VIERNES 10 DE MARZO DE 2000

Fox: una economía con botas de barro

* Américo Saldívar V. *

EL PROMETER NO EMPOBRECE. En lo que va del año hemos sido bombardeados hasta el cansancio por discursos desarrollistas y por ofertas de crecimiento económico y de pleno empleo que, por su ligereza y trivialidad, en ocasiones se asemejan más al paraíso prometido por predicadores, que a planteamientos de políticos que pretenden dirigir este país en los próximos años. El caso que nos preocupa y ocupa en esta colaboración es precisamente la reiterada oferta del candidato panista, Vicente Fox Quesada, de que es posible alcanzar un crecimiento económico sostenido de 7 por ciento anual y crear un millón 300 mil empleos cada año.

Francisco Labastida Ochoa, abanderado del Partido Revolucionario Institucional (PRI), ha sido un poco más modesto y sólo ofrece un incremento en el producto interno bruto (PIB) del orden de 6 por ciento.

Tan generosas propuestas han sido vistas con simpatía por banqueros (bancables), industriales, empresarios e inversionistas de todo tipo, y hasta por economistas. Ciertamente esta oferta reiterada frente a los banqueros en Acapulco no es del todo idílica ni irrealizable en el mediano plazo, por lo que resulta difícil de rechazar.

Pero salta la pregunta: Ƒcómo se va a lograr el milagro del alto crecimiento y cuáles son sus premisas? Para el candidato de PAN y PVEM, la respuesta es fácil: simplemente incrementando las inversiones de capital, la eficiencia productiva y competitividad de las empresas, hermanando capital y trabajo, aumentando la plataforma de exportaciones, consolidando la balanza comercial y de pagos, promoviendo a la iniciativa privada, dando créditos al campo, integrándose de manera inteligente a la globalización, etcétera. ƑDónde hemos oído todo esto antes?

Sus asesores y el partido que lo acompaña no se han puesto a pensar en cuáles serían los costos sociales y ambientales que tal proyecto conlleva.

El problema y lo peligroso de la propuesta es lo que implica en términos del costo, los efectos y externalidades negativas que tal crecimiento provocaría sobre el medio ambiente, los recursos naturales y la ecología del país.

Porque Fox, al no entender la diferencia entre sostenido y sustentable, busca lograr un crecimiento sostenido de la economía y del empleo, es decir, sin modificar en lo sustancial las bases y la esencia misma que, con altas y bajas, ésta ha escenificado en las últimas décadas y cuyos saldos más notables son una alta deuda social, una enorme deuda fiscal (interna y externa) y una deuda ambiental ejemplificada por el subsidio permanente que ha recibido por parte de las funciones y servicios ambientales y los recursos naturales.

En otras palabras, las constantes de un crecimiento económico a toda costa han sido la sobrexplotación, el saqueo, el agotamiento y deterioro sin tregua que han sufrido el hábitat y los ecosistemas en nuestro país. Ello, a la postre, significa sufrimiento y pérdida de calidad de vida del ser humano.

A guisa de ejemplo, resulta por lo menos irresponsable su propuesta, hecha en el Colegio Nacional de Economistas (CNE), de reducir los precios en las gasolinas a efecto de reactivar la economía.

Esto último es parcialmente cierto en el corto plazo, pero en el mediano y largo plazos, que es lo que importa para las variables ambientales y de calidad de vida, no lo es. Dicha reducción del precio produciría al menos dos efectos inmediatos, ambos perversos: primero, un incremento en la intensidad del uso (no eficiente) de combustibles fósiles; segundo, una reducción en la competitividad de sustitutos menos contaminantes como podrían ser el etanol y el gas natural.

Como resultado de ambos fenómenos se provocaría el aumento absoluto y per cápita del nivel de emisiones y aumento en el costo de problemas derivados como la salud, el tráfico vehicular y, por ende, también de las medidas de adaptación y mitigación frente al cambio climático, cuyas consecuencias en términos de pérdida de visas y bienes hemos padecido en nuestro país.

Muchos de los bienes y servicios ambientales (agua, aire, suelo, bosques, etcétera) no están adecuadamente reflejados en el mercado. Su valor tiende a ser cero y son vistos como un mero subsidio a la producción y al consumo. Esta visión debe ser radicalmente modificada.

Precisamente, en la reciente reunión de expertos realizada en La Habana, Cuba, sobre la Convención del Cambio Climático, se estimó que aumentar el ritmo de crecimiento de 2.5 por ciento a 6.0 anual para México, implicaría subir de 300 a más de 800 millones de toneladas las emisiones de bióxido de carbono.

Si el costo ambiental negativo de este principal gas de efecto invernadero oscila entre los 4 y 60 dólares por tonelada, podemos estimar las tremendas repercusiones económicas, sociales y ambientales que para nuestro país tendría ese incremento del producto interno bruto.

Reconocemos que ante las graves carencias y pobreza que afectan a millones de mexicanos, el crecimiento económico puede ser un imperativo y una necesidad inaplazables. Entonces de lo que se trata no es del cuánto, sino del cómo y sobre qué bases y principios debemos crecer. Si el crecimiento prometido, como es el caso, no se realiza sobre las bases de un desarrollo sustentable, integral y de largo plazo, donde se antepongan la racionalidad ambiental y la equidad social, a la racionalidad económica egoísta y cortoplacista, continuaremos hipotecando el futuro del país y pisando en el barro de un modelo ya agotado. *