VIERNES 10 DE MARZO DE 2000
* Julio Boltvinik *
La otra certificación
La semana pasada Washington otorgó al gobierno mexicano la certificación en materia de lucha contra el narcotráfico. El martes la agencia internacional Moody's Investor Service otorgó a la deuda de México el llamado grado de inversión: una buena calificación que significa que prestarle al país supone un riesgo bajo. México ha obtenido dos certificaciones de buena conducta en dos semanas. Hay una tercera certificación en la que, a pesar de la crisis de 1994, el país ha estado recibiendo dieces y estrellitas en la frente desde hace años. La que otorgan de manera menos explícita los organismos financieros internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Banco Interamericano de Desarrollo).
Hay un amplio grado de consenso, que cubre todo el espectro político nacional, sobre lo inaceptable que resulta la certificación por narcotráfico, en la que el gobierno norteamericano se erige a sí mismo en juez, juzga las políticas de otros Estados e impone sanciones a los reprobados, ya que con ello viola la soberanía de las naciones. Pero las otras dos ''certificaciones'' (que hacen exactamente lo mismo) son aceptadas por el gobierno, el partido oficial y el PAN, silenciosamente, sin protestas ni críticas. De nuestro buen comportamiento ante los organismos financieros internacionales depende que nos sigan apoyando directamente con préstamos e indirectamente recomendando nuestro país a otros gobiernos y a agentes privados. La calificación de grado de inversión de Moody's (en la que, sin embargo, no coinciden otras importantes agencias calificadoras) puede desempeñar un papel positivo para que la tasa de interés a la que se coloca la deuda pública externa sea más baja (al disminuir el castigo por lo que se llama riesgo país).
También puede influir para que aumente el flujo de inversión extranjera de cartera (para comprar Cetes e instrumentos similares). Según la columna ''Marcapasos'' del diario Reforma de este jueves, el costo por el riesgo país, expresado en puntos porcentuales de interés anual, bajó de 6.6 en marzo de 1999 a 3.5 en diciembre de 1999 y a 2.3 ayer, como consecuencia de la nueva calificación.
El juicio de una calificadora o de un organismo financiero internacional será alto cuando el país haya hecho y logrado lo que los juzgadores esperaban que hiciera y lograra. Las consecuencias de una calificación negativa de cualquiera de estos niveles puede ser terrible. Frances Stewart, destacada economista de la Universidad de Oxford, señala que los países que se atrevan a implementar políticas diferentes a las que esperan los juzgadores se convertirán en parias internacionales *. Eso fue lo que le ocurrió a Perú durante el gobierno de Alan García, quien implantó programas heterodoxos en los años ochenta.
Pareciera que el arte del buen gobernar ya no consiste en saber lo que el país necesita y actuar en consecuencia, si no en saber lo que esperan los organismos financieros internacionales y las agencias calificadoras, y actuar para complacerlos. Lo que estas agencias y organismos esperan ha sido codificado en el llamado Consenso de Washington, también conocido como nuevo modelo económico o modelo neoliberal. Pero este consenso puede resquebrajarse, como pareció ocurrir muy recientemente con las críticas que desde dentro del Banco Mundial venía ejerciendo uno de sus vicepresidentes, Joseph Stiglitz. Sin embargo, Stiglitz ha renunciado y, lo más importante, es que el Consenso de Washington ha generado el Consenso del Mercado. Como señala Frances Stewart, ''el éxito del Consenso de Washington en abrir las economías a los mercados financieros internacionales ha dejado salir un genio de la lámpara, uno más fuerte que Washington y ante el cual él mismo ha de agachar la cabeza. Más aún este genio es más siniestro''. Este genio es el Consenso del Mercado que los mercados financieros imponen a los gobiernos. ''Las exigencias de los mercados financieros --continúa Stewart-- son menos explícitas (que las de Washington) y no están abiertas al debate razonado ya que no hay con quién debatir, sino únicamente analistas financieros que afirman saber qué piensa 'el mercado' y cómo reaccionará''.
El imperio de estos dos consensos señala a los gobiernos lo que deben hacer, de tal manera que prácticamente reducen a cero su libertad de actuación, cancelando la soberanía. ƑQueda alguna posibilidad de liberarse de este yugo? Según la autora que venimos citando, ''en la actual economía global sólo existe una manera en que los países puedan evitar tanto el Consenso de Washington como el Consenso del Mercado, y aún aquí la puerta se está cerrando, y esa es ser financieramente independiente de Washington y de los mercados de capitales internacionales. Esto es lo que los países exitosos del Asia oriental lograron, lo cual les dio la flexibilidad para adoptar un conjunto de políticas que diferían de ambos consensos en aspectos importantes y que naturalmente tuvieron un éxito espectacular''.
Al igual que los niños dependientes de mamá, sin embargo, nuestros funcionarios ni siquiera se percatan que viven bajo este yugo. Están felices haciendo lo que hacen, creyendo que lo deciden ellos y saltando de emoción cuando les ponen la estrellita en la frente. En estas circunstancias, la oposición política real consiste en plantear las medidas económicas que el país necesita y no las que complacen a nuestros jueces, como lo hizo Cuauhtémoc Cárdenas en la convención bancaria que se clausuró el fin de semana en Acapulco.