Ť Entrevista móvil con Luis Felipe Rodríguez Ť

Ť Elena Poniatowska /I Ť

šDos son yucatecos! šDos!

De los cuatro astrónomos que pertenecen al Colegio Nacional, dos son yucatecos: Arcadio Poveda y Luis Felipe Rodríguez Jorge. Este último ofreció el miércoles 23 de febrero, a las siete de la noche, su conferencia inaugural y escuchó el discurso de bienvenida del también astrónomo Manuel Peimbert Sierra.

De esos cuatro astrónomos, Guillermo Haro fue el primero en convertirse en el miembro más joven del Colegio Nacional (tenía 31 años cuando en 1954 lo propuso por Manuel Sandoval Vallarta, Alfonso Reyes y Jesús Silva Herzog).

En el presidio, los doctores Juan Ramón de la Fuente y Diódoro Guerra, rector de la UNAM y director del Politécnico, respectivamente, y Francisco Bolívar Zapata, director en turno del Colegio Nacional, aplaudieron complacidos la incursión de L.F. Rodríguez a la institución.

En su mensaje de bienvenida, Manuel Peimbert Sierra aseguró que Luis Felipe Rodríguez es un extraordinario científico, cuyos trabajos son una referencia obligada en el ámbito mundial, ya que cuenta con más de 4 mil referencias en revistas especializadas y sus artículos de divulgación han ocupado dos veces la portada de la revista Nature.

papilla Manuel Peimbert nos explicó a los leguleyos que Luis Felipe Rodríguez descubrió, con el astrónomo argentino Félix Mirabel, la primera fuente superlumínica de la Vía Láctea, entre otras formidables aportaciones a la radioastronomía, ligadas a la formación de estrellas, a las que él llama jóvenes, porque han logrado salir de la nube materna y formarse a lo largo de un millón de años. Al observarlas mediante potentes interferómetros ha demostrado la existencia de discos interplanetarios y anillos residuales en torno a ellas, discos que -según él- se transformarán en planetas en otro millón de años. "Conforme estudiamos estrellas antiguas existen planetas ya formados en torno a ellas".

Al finalizar Luis Felipe Rodríguez, los miembros del Colegio Nacional allí presentes se pusieron de pie para aplaudirlo y abrazarlo. Hicieron lo mismo su esposa Yolanda Gómez, también astrónoma, y su hermana y la hija de ésta, procedentes desde la ciudad de Mérida para asistir a ese momento especial. Pablo Rudomín, Marcos Moshinsky, Arcadio Poveda, Guillermo Soberón, Alejandro Rossi, Silvia Torres de Peimbert -actual directora del Instituto de Astrofísica-, Julieta Fierro, el astrónomo teórico doctor Jorge Canto -que ha trabajado muchísimo con Luis Felipe Rodríguez-, María del Carmen Farías -del FCE-, Jesús González -hijo del historiador Luis González y González- y su esposa, Leticia Caridgi -ambos también astrónomos,- Pedro Colín, Gerardo Loyola -con quien Guillermo Haro solía platicar- y algo así como diez estudiantes. Por cierto, la maestra Silvia Torres dirigió la tesis para obtener la licenciatura en física de Luis Felipe Rodríguez sobre las nebulosas planetarias, o sea, nubes de gas en expansión.

Le pedí una entrevista al doctor Rodríguez. Me dio un teléfono ("la casa de unos amigos donde me estoy quedando") y me pidió que lo llamara a partir de las nueve de la mañana siguiente, porque en la tarde regresaría a Morelia donde dirige el Instituto de Astrofísica que depende de la UNAM. A las nueve en punto cumplí con mi cometido y me lancé, confiada, en mi nave espacial siguiendo las indicaciones del astrónomo: calle Joaquín Romo 36, casa 12, por la avenida Insurgentes, pasando la Villa Olímpica, a un lado del restaurante Arroyo, muy cerca de un puente peatonal, por allí, por el Hospital de Neurología, en Tlalpan. A la derecha y luego a la izquierda, a tres cuadritas... No tiene pierde, porque es el camino de la salida a Cuernavaca. Una hora después aún no daba con la casa y subía y bajaba, corriendo diversos puentes peatonales amarillos, color que logré detectar, porque la luz se descompone al pasar por un prisma, y cruza distancias 300 mil veces mayor que la del Sol a la Tierra, y preguntaba, cubierto el entendimiento de polvo interestelar, si alguien sabía de la calle de Joaquín Romo.

Me detuve en una esquina frente a una farmacia y el dependiente, telescopio en mano, examinó otros soles con sistemas planetarios como el nuestro y me envió a un "restaurante Enríquez, despuecito del restaurante Arroyo". Otro informante me guió a la Bodega Aurrera, el tercero a las Fuentes Brotantes, otra más a Ayuntamiento, otro se me quedó viendo como quien espera una iluminación divina, la cuarta me espetó: "No, si esta es la calle de Fama, vaya usted a Corregidora".

Estacioné mi nave y pensé que ojalá y me topara con una civilización más avanzada que la nuestra, en que las grandes cantidades de materia gris no fueran tan invisibles. Regresaba y volvía a regresar al mismo sitio, sabiendo que el universo está en continuo cambio y que a lo mejor su evolución no coincidía con la mía: la suya muy lenta; la mía, de mosca que apenas dura cuatro días sobre la Tierra.

Pensaba, obsesionada, que si yo fuera un ser inteligente encontraría a Luis Felipe Rodríguez en esta vía láctea, pero como siempre he girado en una órbita compulsiva y revoltosa, sólo daba vueltas sobre mi propio eje. Sin embargo, seguí, insistí, me obsesioné ("no me voy a dejar vencer por un astrónomo yucateco que desconoce las miserias de la Tierra") y volví a la primera calle, con la certeza de que al llegar del otro lado del puente peatonal, encontraría la dichosa casa por la sola fuerza del deseo de varios millones de años luz en que envejecí, dadas las condiciones del medio ambiente.

Por fin llegué a pie a tocar a la puerta del número 36 de Joaquín Romo, más desmadejada que la nebulosa de Andrómeda; una temperatura muy grande bullía en mi interior y las reacciones termonucleares dispuestas al estallido no se harían esperar. Luis Felipe Rodríguez, eterno e inmutable, bajó la escalera del segundo piso, recién salido de la regadera, y le rogué a Dios que no fuera una ilusión óptica. Era él, en toda su densidad cósmica. Le comuniqué temblorosa y recorrida por una autocompasión de la magnitud de un hoyo negro: "doctor, ya no puedo hacerle la entrevista, tengo que ir a Gayosso".

Entonces, magnánimo, ofreció acompañarme a la calle de Sullivan y hacer la entrevista a bordo de un taxi, ya que si yo manejaba no podría atender la grabadora que después de tres minutos se negó a funcionar, porque las pilas eran chafas. Así se perdió una buena parte de la entrevista, aunque Luis Felipe, comprensivo, se detuvo a comprar otras pilas en el camino.

De lo pequeño a lo grande

-Doctor Rodríguez, hoy se ha subdividido y se ha especializado tanto el estudio del cielo, que así como en medicina cada quien trabaja en su campo y un gastroenterólogo no sabe lo que hace un dentista, cada astrónomo se apasiona por un diminuto milímetro de la retícula espacial y permanece ajeno a la especialización de los otros. A partir del estudio de objetos pequeños como los herbig-haro, Ƒpuede un astrónomo hacer, hoy en día, una aportación mundial que revolucione la ciencia como lo hizo Einstein con su teoría de la relatividad?

-En realidad no, porque son fenómenos que ocurren a escala local, pero que son muy válidos. El hecho de que se hayan formado la tierra y los seres humanos -que es tan importante para nosotros- no nos dice mucho en sí del big bang. La idea cosmológica dice que todo es parte del universo, tenemos que entender bien a los planetas y el nacimiento de las estrellas, aun cuando no sean directamente importantes para el estudio del universo. A la cosmología en sí no le interesa la estructura fina. Es como la macroeconomía: no le importa que se estén muriendo de hambre las familias si los números salen bien, pero sigue existiendo el universo a pequeña escala que tenemos que entender. A la larga, espero que podamos integrar todo. Los objetos herbig-haro sirvieron para un reanálisis y un nuevo modelo que tiene que ver con todo lo de la formación de las estrellas. Los objetos herbig-haro unificaron -al integrar distintos fenómenos- muchas cosas que estaban sueltas y que aparentemente no tenían nada que ver, un montón de cosas sueltas embonaron como un rompecabezas y eso es bonito, porque entonces simplificamos el conocimiento del universo y de lo infinitamente pequeño se va a lo infinitamente grande.

La búsqueda del entendimiento

La astronomía, en su forma más general, estudia al universo en sus grandes escalas, sin que le interesen las cosas que ocurren a pequeña escala, y logra describirlas, y si le pregunta usted, a un cosmólogo, cómo se forma una estrella, no lo va ni siquiera a saber y no le va a interesar. La cosmología pierde el detalle a cambio de entender las cosas a gran escala. Ahora, todo mundo coincide en que debe uno entender lo grande y lo pequeño, y no sólo a las estrellas y los planetas, sino también a los virus y el DNA y en el camino a nosotros mismos. Yo creo que estas distintas ramas de la ciencia, ofrecerán con el tiempo un panorama completo. La gran explosión (big bang) nos da las condiciones iniciales para que luego se formen las galaxias y las estrellas, y se forme el increíble detalle que hay en el universo, que yo creo que hay que entenderlo todo.

Ahora sólo se consolidan los descubrimientos de principios de siglo

-Doctor, no me ha respondido a la pregunta de cuál podría ser el descubrimiento (tan importante como el que hizo Einstein) de un astrónomo hoy en día?

-Si uno ve todo el siglo, las cosas que se hicieron en los primeros veintitantos o treinta y tantos años del siglo, no han tenido, en su importancia, nada comparable. Como que nos ha tocado a nosotros consolidar los grandes descubrimientos, mientras que las cosas que hizo Einstein con la relatividad o lo que hizo la gente con la mecánica cuántica son espectaculares. Yo espero que en algún momento pueda haber un revisión de esas ideas y los descubrimientos posteriores sean tan profundos e importantes como los de principios de siglo, pero en los últimos 70 años del siglo XX, más bien hemos usado esos conceptos básicos para elaborar y entender y consolidar nuestro conocimiento del universo, pero no ha vuelto a haber descubrimientos comparables de tal profundidad, es la verdad.

La especialización puede ser un mal

-ƑY eso no se debe, insisto doctor Rodríguez, a que hay tal subdivisión que cada quien estudia un campo muy particular, y así como en la medicina se pierde la idea de conjunto, y cada quien se hunde en su pedacito de cielo?

-Puede ser que ese haya sido el precio de esa complejidad. Cada quien está haciendo una cosita y nadie se detiene a ver todo el panorama. Sin embargo, se siente que en la misma física hay muchas cosas que no son del todo satisfactorias y que podría haber una revisión -quien sabe cuándo, de aquí a diez años o a cien- de muchas investigaciones pasadas que quedaron incompletas. La misma mecánica cuántica que describe lo muy pequeño, tiene unas cosas muy poco satisfactorias que mucha gente investiga y trata de encontrar teorías más satisfactorias sin lograrlo. Seguimos trabajando con las cosas que hicieron los pioneros de los veinte.

-ƑHan quedado como la última palabra?

-Sí, pero esperemos que no lo sean. Es cierto que la especialización es necesaria, pero también es un mal. Muy poca gente tiene un panorama amplio. Ahora eso es muy cierto.

Yucatán, su pasado astronómico y matemático

-Doctor, Ƒcree que sus genes mayas definan su vocación por la astrofísica? ƑTiene usted siempre presentes al observatorio de El Caracol y a los grandes matemáticos mayas? ƑEs consciente de su herencia?

-Algo debo haber tenido. Ciertamente, en Yucatán hay mucho gusto por las cosas de ciencia, las matemáticas, la física, la astronomía. Me imagino que viene del pasado, cuyos vestigios arqueológicos son tan importantes. Allá hay muchos jóvenes interesados en seguir carreras de ciencias y pues algo habrá en el ambiente del conocimiento que nos transmitimos los unos a los otros para que surja con tanta fuerza este interés por las ramas de la ciencia, en particular de la astronomía. He hecho varios trabajos sobre la astronomía maya.

-Pero usted no es tan yucateco como lo es Arcadio Poveda, por ejemplo, porque sus familiares llegaron de España y de Líbano.

-Si, y en mi caso la inmigración de Líbano es la principal, pero mi familia debe tener unos cien años de yucateca. Alrededor de 1900 emigraron a México, pero por parte de mi papá, mis ascendencias son libanesas y también españolas. Por lo tanto no soy tan profundamente yucateco como lo es Arcadio Poveda, pero me siento totalmente identificado y conozco muy bien la península. Cuando voy, soy un hombre feliz. Por desgracia otras de las maldiciones de México es que cuando yo intenté hacer estudios de física en Yucatán, no había ninguna posibilidad de hacerlo allá y acabamos todos aquí, en el DF. Luis Fernando Magaña, que ahora es director de la Facultad de Ciencias, y que se la pasa lidiando con los paristas, es también yucateco y vino de Mérida, pero tampoco pudo regresar. Ahora ya hay una carrera de ingeniería física, que ojalá los jóvenes de mi tierra tomen y puedan realizar su actividad profesional en su estado natal, que es lo más lindo que hay.