La Jornada miércoles 1 de marzo de 2000

Arnoldo Kraus
Adiós Fernando

LAS PALABRAS PARA LOS MUERTOS SON difíciles. No hay interlocutor visible, no hay rostro palpable. Las palabras para quien falleció son distintas: se atropellan, se atoran. Y se deletrean, y se piensan y se acomodan como cualquier discurso, pero sin la escucha del otro, el mensaje lo escribe y lo oye la misma persona. El destinatario es el autor. Es una forma de autoengaño que le permite al finado no morir completamente y a uno tenerlo un poco más.

A los muertos se les habla sabiendo que no oirán; se les pide con la certeza que se inventa, se les escribe sólo para comprobar su ausencia. La totalidad de la muerte se comprende más fácil y mejor cuando los cadáveres no son de uno. Con los propios queda siempre la ''esperanza del error''. Aunque estén ''bien muertos'' tardamos en cerrar todas las vías: ''el más allá'', las fotografías, la voz, el recuerdo que reproduce el movimiento y el lugar común, son espacios que ahuyentan, al menos temporalmente, las palas de los amortajadores. Tarda más en morir la esperanza que el corazón en parar.

Los muertos de uno nunca acaban de morir. Sus recuerdos les confieren muchas presencias y no pocas vidas. De eso nos asimos para no perderlos para siempre. Del cúmulo de su ser, de sus seres. Y por eso sólo fenecemos un poco, no mucho, cuando el muerto querido ha sido sepultado. Porque uno es mucho lo que fue el otro.

Fernando, nunca el Sr. Fernando, nunca Don, jamás distante, tenía ese extraño atributo de penetrar. Pronto se le conocía. Con celeridad se le quería. Tenía esa ya casi ausente cualidad de interesarse por el otro, de tender la mano. Si bien Fernando no inventó la amistad, sí la recreó como nadie. Hermanito es palabra Benítez: nadie la dijo tantas veces como él, nadie la utilizó para procrearse tantos hermanos como él. La familia de Fernando era grande por eso: el hermanito que salía de su ronca voz era el carnal fraterno, el que se inventa por la fuerza del cariño, el que sí es tronco común.

Sus consejos eran eso: camaradería. Su interés por lo que uno hacía, era sinónimo de cariño entrañable. Muchas sugerencias las guardo como deuda: no hay duda que le debo mucho. Así lo escribí hace cinco años, en la primera página de una libreta que ahora abro: Fdo. Benítez me sugirió comprar un cuaderno para anotar toda observación interesante proveniente de mis pacientes (gracias Fernando).

Disminuido por la edad, por el tabaco y otra serie de afectaciones, Fernando empezó a desear la muerte hace poco más de un año. Lidió bien con los años hasta hace poco. Así suele suceder con los nonagenarios: la caída es abrupta, geométrica. Cuando ya muy viejo, mermado, sin fuerza, sin poder escribir ni fumar, es decir, sin poder vivir, pasó del "ayúdame hermanito" a reiterar su deseo de morir. ''Su ayúdame" era materia médica imposible: exigía restarle años a sus años. Evocó entonces la eutanasia: no soportaba saberse minado, desvencijado. La certeza de su resquebrajamiento lo acercaba cada vez a la idea de un final digno.

Pasión, compromiso, entrega, conocimiento, mexicano admirable, platicar inmejorable son algunas de las cualidades que tuvo Fernando. Para quien la pasión fue sinónimo de vida y vida sinónimo de amor y amores, los daños emanados por la enfermedad tienen un límite. Benítez lo sabía bien y por eso quería abandonar el mundo con tanta entereza como se pudiese.

Las palabras para los muertos son difíciles. Quien las escribe sabe que se inventa, que se miente un poco. Pero, en esta vida, tan llena de falacias, mentirse un poco o un mucho no sólo es válido sino necesario. La demasiada realidad agota, entristece. Finalmente, estas letras convertidas en voces, son para asegurarme que Don Fernando no está completamente muerto: ahí está su obra inmensa, su legado en favor de los indios, sus incontables alumnos, sus consejos, sus mentadas de madre a no pocos políticos, sus hermanitos que fue sembrando durante muchas décadas.

Sí: las palabras para los muertos son difíciles. Pero no sólo eso. Duelen. Mueven. Constriñen. Se llevan un poco de uno pero atraen mucho del finado. Consuelan porque birlan unos segundos la verdad; así se tolera mejor la partida. Eso es lo que quieren estas líneas, Fernando: recordarte lo mucho que te queremos.