Teresa del Conde
Vistas y conceptos
Hasta el 3 de marzo, día en que se clausura, será posible observar la tercera fase de las exposiciones dedicadas al paisaje en el Museo de Arte Moderno, donde se exhibe asimismo Diego Rivera. Arte y revolución, vigente hasta el 18 del próximo mes. Vistas y conceptos, aproximaciones al paisaje es un muestrario que parte de Paisaje Serrano (1961), de Rufino Tamayo, composición casi abstracta, recorriendo modalidades diversas a través de obras realizadas por 39 artistas del siglo XX. Algunos cultivan la mimesis, aun cuando se trate de alguien joven como el tapatío Alfredo Gómez Gómez, que parece rendir culto a la pintura decimonónica con su cuadro Los cardos, Zacatecas (1999), o como el exitoso Raymundo Martínez con su visión del Cañon del Sumidero (1993), en Chiapas, que probablemente deriva de apuntes tomados desde un helicóptero.
Froylán Ruiz propone una vista de San Cristóbal de las Casas (1998), adoptando una modalidad deliberadamente naive, al igual que Carlos Gaytán que presenta un Rodeo en Juchitepec (1998), con cuidado de miniaturista. Guillermo Brockmann, el más joven de los expositores (n. 1972), está representado con un árbol de Huanacaxtle (1998), en técnica posimpresionista. Se trata de una pintura que ha merecido alabanzas de buena parte del público visitante a la muestra, porque se tiende a apreciar lo reconocible por encima de lo sígnico, como también acontece con Camino sin nombre (1997), de Ricardo Rocha, pintura que en cierto modo homenajea los albores de la fotografía (me pareció un propósito muy logrado) sin servirse de ésta, caso opuesto al de otros dos cuadros que también llaman la atención, ambos urbanos, Ciudad en movimiento (1998), de José Castro Leñero, y Vuelo (1999) de la pintora belga Trini. Ella obtuvo premio en la cuarta Bienal de Monterrey.
Pero tal vez el cuadro más alabado entre los figurativos sea el de Manuela Generali, una de las pocas pintoras contemporáneas (aparte de Alberto Castro Leñero) capaces de pintar el agua sin darle apariencia kitsch, la obra es Lluvia sobre un paisaje (1999). Notable es, también, por la combinación de técnicas (pintura e imágenes digitalizadas) el paisaje Tlalpuente, de Gelsen Gas, un artista de la generación de la Ruptura que desde hace años se dedica al cultivo multimedia e incluso tiene un taller-academia con varios adeptos, precisamente en Talpuente. Las últimas dos obras mencionadas y otras más, así como el paisaje volcánico, acentuadamente humorístico, de Helio Montiel, fueron realizadas ex profeso para la muestra. Conviven con pinturas que toman sus formas mediante síntesis conceptuales, como ocurre con Huautla (1992), de Boris Viskin; Paisaje interno, (1998), de Manuel Marín; El adentro y el afuera (1999), de Ulises García Ponce de León (de algún modo estas dos piezas se antojan próximas en intenciones); Paisaje fragmentado (obra que ha gustado mucho), de Teresa Zimbrón, con la muy afortunada pintura de Franco Aceves Humana que plantea un óvalo con palmeras verdes (simulan ser magueyes) en un fondo de graffiti blanco sobre blanco y los dos Astrónomos en soporte esferoide de Yishai Jusidman, ambos de 1990.
Hay obras abstractas que son paisajes, comenzando por el espléndido Paisaje rojo, ocre, azul (1984), de Gunther Gerzso; Laguna perdida (1991) de Vicente Rojo que, sin recrear, retomó reminiscencias de signos prehispánicos para componer geométricamente el espacio cuadrado; Laberinto para llegar a Lachixopa (1971), de Francisco Toledo; Recuerdos de infancia (1991), de Irma Palacios. Un sin título (1991), trabajo al gouache de Miguel Angel Alamilla, se percibe también con paisaje y extrañamente me hace recordar ciertas acuarelas de José Clemente Orozco.
De Estrella Carmona se presenta un paisaje fabril, cual corresponde a sus recientes intereses, y de Renato González un recuento de imágenes unidas entre sí por libre asociación: Paisaje nocturno, la otra loca solitaria. Roberto Parodi muestra cómo puede realizarse un paisaje ''mexicanista" carente por completo de elementos típicamente ''nacionales" (1999), y Rodrigo Pimentel ofreció una Nube de polen (1999), que atrae la atención de los niños y de los escolares.
Ante la imposibilidad de comentar a todos los participantes en la exposición, cuya coordinación operativa estuvo a cargo de Roxana Sánchez Luján, sólo queda recomendar el ilustrativo y bien diseñado catálogo (de Martín Flores Carapia), que incluye una especie de diccionario biográfico no sólo sobre los artistas que integran esta muestra, exhibido en la Sala Fernando Gamboa, sino también sobre aquellos que se vieron reunidos en las dos exposiciones anteriores dedicadas al mismo tema. Estas semblanzas resultan útiles en la investigación y ayudan, con el tiempo, a formular obras tan relevantes como el indispensable repertorio de artistas, que en tres volúmenes, bajo la coordinación de Guillermo Tovar y Teresa, publicó Bancomer en 1997.