EU, EL PAIS VIOLENTO
Estados Unidos pasa por la etapa de expansión y bonanza económica más prolongada y firme de su historia y el país ejerce en el mundo una hegemonía y un liderazgo sin precedentes en la política, la economía, la diplomacia, la geopolítica, la tecnología, la ciencia y el comercio.
En lo interno, los más de 40 millones de pobres que dejó por herencia la era Reagan-Bush se han reducido a casi la mitad, y si bien las desigualdades sociales son mayores que nunca, los niveles de ingreso, educación y consumo de la población en general se han incrementado de forma sostenida durante los últimos ocho años.
En la actual circunstancia estadunidense, sin embargo, persisten y se agravan problemáticas sociales en las cuales el país vecino ocupa, también, y para su infortunio, el primer lugar del mundo. La violencia, de la que se da cuenta en la última página de esta edición, es una de ellas.
La tendencia de la población a adquirir, poseer y usar armas de fuego en cantidades crecientes y sin ningún motivo que lo justifique es, sin duda, una de las vertientes centrales de la violencia. En promedio, los estadunidenses tienen -en forma legal o no- más de una de estas armas por habitante, y con una frecuencia aterradora esa posesión desemboca en tragedias domésticas o comunales; así lo demuestra el simple dato de que todos los días se produce la muerte de 89 personas -12 de las cuales son menores de edad- por disparo de arma de fuego.
Los medios de información y entretenimiento, por su parte, retoman y capitalizan los hechos de inseguridad, destrucción y muerte del entorno social, y los devuelven a la sociedad mediante un bombardeo cotidiano de imágenes de una violencia exponencial y exacerbada que retroalimentan y agrandan el fenómeno, el cual desemboca en una extendida e inocultable cultura de la criminalidad: unos dos millones de estadunidenses -más de siete de cada cien- están recluidos en las prisiones del país, las cuales, como en muchos otros lugares del mundo, operan más como unisversidades delictivas que como centros de rehabilitación y readaptación.
Por último, el aspecto más grotesco y trágico de la situación es la violencia policial e institucional que se ejerce, en primer lugar, por medio de corporaciones policiales que violan en forma regular -como es el caso de los agentes del orden en Nueva York y los efectivos de la Patrulla Fronteriza- los derechos humanos, especialmente los de los sectores sociales más desprotegidos: inmigrantes de origen latinoamericano y negros.
Esa violencia institucional se prolonga y acentúa en el sistema judicial, en el que casi un tercio de los jóvenes negros del país se encuentran sujetos a algún proceso, averiguación o sanción, y culmina en los mataderos de seres humanos en los que cada año se ejecuta por decenas a aquellos que el país no pudo o no quiso redimir.
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