que el siglo XX será recordado por tres cosas: la hegemonía de Estados Unidos, el resurgimiento político del mundo no occidental y la revolución de 1968. De igual modo, el milenio será recordado como el periodo en el que surgió la economía mundial capitalista. En el año 2100 esta transformación podría ser juzgada menos positiva de lo que parece a muchas personas en el 2000. Incluso puede ser que para entonces dicha transformación ya sea considerada un fenómeno del pasado.

Henry Luce hizo famosa esta afirmación cuando llamó al siglo XX "el siglo de Estados Unidos". Esto lo dijo en 1945, y por supuesto era más cierto entonces. Dicho año marcó, para Estados Unidos, el fin triunfal de una disputa de 70 u 80 años con Alemania, para erigirse como sucesor de Gran Bretaña en el ejercicio de la hegemonía en el sistema mundial.

En su nivel más alto, entre 1945 y los años 60, Estados Unidos producía más que cualquiera otra nación en el mundo, sus ciudadanos gozaban de los niveles más altos de vida, y por ello logró sin dificultades su lugar en la arena de la política mundial. En ese entonces también tenía el mayor poderío militar, sin tener necesidad de ponerlo a prueba. Estados Unidos logró de alguna forma convertirse en un centro mundial de actividad cultural.

Ya fuera que Estados Unidos se considerara un ejemplo a emular, o como objeto de temor y repulsión, su posición central en el sistema mundial fue universalmente reconocido.

La guerra fría no es la excepción a esta regla, sino más bien su mejor confirmación. Esto se debe a que la guerra fría existió con base en una escenificación cuidadosamente coreografiada de rivalidades simbólicas, que ocultaba no sólo arreglos que habían sido coludidos debajo del agua, sino también la admisión, por parte de la Unión Soviética, de que su nación nunca podría desafiar directamente a Estados Unidos.

Es un hecho que antes de 1945 Estados Unidos estaba en ascenso, pero aún no era hegemónico. Después de 1970, ha estado en decadencia aunque prevalece, en el 2000, como la nación más poderosa del mundo. Por ello, llamar al siglo XX el "siglo estadunidense" no es simple retórica, sino una afirmación analítica carente de contenido moral. Para no errarle, muchos propagandistas desean que el cuento termine aquí, pero éste no es el final de la historia.

También es cierto que durante todo el siglo se ha visto un resurgimiento del mundo no occidental. Cabe recordar que el siglo XIX fue aquél en el que se vio el total hundimiento político del mundo no occidental, con lo que culminó un proceso que comenzó a finales del siglo XV.

En 1905, Japón derrotó a Rusia. En los años anteriores a la Primera Guerra Mundial hubo revoluciones modernizadoras en México, China, Afganistán, Turquía-Imperio Otomano y Persia, así como importantes acontecimientos políticos en India, el mundo árabe, Sudáfrica, Filipinas y Cuba. Estos hechos, así como las revoluciones rusas (la de 1905 y dos en 1917, en especial la revolución bolchevique) son parte de una insurgencia contra la dominación occidental en el mundo.

Después de 1917, el cuento transcurre sin interrupciones a lo largo del siglo. La reunión de Bandung en 1955 puede interpretarse como el momento simbólico en el que el mundo no occidental expresó, alzando bastante la voz, que debía ser tomado en serio en la política mundial.

Que el mundo no occidental siga albergando a los dos tercios oprimidos del sistema mundial no mitiga, aun en el año 2000, la realidad de su resurgimiento, y es de esperar que en los próximos cien años se vuelva más fuerte. Al grado de que en el 2100 sean difíciles de creer las condiciones en las que el mundo estaba organizado en el año 1900.

La gran contradicción del siglo XX es que la hegemonía de Estados Unidos y el resurgimiento del mundo no occidental finalizaron simultáneamente. Podía pensarse que el primer elemento combatió al segundo, y viceversa. Pero no fue así. Para explicar esto debemos recordar el simbólico momento de 1968. Lo que nutrió entonces tanto a la hegemonía de Estados Unidos como también al resurgimiento del mundo no occidental fue la fe de los protagonistas de ambos acontecimientos en la letanía de la esperanza representada en la convicción liberal centrista de que un reformismo gradual dirigido por el Estado y encabezado por expertos lograría, de alguna manera, pondría fin a las polaridades económicas y sociales, y lograría un sistema mundial democrático más o menos igualitario.

Sin embargo, con el incuestionable estatus hegemónico de Estados Unidos, aunado con movimientos de liberación nacional que llegaron al poder en numero- sos lugares de Asia, Africa y América Latina, volvió evidente el hecho, en los 60, de que era equivocada la esperanza de que las polaridades desaparecieran. Era obvio que la polarización, tanto económica como social, se incrementaba de manera consistente, e incluso se volvería espectacularmente mayor en los últimos 30 años del siglo.

Esto llevó a la gran desilusión, tanto hacia el reformismo centro-liberal del establishment mundial como hacia los movimientos revolucionarios autoinventados, los cuales reaccionaron presentando programas similares a los anteriores, pero disfrazados con retóricas más radicales.

Desde entonces hemos vivido las consecuencias de la gran desilusión. Esta ha provocado el antiestatismo. También ha fomentado el surgimiento de grupos armados defensivos, con el fin de combatir a otros grupos. Ha creado temor en lugar de esperanza. Ha sido el presagio del periodo caótico al que hemos ingresado.

Es precisamente la gran desilusión, simbolizada y engrandecida por las revoluciones de 1968, la que presenta en alto relieve el mayor acontecimiento de los últimos mil años: la creación de la economía capitalista mundial. Esta creación históricamente inesperada, que desafió a todas las demás posibilidades, es sin duda el fenómeno que más transformó a la humanidad desde la invención de la agricultura, hace unos 810 mil años. Logró dos cosas que son fundamentales.

Hizo del mundo un solo sistema histórico. Esto no ocurrió inmediatamente, pero dentro de la lógica del sistema capitalista, así como su expansionismo sostenido junto con las recompensas materiales que ofreció por el cambio tecnológico y su destructividad hacia históricos sistemas alternativos, llevó a su incorporación y operación hasta en el más remoto rincón de este planeta. Esto empezó a ocurrir hasta la mitad del siglo XIX. Sin embargo, lo crucial es que nada comparable ocurrió, o pudo haber ocurrido antes.

El segundo gran cambio fue de orden moral. El sistema capitalista es aquél en el que la ilimitada acumulación de capital no sólo es posible sino legítima, y además se le concede prioridad social. Quienes no jueguen dentro de esta regla pierden económica, política y socialmente. Ese genio, que siempre estuvo ahí, fue liberado de la lámpara y todos los que antes lo mantuvieron cautivo (líderes religiosos, gobernantes y masas poblacionales del mundo) se quedaron mirándolo, un tanto indefensos. Nunca el genio se presentó tan fuerte como en el 2000. Algunos lo celebran, muchos lo deploran, la mayor parte de la gente simplemente sufre por él. La estabilidad de esta clase de sistema depende en gran parte de la pasividad de las mayo- rías. Es aquí donde entra la desilusión de 1968. La desilusión mata a la pasividad.

Así, en el 2100 podríamos ver al genio de vuelta en la lámpara. O tal vez no. Podríamos ver al planeta aún más unificado que ahora, pero podríamos ver lo opuesto. Lo esencial es que hemos ingresado a un momento (un largo momento de 50 años) de opciones históricas. El resultado es totalmente incierto. Pero este desenlace puede ser afectado por cada uno de nosotros, pues el orden que proviene del caos es el resultado de una lucha moral y política. Es sobre esto que debemos reflexionar al ingresar al nuevo milenio.

 

Traducción: Gabriela Fonseca