La Jornada miércoles 8 de marzo de 2000

Gabriela Rodríguez
Ni diosas, ni vírgenes, ni brujas

Rodeadas de pobreza y de un ambiente cultural que las minimiza, las mujeres mexicanas celebran el 8 de marzo de 2000 construyendo estilos de vida que les permitan ejercer el derecho a decidir y asumir posiciones de poder, tanto al interior de la familia como en el ámbito público.

Y aunque están lejos de retratar el ideal de virgen y madre que ha venido promoviéndose desde la última edición de los cuatro Evangelios de Cristo, su condición sexual sigue siendo afectada por el status subordinado que la cultura cristiana le impone. Efectivamente, aunque circularon más de 200 diferentes versiones evangélicas en los primeros siglos de nuestra era, la Biblia fue el resultado de un proceso selectivo y cauteloso que se compiló en el siglo IV, al fijar "una verdad estática" que uniformara con éxito narraciones tan distintas y eliminara la figura femenina de la posición de la divinidad.

La nueva Santa Trinidad se construyó a partir de un retrato más antiguo de la divinidad del Libro Secreto de Juan: "Yo soy el Padre, yo soy la Madre, yo soy el Hijo". Como esa figura arquetípica no exaltaba la singularidad de Dios, en el Concilio de Nicea se remplazó el término femenino por el neutro de "espíritu", quedando compuesta la trinidad por el Padre, el Hijo y un espíritu neutro, sin sexo. Una imagen divina singular, masculina y neutral, dejó a la madre fuera de la Santísima Trinidad, como parte de la construcción de todo un sistema jerárquico sexista que diferencia a los seres humanos de acuerdo a su proximidad con Dios, un modelo que automáticamente coloca "lo femenino" por debajo de la posición de poder.

Y para reconstruir las facetas pre-cristianas de las diosas que adoraban los romanos, se sustituyeron también las figuras de Cibeles, Atenea, Isis, Minerva y Juno, sin duda más accesibles, humanas, gentiles e indulgentes que el todopoderoso Dios, para condensarlas en la imagen de María/Madre, quien personificó a la doncella Virgen y a la Madre, y en la que se excluyó la tercera faceta que prevalecía en las divinidades femeninas: la de anciana sabía, figura que más tarde vino a simbolizar al enemigo máximo: la bruja.

El culto a la Virgen no floreció sino hasta la Edad Media, cuando se inventaron letanías completas y se erigieron grandiosas catedrales para personificar una figura a quien recurrir en busca de perdón, salud y esperanza. Ese símbolo femenino se impondrá como parte de las estrategias de conquista y evangelización en otros continentes. En Mesoamérica, la Virgen de Guadalupe sigue siendo hoy recurso para sostener las tensiones de la pobreza y referente sustancial para el consuelo y la esperanza de millones de mexicanas y mexicanos.

ƑCuánto de la visión evangélica de la mujer/virgen/madre y del monoteísmo cristiano centrado en el varón/Dios influyó en las estructuras jerárquicas modernas? ƑQué tanto reproducen los sistemas institucionales laicos la opresión de expresiones que se alejan de la masculina y temerosa figura de Dios?

Difícil de precisar, aunque hay datos que hablan por sí mismos. Hoy en día, cuatro de cada cinco hogares mexicanos están dirigidos por un hombre, el trabajo doméstico no remunerado lo realizan 94 por ciento de las mujeres que generan ingresos fuera del hogar y 33 por ciento de los hombres jefes de familia. En los ambientes laborales participa una tercera parte del total de las mujeres en condiciones desiguales, las obreras ganan 67 por ciento menos en promedio que los obreros, la diferencia entre profesionales es de 34 por ciento, en tanto funcionarios perciben ingresos 43.2 por ciento más altos que funcionarias que ocupan los mismos niveles.

En los espacios de poder público el rezago es drástico: 90 por ciento de los funcionarios de alto nivel son hombres, ninguna mujer ha ocupado el cargo de Presidenta del país, en las actuales elecciones no contamos con ninguna candidata para tal investidura. En los estados, el porcentaje de presidentas municipales varía de 1 y hasta 25 por ciento.

La complicidad de los partidos con la jerarquía desigual y el grado de esfuerzo por superar tal injusticia quedan en evidencia en el interior del Poder Legislativo: mientras que sólo 13 por ciento del total de los escaños son ocupados por mujeres, al interior del PAN menos de 9 por ciento son mujeres diputadas y 4 por ciento de senadoras; el PRI registra 16 por ciento de diputadas y senadoras, en tanto que en el PRD, 32 por ciento de sus escaños los ocupan diputadas y 14 por ciento senadoras.