La Jornada martes 29 de febrero de 2000

José Blanco
Límites al diálogo

Quienes insisten en que el rescate de las instalaciones de la UNAM por la policía canceló el diálogo, no se hacen cargo del contenido concreto de los sucesos reales.

Desde la primera reunión de diciembre, la comisión del rector planteó al CGH entablar diálogo sobre los seis puntos de su pliego petitorio. El CGH rehuyó este debate, una y otra vez, arguyendo que los "señores autoridades" (así, con toda la sorna del mundo, se dirigía el CGH a la Comisión) eran incapaces de entender su "método democrático", y su necesidad de realizar asambleas, marchas y plenos, antes de tomar ninguna determinación. Todo ocurría como si ese pliego no hubiera sido aprobado nunca por los propios huelguistas.

Durante una y otra reunión en Minería, el CGH llenaba el tiempo con arengas, en la ilusión vacía de que toda la nación escuchaba por Radio UNAM sus proclamas revolucionarias. Esa fue, en todo momento, la razón del intento de alargar indefinidamente los encuentros. Obviamente el límite al diálogo provenía de que el núcleo duro y dominante del CGH tenía objetivos distintos a los plasmados en el pliego petitorio.

Ello quedó confirmado plenamente por algunos de los principales dirigentes del CGH. En entrevista reciente, dijeron: "Este movimiento está combatiendo no contra el Plan Barnés, sino contra toda una política de Estado. No es una batalla al interior de la universidad".

La dirección política del CGH está convencida de que el "sistema" es irreformable, y de que es necesario cambiarlo radicalmente. "La lucha independiente es fundamental. No creo que dentro del sistema, como conciben otros partidos, el sistema pueda corregirse. Estoy convencido de que ya no tiene remedio" (Reforma, febrero 25, 2000).

Esas voces, provenientes del vasto mundo de los excluidos, llevan en su entraña la razón social irrevocable conferida por una necesidad real largamente insatisfecha. No obstante, la razón social no se traduce nunca, inmediatamente, en legitimidad política: falta que los medios de lucha para superar las infamias de la marginación sean aceptados por la mayoría; vale decir, falta aún construir el consenso necesario. Pocos podrán negar la razón social de fondo en esas voces, pero también pocos hoy se atreverían a justificar el deterioro profundo de una institución como la UNAM y la agresión a cientos de miles de otros universitarios. Ese deterioro y esa agresión no pueden corregir la marginación; a menos que se crea que es así como será incendiada la pradera.

Cuando se está persuadido de la tesis de la pradera, cuando el "sistema" aparece, a los ojos del activista, como definitivamente irreformable, cuando "ya no tiene remedio", es claro que el diálogo está de más absolutamente. El límite al diálogo va entonces mucho más allá y se vuelve un bunker inexpugnable. Es claro que el diálogo estaba destinado al abismo, como pudo palparlo luego la Comisión de Garantías del plebiscito, en el Palacio de Medicina.

Pese a todo, el Consejo Universitario acordó la práctica aceptación del pliego petitorio, aunque no fuera producto, porque no podía serlo, de ningún diálogo específico, porque el consenso se estableció respecto a la reforma de la UNAM.

Hay otros límites. El diálogo no puede ser necesariamente conclusivo y terminar en la armonía de todos. Nadie va a convencerme con discursos, por ejemplo, de la gratuidad indiscriminada. Yo no voy a convencer al CGH y sus seguidores de la gratuidad sólo para quien la necesite.

Cuando en 1875, en Ghota, el Partido Obrero Alemán propuso: "Educación popular general e igual a cargo del Estado. Asistencia escolar obligatoria para todos. Instrucción gratuita", Marx glosó la tesis de esta manera: "El que en algunos estados de este último país (Estados Unidos) sean gratuitos también los centros de instrucción superior, sólo significa, en realidad, que allí a las clases altas se les pagan sus gastos de educación a costa del fondo de los impuestos generales". Esta tesis no puede ya ser sopesada por el CGH ni por sus seguidores. Están ahora obligados a obstinarse en subsidiar a los ricos.

ƑCómo se soluciona un desencuentro entre tesis excluyentes? El único método es crear una norma en la que nadie imponga su posición. Esa norma sería, sin ninguna duda: que pague el que pueda. Máxime si el que puede está a favor de la misma.