Elba Esther Gordillo
Fernando Benítez: la intensidad como vida
Pasado el amargo momento de la pérdida, y reflexionando acerca de lo que es el mejor legado de Fernando Benítez: el periodista, el antropólogo, el novelista, el maestro, el editor, el embajador, el amigo, el compañero, el padre, el hombre de convicciones políticas, es la intensidad con la que vivió, la congruencia con la que desplegó su misión, la plenitud para cumplir su destino, lo que merece el mayor de los elogios.
Protagonista privilegiado y acucioso testigo de este tiempo de México, Benítez nace en la década en que se inicia para el país el largo proceso de transición, que empieza por derrumbar las viejas estructuras con las que cruzamos el siglo XIX y nos damos a la tarea de construir las que tienen en el movimiento a su característica por sobre la pasividad que prevaleció hasta entonces.
Es válido afirmar que el siglo XX para los mexicanos se inicia cuando aquel par de zapatistas, armados y hambrientos, llama a la puerta de la familia Benítez, ubicada a unos cuantos metros del Zócalo de la ciudad, donde las tropas revolucionarias se habían acantonado para pedir un taco y hacer evidente que el viejo régimen por fin había terminado.
Ahí quizá se define el destino de ese niño que decide buscar, por todos los rincones del país, por todos los espacios en que las ideas se creaban y recreaban, a ese México capaz de reconocerse y de entenderse con la complejidad que le es característica.
No es una casualidad, sino parte de su congruencia, que junto con la promoción de la cultura en México, impulsando y retando el talento de Fuentes, Monsiváis, Pacheco, Cuevas, Rojo, Poniatowska, convenciera a Reyes de decidirse a conquistar a los cien mil lectores que él le ofrecía y editara a Vasconcelos, León Felipe, Alí Chumacero y Octavio Paz, al tiempo de incursionar en los sueños del peyote huichol o en los viajes asistidos de María Sabina, y realizara su obra editorial, apreciada en todo el mundo.
México es ese todo: las "piedras viejas" que tanto lo retaban y las modernas construcciones que nos hacen parte de este tiempo; al trabajo incansable de Benítez debemos la clara percepción de que nuestro inmenso país así es por la conjunción de culturas, cosmovisiones, ritos y tradiciones, por la privilegiada amalgama de las generaciones que tienen como mandato irrumpir en el futuro, con aquellas otras que son guardianas de nuestra esencia y el más sólido puntal de nuestras tradiciones, de nuestras razones profundas.
Benítez nos recordó que México no sería lo que es sin esos cuatro millones de indios que hablan cincuenta lenguas, como tampoco lo podría ser sin un despliegue cultural proporcional a su importancia y talento. Y la única manera de explorar mundos tan aparentemente disímbolos era haciendo de la intensidad, del trabajo incansable, el puente que los vinculara y fusionara.
Entre las cosas que nos enseña, y seguirá enseñando Fernando Benítez, figura que siendo intensos, creativos y totales se puede aspirar a cumplir la más importante de las metas humanas: la trascendencia.