JUEVES 9 DE MARZO DE 2000
* Olga Harmony *
Instrucciones para volar
Karina Gidi y José Antonio Cordero nos narran ųcomo actriz la primera, como director el segundo y ambos como dramaturgosų una historia de amor cuya mayor frustración es el clima frío en que habita el amante de la mujer, salida del calor, que aprende a volar para ir a su encuentro. Texto y escenificación son divertidos e inteligentes, bien actuados porque Karina Gidi es una de las muy buenas actrices jóvenes con que contamos, aunque para algunos, entre los que me cuento, haga falta ese elemento imprescindible del teatro, que lo mismo puede ser emoción que reconocimiento o bien la crítica de costumbres inherente a la comedia y que aquí no asoma. Se antoja más bien un ejercicio, aunque quizá conlleve una carga autobiográfica que apenas nos roza por varias razones.
Todo encuadra en este montaje y sus códigos son de fácil comprensión aun para los que vivimos lejos de Internet, pero que nos empezamos a preocupar porque la ventana al mundo de la protagonista resulte ser su computadora. En una muy simple y eficaz escenografía de Guillermo Méndez, con un hábil vestuario de Adriana Olivera ''La pájara" y con la iluminación siempre convincente de Matías Gorlero, se debe destacar como elemento indispensable y apoyo para Gidi la música en vivo original de Mariano Cossa. En efecto, los elementos o fuerzas que la actriz ųel personaje lo esų olvidada de su obsesión por Ofelia recita en un ''comercial", se desconstruyen en cuatro momentos de poesía y baile ųen coreografía de Pilar Gallegosų en que la enamorada recuerda los incidentes de su encuentro con el amado. Karina Gidi se desdobla en otros personajes con que entabla amistad por Internet y en las aeromozas que dicen divertidos parlamentos (que también revelan los miedos de la posible pasajera), pero es precisamente el buen desempeño de todos los integrantes de la escenificación el que en lo personal me deja una sensación de vacío.
Me pregunto a qué están destinados todo ese talento y toda esa inteligencia. Si los jóvenes teatristas eligen no hablar de los grandes temas, muy su gusto. Podemos pensar en una realidad virtual en que los niños mexicanos aprendan inglés y computación, porque ya dominan el español, además de alguna lengua de sus etnias, tienen escuela, casa y comida, porque sus padres gozan de buenos salarios y seguridad en sus empleos, amén de seguridad social. Podemos olvidarnos de la corrupción y el narcotráfico, la guerra encubierta de Chiapas y los estudiantes universitarios presos. O de otros asuntos cotidianos, como el machismo y todas las llagas de la sociedad en que vivimos. Hasta podemos entregar al soez dictador Augusto Pinochet un premio por su gran actuación como enfermo desvalido. Podemos no hacer caso de todo ello. Por lo menos, muchos pueden.
Pero entonces, que se nos dé algo a cambio para que pueda persistir el teatro o que siga teniendo sentido. En el programa general del Teatro Helénico, el hombre de teatro y espléndido impulsor que es Otto Minera reproduce un texto de John Heilpern en defensa de este arte escénico, con el que no se puede menos que estar conforme, pero se nos está hablando del teatro como una experiencia insustituible. ƑLo es mucho de lo que vemos? Por supuesto que no y quizá no debamos pedir tanto. Poco tiempo atrás se puso de moda llamar teatro light a todo el que no acudiera a profundidades dostoievskianas. Se habló, entonces, con ligereza de lo ligero sin ver en las obras de muchos teatristas la crítica de costumbres implícita, el muy buen trazo de personajes o la exploración de las formas de la realidad. Y si bien los autores de esa generación se alejaran de los temas estrictamente políticos al hablar de la pareja tocaron lo social, muy definidamente el machismo y sus consecuencias.
Pero en los últimos tiempos empieza a surgir un teatro auténticamente light y esa dieta amenaza enflaquecer la escena. Y si al teatro no se le pudiera pedir otra cosa más que cuente una historia, por lo menos que sea una historia que nos involucre. Que nos ofrezca personajes definidos y entrañables, que nos hable con voces que nos digan algo, viejo o nuevo, pero que nos concierna. Y sin negar las virtudes estructurales y todas las otras virtudes de Instrucciones para volar, me hubiera gustado que ese vuelo llevara a algo más que la inercia de la forma, que si bien las historias de amor pueden emocionarnos hasta a los viejos, ésta en particular está tan ayuna de sustancia que nos dice muy poco, a no ser la innoble curiosidad de preguntarnos si es una historia verdadera y de quién es esa historia.