La Jornada domingo 5 de marzo de 2000

Carlos Bonfil
El informante

La primera gran sorpresa que reserva El informante (The insider) es su manera de favorecer el desarrollo minucioso de una intriga por encima del efectismo y los alardes técnicos de una cinta de acción. Esto sorprende aún más por ser su director, Michael Mann, un verdadero especialista en "dispositivos de entrega" de acción hollywoodense, con cacerías automovilísticas e historias de amistad viril en las que detectives y ladrones comparten temeridad e ingenio (Al Pacino y Robert de Niro en Fuego contra fuego ųHeat, 1995). El informante combina la crónica de un evento real con todos los recursos y tretas de una ficción que dramatiza todavía más la historia original. Esa historia la relata Marie Brenner en un artículo aparecido en la revista Vanity Fair bajo un título hitchockiano, "El hombre que sabía demasiado", y luego la convierten en guión cinematográfico Eric Roth y el propio Mann.

La historia inicia con una pista falsa: una escena de acción que transcurre en Irán, donde los periodistas de la cadena televisiva NBS entrevistan, en condiciones muy difíciles, a un jeque del grupo fundamentalista islámico Hezbollah. El productor del programa 60 minutos, Lowell Bergman (Al Pacino), tiene en realidad un caso pendiente aún más explosivo. El Dr. Jeffrey Wigand (Russell Crowe), un consultor científico con un alto cargo en la compañía tabacalera Brown &Williamson, acaba de ser despedido. Este hombre posee información confidencial sobre las maneras de manipular e incrementar la adicción a la nicotina, misma que de ser revelada puede provocar un escándalo nacional. El productor Bergman intenta convencerlo del beneficio social que representarían dichas revelaciones ante un público de treinta millones de televidentes; Wigand, por su lado, teme ser víctima del sensacionalismo de los medios y de las represalias de las compañías afectadas.

Lo que en un primer tiempo es denuncia de las compañías transnacionales y de su enorme capacidad de intimidación y neutralización de cualquier acusación (los siete magnates del tabaco pueden en todo momento absorber y comprar a la propia televisora), se transforma paulatinamente en una reflexión sobre la ética periodística, sobre el enfrentamiento de la administración de un medio de comunicación y de quienes en él laboran y cuya honestidad puede poner en peligro la existencia misma del medio. Es Poder que mata (Network, Sidney Lumet) y también Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula), ambas de 1976, sólo que El informante reactiva el debate haciendo que la prensa escrita tome el partido de señalar, no sólo los manejos turbios de las tabacaleras, sino el propio papel servil que en un momento juega la televisión. El imperio del rating que todo excusa, que avala cualquier injusticia, queda expuesto en una frase que profiere imperturbable el veterano periodista Mike Wallace (Christopher Plummer): "La fama bien puede durar 15 minutos; la infamia dura mucho más".

En su esfuerzo por dramatizar y humanizar un poco más esta historia de sordidez (el lucro descarado con la salud humana; el cínico pragmatismo de los ejecutivos de la televisión), Michael Mann recurre a escenas muy reconocibles de la vida familiar estadunidense: el hogar amenazado, las dos niñas como continuo referente sentimental del protagonista, y una esposa insensible y necia que ve naufragar su propio confort doméstico. Algo evita la caída acelerada en los clichés del género, es decir, en las tribulaciones domésticas de un Harrison Ford, y esto es la construcción inteligente del personaje de Jeffrey Wigand, y el formidable sustento que le da la actuación de Russell Crowe. Encerrado en su habitación, convencido de ser el objeto de una fatalidad imparable, reducido casi al autismo, Wigand sufre una alucinación frente al paisaje pintado en un muro. El fotógrafo Dante Spinotti consigue traducir en sugerencias plásticas muy afortunadas los estados de ánimo del protagonista, además de señalar una preferencia por los grandes acercamientos, por la inspección de objetos y detalles como recurso dramático. Otros temas recorren esta historia de corrupción, cobardía y valor cívico. Uno de ellos es el de la crisis de madurez , con las reflexiones de Mike Wallace sobre la importancia del último gesto en una trayectoria de medio siglo de periodismo; sobre la relatividad del futuro a los setenta años, y el compromiso irrevocable de permanecer fiel a un principio. La pareja Pacino-Crowe funciona bien como variante de aquella complicidad viril en Fuego contra fuego. Esta vez no hay abstracciones. Hay el refuerzo de una droga adictiva (la nicotina) mediante el amoniaco y un cancerígeno pulmonar llamado cumarina, y hay una lucha frontal contra la impunidad del poder industrial. No una vaga denuncia del "sistema", sino hechos muy concretos ųel negocio con la salud y la venalidad de algunos medios de comunicaciónų, perfectamente familiares para los espectadores.