DOMINGO 5 DE MARZO DE 2000
Ť En entrevista con La Jornada, afirma que nunca escribiría por encargo
Preparo libros abiertos para que el lector se sienta libre: Galeano
Ť Cada texto es resultado de una pelea; son muy cincelados y pulidos, señala el autor uruguayo
Elena Poniatowska /I Ť Patas arriba. La escuela del mundo al revés trae a Eduardo Galeano a México, después de tres años de ausencia, y como se trata de patas me dice: ''Te invito a caminar. Aquí detrás del hotel hay unos sitios arbolados muy bonitos. Siglo XXI me ha instalado en el sur, en el Paraíso Radisson. Ven a eso de las 11 y media de la mañana porque estoy cansado''.
No se ve nada cansado, al contrario, su camiseta abierta y sus pantalones de mezclilla sujetados por un cinturón de colores le dan aspecto de deportista. Salimos al Periférico tras un balón invisible, damos vuelta a la izquierda (šcómo íbamos a darla a la derecha!). Galeano camina a paso redoblado y me arrastro tras él como cartero, bajo el peso de una mochila llena de cartas marcadas.
-Si quieres te cargo tu bolso -me dice Galeano, al verme con la lengua de fuera.
-No, no, yo puedo.
Hombre compasivo, sin mí, Galeano ya estaría en la punta de la colina pero aguanta, le da la cara al sol y sonríe benevolente como yo le sonrío a Las aventuras de los jóvenes dioses, su penúltimo libro, publicado en 1998. Su gran clásico es, desde luego, Las venas abiertas de América Latina (1971), pero Patas arriba, en el que analiza el ánimo y los valores del fin de siglo, cierra un ciclo abierto por Las venas abiertas, hace 30 años.
-Empieza mal el siglo, Elena, porque se han roto los vínculos solidarios construidos durante el siglo XX.
-A propósito de vínculos solidarios, por poco y llegas a tiempo para enterrar a Fernando Benítez. Las manifestaciones en torno a su fallecimiento han sido una explosión de agradecimiento y cariño. La prensa se ha desbordado, el gremio periodístico habla de lo mucho que le debe y de su generosidad. Benítez ha de estar echado en una nube, así como solía tirarse en el suelo de la redacción...
Una botella de whisky para Benítez
-Mira, después de un viaje infinitamente largo y agotador para venir de Montevideo a México, tuve mala suerte y sólo me faltó pasar por Oceanía. Llegué al DF para hacer la conexión con Guadalajara y caminaba distraído (porque tenía que pasar de la parte internacional a la nacional) por ese corredor del aeropuerto buscando el mostrador de Aeroméxico para el tramo final de mi larga peregrinación, cuando veo un desplegado de La Jornada con un título enorme que decía: "Adiós al maestro" y la cara de Fernando Benítez. Yo traía dos o tres botellitas de whisky que había comprado en el Duty Free, una de las cuales era para él. Cuando vi su cara, la bolsa se me cayó de las manos, se reventó contra el piso y se quebró una de las botellas. Ahí quedé yo rodeado por un charco como si me hubiera meado. Pensé mirando a Benítez: "Se rompió la tuya. Que te la bebas, ša tu salud!". Brindé por él y seguí caminando. La verdad es que por más que Fernando tenía ya sus años, no me lo esperaba.
-Decías que en una ocasión cenaste con Juan Rulfo, Fernando Benítez y Luis Cardoza y Aragón...
-Sí, claro, Ƒcómo olvidar esa cena? Fue una maravilla porque cada uno contaba historias prodigiosas que los otros dos comentaban por lo bajo susurrando maldades. Decían: "No es cierto, eso es mentira, no le creas (ríe), no fue así. Ya no se acuerda, no conoce, es un mentiroso, no fue así, está loco". Rulfo, sobre todo, desmentía a Benítez y me decía escondiendo su boca tras de su mano: ''Necio, no sabe de lo que habla''. Luis Cardoza también renegaba de Fernando. Los tres se decían maldades, pero esa era también una manera de quererse los tres. Encuentros así son regalos de la vida. šImagínate una cena con ellos contando sus cosas como en un campeonato de a ver quién delira mejor y demostrando que entre más viejillos, más chamacos a la hora de imaginar y de reír. šQué gran privilegio recordar esa cena!
"No estamos viendo"
Hay una expresión muy frecuente en México que dice: "Nos estamos viendo". No se usa en otros países, por lo menos no recuerdo haberla escuchado. Yo la adopté. Me parece tan hermosa esta manera de decir: "Te veo aunque no te vea" o "estás aunque ya no estés". Y con estos tres que fueron tan entrañables conmigo y a quienes tanto quise, siento que nos estamos viendo. Lo mismo me sucede con el viejo Arnaldo Orfila Reynal, director de mi editorial, Siglo XXI, quien vivió hasta los 101 años, bastante más que los otros tres. Creo que hay un momento en el que Dios decide que ya no puede aguantar más esta afrenta que le infligen estos cuatro viejitos maravillosos, que siguen naciendo de nuevo cada día y que tan chamacos están. Arnaldo recordaba con una precisión asombrosa los episodios de su llegada a México trayendo la Reforma Universitaria de Córdoba en 1912. Su capacidad de recrear los detalles del viaje en tren con Valle-Inclán y las mentiras fabulosas que contaba, y después el mundo del México revolucionario de aquellos tiempos, porque Orfila llegó cuando Zapata y Pancho Villa todavía estaban vivos, los conoció y de todo eso se acordaba como si fuera ayer. Los cuatro -Rulfo, Orfila, Benítez, Cardoza y Aragón- eran muy buenos conversadores, que es un modo de narrar, Ƒno? La narración oral es tan importante en la vida y en la historia americana, porque buena parte de nuestras mejores energías de vida han sido transmitidas por tradición oral. Hay una expresión muy linda de los indios mapuches de Chile que dice: "ƑPirámides aquí?" Ninguna. Nuestras pirámides son las palabras".
Estoy harto de viajar
-Estoy harto de viajar porque lo he hecho mucho. No es que me canse, porque con el tiempo te vas haciendo baquiano y te adaptas a todos los cambios del mapa y del reloj. El problema es la vida tartamuda a la que te condenan los viajes.
-ƑTartamuda?
-Al no tener continuidad en nada, tartamudeas. Para la escritura no es bueno andar viviendo una vida de pulga de circo, a los saltos. De todos modos, todo tiene sus luces y sus sombras. El viajerío cansa, pero también te permite estar en varios lugares y en mucha gente. Conocer o reconocer los muchos mundos que el mundo contiene, aunque el poder está haciendo todo lo posible por acabar con la diversidad del mundo. Sin embargo, lo mejor que hay en el mundo es esta cantidad de mundos que contiene y que cuando uno viaja lo comprueba todo el tiempo. Ahora, cuando te quedas en casa también porque cada persona es tantas personas y cada lugar es tantos lugares. Hay tantos mundos escondidos dentro de cada mundo, tantos países en cada país, tantas ciudades en cada ciudad.
-Oye, Eduardo, para ti debe ser gratificante ver que tienes tantísimos lectores y que muchachos y muchachas de 18 años llenan la principal sala de Bellas Artes para verte...
-Precisamente di una conferencia de prensa y un reportero me preguntó cómo explicaba yo que tuviera tantos lectores tan jóvenes. Yo le dije: "Masoquismo juvenil". El se rió porque le pareció un chiste, pero es verdad.
-Los dos escritores que congregan a más chavos son tú y Mario Benedetti, que casi ya no viene.
-El problema de Mario -hablé con él hace poquito- es que tiene un asma aguda, y la contaminación y la altura no son los mejores remedios ni las mejores compañías para un asmático como él que en México ha tenido crisis graves. En su último viaje, Mario fue feliz a la hora del encuentro con la gente joven, que es la más linda de este país, pero muy infeliz a la hora de respirar. Se desmayó y ahora se le hace difícil regresar. La verdad es que uno quiere mucho a esta ciudad, pero hay que reconocer que aquí los pájaros tosen en vez de cantar. Cuando la contaminación está más grave los pobrecitos ya no aguantan y en estos días más o menos despejados, los escuché nomás toser.
Las historias van creciendo y caminan conmigo
Seguimos subiendo entre los pinos. Como son las doce del día pensé que ya no habría hombres y mujeres de pants practicando ejercicio, pero cruzamos a varias parejas que sudan a mares bajo el sol inclemente. Dos amigas platican mientras corren y las miro con envidia. šQué buena condición! Hablamos de Carlos Payán. "Es el primer viaje en que no lo veo, siempre cenamos juntos". Le comento que sus "Ventanas" deleitan a los lectores que las abran como una tregua en medio de los disgustos de la jornada. Me quejo de que el periodismo es muy absorbente, y le pregunto cómo le hace él para escribir libros.
-Lo que pasa es que a mí los libros me escriben. Yo no me propongo hacer un libro. Ellos van creciendo dentro de mí y luego como que ocurren, quizá mientras camino, o a la hora que mis piernas van y vienen por las ramblas de Montevideo, también las palabras pasean, Ƒno? Yo no paseo por la ciudad, la ciudad me pasea. Dentro de mí las palabras van circulando... quizá en la sangre, no sé. Los médicos dicen que del colesterol estoy bien pero que tengo la sangre llena de palabras. Andan, van y vienen y se van encontrando, armando frases, historias, mientras camino yo escribo, en el sentido de que las historias van creciendo y caminando conmigo. Son historias que caminan dentro de un hombre que camina por la ciudad que lo camina, y esas historias, a su vez, después se van convirtiendo en materia de trabajo.
Me gusta mucho escribir. Cada texto es el resultado de mucha pelea. Son textos muy pulidos, cincelados, por eso son chiquitos. Empezaron siendo larguitos y fueron puliéndose tratando de que queden sólo las palabras que merecen existir.
-Así es de que a ti, Eduardo, los libros te escriben.
-Sí, esas historias pequeñitas son como ladrillitos de colores que deciden si van formando o no una pared y si les gusta estar juntos. A su vez las paredes resuelven si serán o no serán una casa y cómo será esa casa.
-ƑNunca olvidas la escalera?
-Nunca dejo de pensar en las ventanas y las puertas para que el lector pueda entrar y salir cuando se le ocurra. No un libro cerrado, una casa cerrada, que deje al lector prisionero de sus páginas, no, eso no: un lugar abierto donde se pueda respirar, donde el lector se sienta libre de entrar cuando se le ocurra y por donde se le ocurra, y de irse cuando se le dé la gana. Insisto, son los libros los que te escriben y las palabras las que deciden si van a formar o no paredes y si esas palabras se van a convertir o no en una casa digna de ser habitada por los demás. Cuando los libros te hacen, cuando el vino te bebe, cundo el aire te respira, bueno, ahí ocurre eso, sin plazos, sin presiones, el libro fluye solo. Lo único que tienes que hacer es abrirte. Por eso yo jamás he aceptado firmar un contrato que implique ningún compromiso de escritura, porque yo no quiero que la literatura se convierta para mí en un deber, quiero que siga siendo un placer. Y también la vida quiero que sea un placer y no un deber. Si yo me comprometo a entregar un libro para una fecha determinada, en ese instante ese libro va a ser un tormento para mí, porque se va a convertir en una obligación. Eso es lo que yo no quiero. Quiero que me salga como él quiera salir y cuando él quiera. Es un acto de libertad que trasmite libertad a los demás.
-Tu caso es único; todos los escritores tienen fechas límite y se sienten obligados con su editorial. Deberías ver cómo sufre y se atormenta José Emilio Pacheco.
-Mis amigos escritores sí trabajan a plazos, tal vez por contrato, pero yo no puedo ni quiero que eso me ocurra.