VENTANAS Ť Eduardo Galeano
El bombero
El Pistola Dotti, así llamado desde la madrugada de su hazaña, no recibió nunca los reconocimientos que merecía.
El Cuerpo de Bomberos no otorgó ningún diploma al hombre que descubrió un arma nueva contra los incendios, sin antecedentes en la historia universal, y así enriqueció, a pura inventiva criolla, la tecnología de los guerreros del fuego.
El Partido Socialista no colocó ninguna placa de bronce en memoria del militante que preservó para la causa revolucionaria su sede principal, evitando que fuera reducida a carbón y cenizas.
El Ministerio de Cultura no prendió ninguna medalla al pecho de este benefactor del arte uruguayo, que salvó la vida de una joven promesa de la pintura nacional.
Y tampoco, la verdad sea dicha, se conocen expresiones de gratitud del artista pintor, Emilio Casablanca, que pudo haber quedado muerto completamente y para siempre, ni de los muchos amigos que lo preferimos vivo.
Hace ya una punta de años, Emilio tenía por vivienda el altillo del Partido Socialista. Una madrugada, con el cuerpo lleno de vino desde la cabeza hasta las uñas de los pies, se durmió, o se desmayó, sin apagar el cigarrillo que le colgaba de una mano. El Pistola, que tenía a su cargo las tareas de limpieza, llegó a trabajar antes del amanecer, como tenía costumbre, cuando nomás entrar sintió un olor acre en el aire enrarecido. El humo venía del altillo. El Pistola trepó la escalera de un salto y empujó la puerta: a través de la densa humareda, sus ojos ardidos pudieron adivinar que Emilio yacía, dormido, entre las llamitas que brotaban de las cobijas. Estaba lejos el agua, en el baño o la cocina, y El Pistola no vaciló. Haciendo de tripas corazón, de un manotazo se bajó los pantalones. Y meó.